No sé quién dijo que para ser universal hay que ser
radicalmente local. Igual es una sentencia sin sentido alguno, con la
apariencia de sabiduría que da la paradoja. De todas formas, hoy comienzo con
la noticia de que mi pueblo, Rota, va a promocionarse en la feria del turismo,
Fitur, con las pizzas. Para quien no esté al tanto del asunto puede parecerle
muy extraño, pero tiene su razón de ser. Todo el mundo sabe que las pizzas es
un invento de ida y vuelta entre Italia y Estados Unidos, con origen en un
sitio y difusión en otro de tan enrevesada manera que hay sospechas de que la
pizza estadounidense sea un invento autóctono exportado al lugar de sus raíces.
El caso es que las pizzas norteamericanas son sustancialmente distintas de las
que se pueden probar en los restaurantes italianos de todo el mundo.
La base
naval de Rota puso en contacto a partir de finales de los años 50 una comunidad
pequeña, de carácter campesino y marinero, con un universo completamente ajeno.
Pero no sólo porque desembarcaran marines
de todas las razas y colores (afroamericanos, filipinos, protestantes, testigos
de Jehová, midiendo 2x2 metros o siendo apenas diferentes en el deje), también
fue impactante por la cantidad ingente de personas que vinieron a trabajar en
la construcción del recinto y terminaron contratadas en los múltiples oficios
que se ofrecían, la mayoría de ellos con carácter de trabajador en el
extranjero. El segundo restaurante chino establecido en España fue en Rota. La
radio de la Base trajo el rock, como se ha insistido muchas veces, pero también
la música disco y el rap mucho antes que pudiéramos verlo en televisión. Y así,
conocieron los roteños nuevos tejidos, los potitos,
bolígrafos con faja plateada del US
Government y nos acostumbramos a nuevas realidades como la chopatrol (shore patrol, patrulla
costera), la pica (pick up,
furgoneta de la policía militar que recogía – pick up– a los
alborotadores), o el neivicheinch (Navy Exchange,
o grandes almacenes en cuyas estanterías reposan todos los exóticos productos
del Nuevo Mundo). Realizar un inventario del impacto cultural que supuso la
base naval es tarea colectiva pendiente que muchos hemos querido, sin éxito, abordar.
Fruto
también de esta mezcla fueron las salas de fiestas que ya cerraron y la
gastronomía mixta. El número de hamburgueserías y pizzerías de la localidad
supera en mucho la proporción que se puede encontrar en otros lugares similares
en cuanto a número de habitantes. La pizza que se hace en estos locales difiere
notablemente de las pizzas de los restaurantes italianos, pero también de los
americanos. Por ejemplo, no se suele cortar la pizza en porciones triangulares,
como se hace en los Estados Unidos, se divide por la mitad y luego en franjas
perpendiculares que distinguen los picos, con mucho borde, de las otras
raciones. Puede ser un detalle trivial, pero es un ejemplo de la idiosincrasia,
que, por supuesto, también alcanza a su sabor. Este año, entonces, los
encargados del turismo de la corporación municipal han decidido hacer bandera
de esta peculiaridad culinaria.
Por supuesto
han surgido voces discordantes. Siempre hay voces discordantes sobre cualquier
decisión política. Sin embargo, hay un matiz distinto. Parece que ha prendido
un poco el orgullo de lo tradicional y el rechazo hacia lo que se considera una
intromisión foránea. Aunque sea conocida y celebrada por muchísimos
veraneantes, no se estima, por parte de un considerable sector de la opinión pública
local, que deba ser representativa de la identidad roteña. Se prefieren otros
platos como el arranque (especie de
salmorejo, mucho más denso) o la urta a
la roteña (que tampoco debe tener muchos más años que el establecimiento de
los americanos en la villa).
Es un
ejemplo de algo de lo que somos conscientes en el pueblo. Rota vive, en cierta
forma, de espaldas a la Base, cuya sombra planea por el pueblo como el Castillo
en el relato de Kafka. Aunque muchos, muchísimos puestos de trabajo dependen
directa o indirectamente del establecimiento militar, aunque todos reconozcan
su importancia, somos muy reacios a identificarnos con la Base. Al contrario,
tendemos a forjarnos un imaginario identitario en el que la Base no existe. No
siempre es así, por supuesto, hay diversos estudios al respecto. También la
última novela de Felipe Benítez Reyes, El azar y viceversa, explora esa
confluencia en los años 70. El entonces jovencísimo José Antonio Lucero, a
propósito de un asesinato, en un ambiente casi de Twin Peaks, sitúa Marianela,
1972 con la relación del pueblo con la Base de fondo.
Muy
significativo resulta analizar los pregones que se realizan con motivo de las
fiestas patronales o de semana santa. Además de la exaltación de los valores
propios del motivo del pregón, siempre tienen un rinconcito para la nostalgia.
El efecto emotivo es sobresaliente en la audiencia. Los juegos infantiles, los
dulces de 'Cositas Buenas', el entrañable vendedor ambulante; monumentos, el
viejo espigón del muelle, calles que se han perdido, el origen pesquero, la
mayetería (agricultura tradicional retratada por Pedro Antonio de Alarcón en un
pequeño relato, El libro talonario)…
todo un abanico de recuerdos y añoranzas ente las que no tiene lugar la base
naval. Aunque nos haya marcado nuestra infancia huir de la pica y de los
marines de la VI Flota, aunque recordemos con añoranza los jerseys americanos,
o los chicles, o la cocacola de la Base, no estimamos conveniente asumir estas
características como identitarias. Lo ocultamos como se intenta hacer pasar desapercibido
a ese familiar tarambana que es la oveja negra de la estirpe.
Y es normal.
Por una parte, por el rechazo al imperialismo, a esa colonización que supuso
tener un territorio dominado por la Superpotencia. También por el aspecto
militar, con su pasión por lo secreto. Y, en cierta manera, por el servilismo
ante tan poderoso amo. Un orgullo patrio que puede afectar tanto a los que se
definen de izquierda como a los de derechas.
La formación
de la identidad de una comunidad es siempre una construcción, proceso que tiene
sus olvidos, su selección más o menos consciente. La búsqueda de las
características que nos identifiquen, las vivencias comunes que nos unen y las
que nos diferencias y distinguen de los pueblos vecinos. No tenemos necesidad
de distinguirnos de los lejanos, sino de los que son casi como nosotros. La
sombra de la Base Naval podría ser el elemento distintivo, la seña de identidad
definitiva, aunque sea una identidad mestiza.
Mestizas, como todas
las identidades.
Ay estos yankis que mnalos son :)
ResponderEliminarDifícil apreciar el relato sin tener ni idea de la localidad que describes.
ResponderEliminarMe imagino que pasó lo mismo en Madrid Torrejón) o en Zaragoza.
Independientemente, las descripciones y el resto como siempre geniales. Un gusto poder leerte
Malditos gringos!
ResponderEliminarNo te gustan nada los americanos 😂😂
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