Tras un breve periodo de silencio poético, Blanca Flores
vuelve a ofrecernos un nuevo poemario. Prologado por Josefa Parra y con un
epílogo de Carmen Moreno verá la luz gracias a Martín Lucía para Ediciones En
Huida.
Del atinado prólogo de Josefa Parra me gustaría resaltar la
apreciación sobre el uso del “creo”, porque no es lo mismo la fe del “creo en”
que la duda de “creo que”. Entre esos dos polos se mueve la poesía de Blanca
Flores, en la preocupación sobre la libertad y el amor, el devenir de la pareja
y el paso del tiempo, la parte física del cariño y el amor. Entre sus versos
podemos rastrear a Carlos Edmundo de Ory, a Julio Mariscal, y Quiñones en su
espíritu y en alguna letra.
Son poemas donde predominan los sentimientos y la intimidad,
pero también la carnalidad y la emoción, la reflexión, en suma, sobre la vida y
las relaciones humanas, porque todos, al final no somos más que Carne de cuneta. Quizás aprendamos con
Blanca Flores que nuestro dasein,
nuestro ser-ahí, está en la cuneta, arrojados al arcén. En la carretera, pero
fuera de la circulación, esperando a la grúa y andando hacia el pueblo más
próximo.
“Sí, todos, de vez en cuando;
nos reencontramos con nuestra verdad,
con la que más sangra,
con la que más duele”
El volumen comienza: “Y no será por mi aliento la ausencia
de aire para que respires (…) /Mi aliento, mis caricias, mis ojos…. / los que
te abran los senderos de la libertad. / Corre. Respira. Vuela.” Sentencia
Blanca Flores: “Solamente tus miedos le ponen límites a la libertad”. Volviendo
la página, en este caso, además, literalmente, nos encontramos que él “no tenía
tiempo para ella” y “sin embargo, él encontró el tiempo para otras cosas, para
otra persona”.
Entre los versos apreciamos las distintas caras de la vida,
que incluyen la decepción, pero también el vértigo de las relaciones, el ansia
de las caricias: “nadie lo sabe, / Pero eternamente me besas, / Solamente con
tu presencia” y esos “Fuegos artificiales para dos, / fuego entre brazos,
sobran los espectadores” (Quaternio Terminorum).
Igualmente se explicitan las necesidades del amor, “Me pregunto si intuyes
siquiera, / que también necesito tus manos, / como tú necesitas las mías” (Hoy, que llueve). En suma, “Abre de par
en par estas ventanas a la vida / que son mis ojos, los mismos que buscan / más
vida en los tuyos / y contemplo indignada cuántas contradicciones nos acechan”.
Hay una parte lúcida del amor que da la madurez y algunos
desengaños: “Para despertar descubriendo, / que el esmalte de las uñas debió
quedarse atrapado / en el estropajo con el que se fregaron las copas”, el
momento “Cuando Penélope con la copa vacía percibe / que no habrá beso de vino”.
No se olivan algunos reproches, “Hoy que no me tocas / que no soy sombra…” (Vienes a mi playa). En ese punto de la vida hay que tomar
conciencia, “Porque a veces toca / replegar las velas, / recoger el neceser,
las zapatillas / y el cepillo de dientes e irse” (Otra navidad sin rosco de Reyes). En el fondo, hay que preguntarse “si
/ es preferible lo efímero a lo eterno”,
La mirada a la infancia con la nostalgia de la fragua tras
la ventana y los libros de EGB: “Y agradecía más que nunca, / que a una fragua,
a un yunque, a los martillos… / y a quienes estaban detrás / yo les deba hoy,
la vida”, y la despreocupación de los pocos años, en el poema dedicado a Desiré
Ortega. Por eso tiene siempre presente la autora que “Y te construyes un mundo
/ siempre de ilusiones, / en el que a pesar de la careta de adulto, / seguimos
escondiendo almas de niños”. Precisamente se recrea, entre otros paisajes
gaditanos, en la playa como símbolo, “y seré nadie en mi playa. / Tan
deshabitada como mi cuerpo” (Playa
deshabitada).
Botones en
ninguna parte). La primavera como metáfora (lógico, llamándose Flores). El
otoño, en cambio, es la metáfora del fin.
Se encuentra cómoda Blanca Flores con las metáforas de
costura y educación: “Y camino a sabiendas / de que eres la falta de ortografía
/ del renglón torcido” (
En la vena más reflexiva del poemario se cuestiona “Mientras
me pregunto / qué haremos con las arrugas / que rodean nuestros ojos” (Azotea). También sobre la injusticia
íntima del mundo: “Y la gente se cree que ante la bondad tiene derecho a una
respuesta” (Reflexionando). Sin
embargo, vivir es disfrutar de lo cotidiano, nos enseña Blanca Flores, el
cafelito y el pan caliente. Por mucho que sepamos que todos sufrimos, a pesar
de todo el dolor, ella nos da los “Buenos días desde la cuneta”. La realidad
consiste en darse cuenta de que “Viviste. Si eso era suicidarte, /que esa vida
nos mata” (Despedida”), dejar de
vivir por haber vivido. Como conclusión, diremos con Blanca Flores que:
“No puede resumirse
una vida entre un oloroso y un amontillado. ¿O sí?”
Tienes una gran habilidad para hacer reseñas que me hacen querer leer el libro. Sensibles.
ResponderEliminarMe estás descubriendo un mundo nuevo. Gracias