domingo, 22 de abril de 2018

Teoría eléctrica del amor



El mundo de las metáforas es apasionante y más apasionante es, nunca mejor dicho, el mundo del amor. La experiencia del amor es tan intensa que el lenguaje demuestra ser una herramienta muy poco eficaz para transmitir las emociones que suscita, o para simplemente, expresarse y comprenderse. Hielo abrasador,  fuego helado, libertad encarcelada… la paradoja y el oxímoron parecen ser los únicos medios que pueden acercarse a la pasión.
                Los estudiosos que se han ocupado de ello, como los encargados de analizar el deseo, tropiezan también con las complicaciones de un sentimiento poliédrico, para el que unas lenguas se desdoblan, como en el griego clásico (filia, ágape, eros) y otras se asimilan, como en la sociedad americana actual que cobija en San Valentín a los amores más románticos con las amistades más castas.
                Los programas de citas, los date shows, son experimentos muy sugerentes, no porque seamos tan ingenuos de pensar que se expresan con sinceridad y que no está nada en el guion, que todo es espontáneo. Nada de eso, son interesantes desde el punto de vista de la sociología porque las explicaciones están racionalizadas, es decir, tamizadas por el filtro de lo que los personajes –o los guionistas– piensan que es socialmente adecuado. La deseabilidad social es una manera muy básica de acercarnos al Imaginario.
                Poco a poco estos programas han establecido unos parámetros muy concretos de cómo debe aparecer el enamoramiento a la vez que ofrecen salidas honorables a la decepción y el fracaso. No parece socialmente aceptable decirle a la cara a un participante que no quieres una segunda cita porque su aspecto físico no le parece atractivo. Por supuesto, se puede comprobar que no todos los llamados son educados y caballerosos. Los hay que, bajo el escudo de la honestidad brutal y la sinceridad primaria, sueltan lo primero que han pensado, retratándose mucho más éstos que los pobres rechazados.
                La excusa estrella es: no ha surgido la chispa.
                La metáfora eléctrica del amor es brillante –valga la ocurrencia– porque recoge y actualiza el concepto romántico del enamoramiento fortuito, con la belleza del instante y la peligrosidad del incendio. Supera, además, el universo metafórico de la enfermedad y las locuras de amor en paralelo a un proceso de patologización de la vida cotidiana que tan bien estudia Eva Illouz (si no encuentro el amor nunca podré ser feliz, y no lo encuentro porque tengo algún déficit psicológico que impide las relaciones).
                La chispa del amor permite salir airoso a quien se ha decepcionado con el físico, o la personalidad del partenaire, sin tener que ofender. No eres tú, tampoco soy yo, es que no ha surgido la chispa. La chispa que salta cuando se conectan dos cables con mucha tensión. La conexión no es la adecuada, salvando así la autoestima de ambos pretendientes. No es culpa de nadie, no es mi decisión. Yo sólo constato que no ha surgido “la chispa”.
Consigue, también navegar entre las turbulentas aguas de la libertad y la atracción. En lugar de una conquista –metáfora bélica intolerable para describir las relaciones humanas–, se prefiere el magnetismo –animal o no– de la corriente eléctrica. La paradoja de la cárcel de amor de Diego de San Pedro o la libertad encarcelada de Quevedo tornan ahora fenómeno electromagnético.
                La chispa es el elemento no predecible, la irracionalidad que se convierte en la razón del amor y del desamor. Justifica que no se despierte –bonita metáfora también– el deseo ante una pareja que puede tener, a priori, las mejores cualidades; y justifica que sintamos la atracción por alguien que, en nuestro interior sabemos, no nos conviene. Camufla algo torpemente el deseo y deja entrever la tensión sexual, que es otro término de la metáfora eléctrica del amor.
                El magnetismo fue un término muy usado para describir el encanto, el charme, de ciertos individuos que disfrutaban –y mostraban– mucho éxito en la seducción. Si bien Juan Tenorio o Miguel de Mañara eran unos canallas irresistibles, pero unos canallas –como diría Holly Golightly en Desayuno con Diamantes–, el magnetismo de los seductores del siglo XX es irresistible y físico, hijo del mesmerismo, muy lejos de los hechizos y las pócimas amorosas medievales. El canalla engaña, el seductor no, quien cae en sus redes sabe que está siendo engañado, pero se siente irresistiblemente atraído, como las limaduras de hierro ante el imán.
                Para un roto y para un descosido, la falta de chispa es la causa de la ruptura de las parejas, la llegada de la monotonía, las frustraciones acumuladas, los desencuentros y las decepciones, la falta de magia porque y a todo es conocido, acarrea la disminución de la tensión eléctrica entre la pareja. Ya no están enamorados. Al faltar la chispa, conviven, se pueden querer como sólo la costumbre sabe hacerlo, pero se desvanece el interés. Se acaba la chispa.
                Parte de su éxito también puede apoyarse en la teoría cerebral en la que las neuronas se conectan entre sí mediante micro-corrientes eléctricas, la sinapsis electro-química y que está detrás de expresiones como “se le han cruzado los cables” cuando queremos expresar que alguien se comporta de manera inadecuada y algo pasional o violenta (lo que viene a ser perder los papeles). A uno le vienen a la memoria las imágenes con las que el recientemente fallecido Milos Forman ilustraba su adaptación de Alguien voló sobre el nido del cuco. Imposible olvidar las convulsiones de Jack Nicholson mordiendo un trozo de cuero. A partir de los estudios de principios del siglo XX sobre la actividad cerebral se populariza la imagen del cableado neuronal y la posibilidad de alterar o destruir la conciencia a través de estimulación eléctrica. También decimos de alguien que posee una inteligencia despierta y rapidez de reflejos en las respuestas que tiene mucha chispa. Aunque sea inducida químicamente a través del alcohol, cuando estamos achispados[1].
                Gran parte del éxito –aunque no es imprescindible– de una metáfora es su capacidad de  mostrarse afín a diferentes enfoques. Si mediante el chispazo puede sonar coherente lo que sabemos del cerebro –psicología folk–, lo que el imaginario colectivo sobre el amor tiene establecido tradicionalmente –un impulso irrefrenable más allá de toda lógica–  y la deseabilidad social –no queremos ser malas personas–, tendremos en marcha una teoría eléctrica del amor.
                El amor, quien lo probó lo sabe.


[1] Hay incluso una teoría eléctrica de la poesía, pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.

4 comentarios:

  1. Me encanta, como siempre tan perspicaz. "La chispa del amor" gracioso concepto, expuesto de una manera brillante.

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  2. Mi querido amigo, como siempre tu brillantez expresiva, es deliciosamente encantadora en este singular y maravilloso artículo que nos habla de algo tan desconocido y tan común como es el amor. MAGNÍFICO.

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  3. ...andaba yo buscado una metáfora, a sabiendas de que el amor tiene mucho de impulso eléctrico cuando te sorprende y no está planificado... y me he encontrado con este texto... me ha encantado y está brillantemente descrito. Más que leer, parece que lo he visto...

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