miércoles, 22 de marzo de 2017

Reseña de Isabel Marina. Acero en los labios. Ediciones Camelot, 2016


La periodista y poeta Isabel Marina ya se había dado a conocer en diversas antologías y ahora Ediciones Camelot lanza su primer poemario. La poesía de Isabel Marina adopta múltiples matices dentro de unos temas principales sin perder intensidad. Sus versos adoptan la sencillez de las palabras y las estructuras, mientras que la sutil arquitectura de las ideas despliega los argumentos a través de los versos. El volumen se dispone en tres partes, “Como pobres diablos”, “Esta ceniza seca” y “Somos fulgor” en las que podemos intuir una narrativa que va desde el desconcierto (“Y yo,/ con acero en los labios,/ sigo buscando,/ buscando a Dios”, I), a la incomunicación y a una especie de renacer pleno de lucidez, energía e ilusión. En el fondo, no está ajena la simbología de la vida (como sufrimiento), la muerte y la resurección.
     Isabel Marina es una apasionada de la poesía. Entre sus raíces es imposible negar la influencia explícita de Emily Dickinson y la reivindicación de Leopoldo de Luis, pero ese romanticismo va parejo a la poesía combativa de Blas de Otero, la reflexiva de Julio Mariscal, Luis Rosales, José Luis Hidalgo y la utilización expresiva del surrealismo de Lorca (XLI, el “piano de nieve”, XLI). La alternancia del verso libre, blanco y la rima elegante confiere un tono cercano que no resta profundidad a las palabras de Isabel Marina.
     La primera parte comienza con una invocación: “Y yo, / con acero en los labios, / sigo buscando, /buscando a Dios” (I). La soledad, la angustia dota a estos poemas de un tono cernudiano. La incomunicación, ese acero en los labios, es quizás, uno de los temas principales de estos verso.:: “Nuestro afanes son inútiles. / Nuestra vida, apenas nada.” (IX). El conocimiento, la lucidez sólo es conciencia de lo terrible, del invierno que asesina a la primavera (X). La vida es un sufrimiento del que querríamos huir.
     En la segunda parte el paseo por la vida mata, poco a poco, sin que nos demos cuenta aunque el poeta es muy consciente de ello. Continúa la incomunicación, como en el poema XVI, con ecos de Sara Teasdale, “Respiro y te busco. / Desde los mármoles, /te llamo. // con el corazón asfixiado / y las agujas de mis labios, / con mi vientre / yo te llamo”.
     El espíritu del haiku está presente en la manera en la que se mira al paisaje, especialmente el natural, el bosque, la playa, el mar, los árboles, las cuevas, los espacios cerrados que aparecen junto a entornos urbanos (“Van muriendo las luces de la nueva urbanización”, XXII), y a los ambientes de la intimidad.

“Somos polvo en el camino / de una realidad inconexa” (XVII)

     Predomina la primera persona, aunque también se distancia con la tercera e interpela con la segunda. Enumeraciones de sintagmas como pinceladas impresionistas, detalles que componen un cuadro. Las referencias pictóricas son explícitas en XXXIII (“Lienzo de hiedras fugitivas) y XXXI (Los árboles destrozados / nos acusan con sus ojos, / en este inmenso corredor / que lleva al cuadro final.”). Aliteraciones elegantes: “Devoro besos salobres” (XXXII).
     Poderosas metáforas de la incomprensión: “y nos damos la espalda, desvanecidos, / como fósiles tallados en ámbar” (XIX); “nuestro lecho es una alfombra / devastada por el hielo” (XII); “Las palabras son la lluvia / que nos quema por dentro” (XXIII); “Tormentas de silencio / devastan la alameda” (XXIX).
     En la tercera parte despierta la rebelión, la ira y la ilusión, la rabia, un optimismo más patente: “Ya ha llegado el tiempo / de sentir la lluvia, / de liberar mi nave” (XXXVIII). El tono que predomina es el del himno para conseguir las fuerzas con las que alzarse, hacerse con el control de la vida y continuar el viaje con esperanza.
“Las olas combaten
los malos presagios.
La arena ilumina
nuestros cuerpos dormidos.
Seremos al fin libres,
criaturas en paz.” (XLII)

     No está sola y aunque sigue siendo consciente de la muerte y la destrucción, siente que le acompañan:

“Me observan
mis seres queridos
los que se fueron
pero no se han ido,
porque escucho sus pasos,
porque nada termina” (XLI).

     Este delicado e intenso poemario concluye de una manera muy zen:

“Nubes plomizas
en el interior.
Derviches que giran.
Son cuatro estaciones:
Nacer, crecer,
sentir, morir
...
Pronto, otro día.
En nuestra mirada,
rescoldos, fulgor” (XLV)








3 comentarios:

  1. Por la reseña que nos pones y por los textos que incluyes me llama mucho la atención. A por ella. Gracias por tus siempre deliciosas recomendaciones, mi querido amigo.

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  2. Javier, te agradezco profundamente tu lectura y crítica de mi libro. Un gran abrazo

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  3. Ha sido un placer intenso, como el del chocolate. Adictivo.

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