Una de las grandes aportaciones del filósofo francés Pierre
Hadot es recordarnos que la filosofía antigua no pretendía conformar lo que
ahora llamaríamos un sistema filosófico, monolítico, a prueba de
contradicciones, riguroso y coherente –eso de lo que siempre ha carecido
tradicionalmente, salvo raras excepciones, España–. La filosofía clásica era,
sobre todo, un modo de vida. Las doctrinas, esto es especialmente claro en las
escuelas filosóficas helenísticas, estaban diseñadas para servir de ejemplo. Por
eso en ellas abundan las contradicciones, e incluso los sinsentidos.
Normalmente constituyen notas y admoniciones que un discípulo –aun los que son
discípulos de sí mismos– necesitan escuchar. Un buen maestro es, no el que
mejor desarrolla las explicaciones, ni siquiera el más innovador, sino el que
ofrece a sus alumnos lo que ellos necesitan en ese momento. En la historia del
cine abundan esos profesores que, al principio son incomprendidos o incapaces
ellos mismos de comprender –como Sidney Poitier en Rebelión en las aulas– la realidad de las necesidades de sus
alumnos, pero que, al final, caen en la cuenta de que, quizás los métodos no
hayan sido agradables, o hayan resultado chocantes, o incluso que rocen lo
legal o lo correcto, pero eran lo que necesitaban en ese momento de sus vidas.
Y esto vale para Edward James Olmos –Lecciones
inolvidables–, Jane Fonda –Cartas a
Iris– o para Pat Morita –el señor Miyagi de Karate kid–.
Incluso
hay quien sostiene que la Santa Biblia no es sino un manual de instrucciones
inmenso, lleno de ejemplos, historias con moraleja y metáforas morales, además
de un recuento interminable de normas, catálogo casi infinito de leyes que a
menudo se contradicen.
Por
otra parte, no dejan de repetir que ser poeta es más que un oficio, que diría
Cesare Pavese. Que no se trata únicamente de dominar la prosodia, de contar
sílabas, buscar rimas y encajar sonetos. Ser poeta es, como el filósofo, un
estado mental de alerta permanente, hacia lo cotidiano y hacia lo
extraordinario. La mirada del poeta es el inicio de la página en blanco, aunque
nunca debamos olvidar que la poesía se escribe con palabras, y no sólo con
ideas. La vigilia del poeta metido en trance debe ser agotadora. Y por eso,
quizás, tengan tanta fama de lunáticos, de seres especiales, a menudo aquejados
de males psicosomáticos en la versión delirante del mito romántico. Más
prosaicos, los hay que prefieren acompañarse de un librito de notas –Moleskine a ser posible– donde ir
apuntando las metáforas, las imágenes, las ideas a las que luego rondar en la
soledad del folio en blanco. Los más modernos se han pasado al bloc de notas de
su smartphone, o al contestador de su
teléfono cuando van en automóvil y no pueden soltar las manos del volante.
La
imaginación del poeta se parece muchísimo a la que recomendaba Charles Wright
Mills. Estar siempre atentos a lo cotidiano, porque lo evidente es lo que más
fácilmente escapa a los ojos del investigador, como la famosa carta robada de
E. A. Poe que el sagaz Arsenio Lupin supo descubrir encima de la mesa, a la
vista de todos. El poeta debe mirar con otros ojos, entrenarse en ver imágenes
expresivas que nadie haya utilizado. Luego, aprendiendo el oficio, dotarlas de
coherencia, de un ritmo, de una calidad en las palabras que utilizamos. El
sociólogo tampoco desconecta, pero su lenguaje debe someterse a ser más
terreno, con menos vuelos, más sencillo. No conviene abusar de la jerga de la
profesión, pero sí, de vez en cuando, soltar alguno de los muchos conceptos fetiche
y adornar con una cita. Igual que los poetas.
Y en
esas estamos, viviendo la filosofía como un estilo de vida, la poesía como otra
manera de estar en el mundo, siendo sociólogo atento las 24 horas del día
–porque las ideas tienen la malísima costumbre de aparecer a su antojo y no
respetan sueño ni madrugadas–. Parezco un pluriempleado que necesita media
docena de mini-jobs para apenas
llegar a fin de mes. Es el signo de los tiempos. Y sin cobrar casi de ellos, sólo
esta profesión de media jornada aguantando adolescentes e intentando fútilmente
transmitirles unos conocimientos y el entusiasmo hacia ellos. Al contrario, uno
invierte dinero, tiempo, sacrifica el descanso para poder seguir en el trabajo,
para no ser despedido. Es lo que pronostican los que saben de esto de la
economía. Jubilaciones tardías con pensiones empequeñecidos, que nos obligarán
a completar con salarios miserables.
Mientras tanto, la cuestión es no
acabar como en la canción de Stevie Wonder, siendo amantes a tiempo parcial, unos
meros part-time lovers. Y por ahí sí
que no paso. En estas lides quiero dedicación exclusiva.
Si haces tú trabajo tan bien como escribes, esos alumnos son unos privilegiados. El trabajo de escritor lo bordas, el de poeta también. Me he topado con tu libro...interesante.
ResponderEliminarNo dejes de escribir, ni filosofar....a alguien le gusta tu trabajo y le hace bien.