El mundo de las
metáforas es apasionante y más apasionante es, nunca mejor dicho, el mundo del
amor. La experiencia del amor es tan intensa que el lenguaje demuestra ser una
herramienta muy poco eficaz para transmitir las emociones que suscita, o para
simplemente, expresarse y comprenderse. Hielo
abrasador, fuego helado, libertad
encarcelada… la paradoja y el oxímoron parecen ser los únicos medios que
pueden acercarse a la pasión.
Los estudiosos que se han
ocupado de ello, como los encargados de analizar el deseo, tropiezan también
con las complicaciones de un sentimiento poliédrico, para el que unas lenguas
se desdoblan, como en el griego clásico (filia,
ágape, eros) y otras se asimilan, como en la sociedad americana actual que
cobija en San Valentín a los amores más románticos con las amistades más
castas.
Los programas de citas, los date shows, son experimentos muy
sugerentes, no porque seamos tan ingenuos de pensar que se expresan con
sinceridad y que no está nada en el guion, que todo es espontáneo. Nada de eso,
son interesantes desde el punto de vista de la sociología porque las
explicaciones están racionalizadas, es decir, tamizadas por el filtro de lo que
los personajes –o los guionistas– piensan que es socialmente adecuado. La
deseabilidad social es una manera muy básica de acercarnos al Imaginario.
Poco a poco estos programas han
establecido unos parámetros muy concretos de cómo debe aparecer el
enamoramiento a la vez que ofrecen salidas honorables a la decepción y el
fracaso. No parece socialmente aceptable decirle a la cara a un participante
que no quieres una segunda cita porque su aspecto físico no le parece
atractivo. Por supuesto, se puede comprobar que no todos los llamados son
educados y caballerosos. Los hay que, bajo el escudo de la honestidad brutal y
la sinceridad primaria, sueltan lo primero que han pensado, retratándose mucho
más éstos que los pobres rechazados.
La excusa estrella es: no ha
surgido la chispa.
La metáfora eléctrica del amor
es brillante –valga la ocurrencia– porque recoge y actualiza el concepto
romántico del enamoramiento fortuito, con la belleza del instante y la
peligrosidad del incendio. Supera, además, el universo metafórico de la
enfermedad y las locuras de amor en paralelo a un proceso de patologización de
la vida cotidiana que tan bien estudia Eva Illouz (si no encuentro el amor nunca podré ser feliz, y no lo encuentro porque
tengo algún déficit psicológico que impide las relaciones).
La chispa del amor permite salir
airoso a quien se ha decepcionado con el físico, o la personalidad del partenaire, sin tener que ofender. No
eres tú, tampoco soy yo, es que no ha surgido la chispa. La chispa que salta
cuando se conectan dos cables con mucha tensión. La conexión no es la adecuada,
salvando así la autoestima de ambos pretendientes. No es culpa de nadie, no es
mi decisión. Yo sólo constato que no ha surgido “la chispa”.
Consigue,
también navegar entre las turbulentas aguas de la libertad y la atracción. En
lugar de una conquista –metáfora bélica intolerable para describir las
relaciones humanas–, se prefiere el magnetismo –animal o no– de la corriente
eléctrica. La paradoja de la cárcel de
amor de Diego de San Pedro o la libertad
encarcelada de Quevedo tornan ahora fenómeno electromagnético.
La chispa es el elemento no
predecible, la irracionalidad que se convierte en la razón del amor y del
desamor. Justifica que no se despierte –bonita metáfora también– el deseo ante
una pareja que puede tener, a priori,
las mejores cualidades; y justifica que sintamos la atracción por alguien que,
en nuestro interior sabemos, no nos conviene. Camufla algo torpemente el deseo
y deja entrever la tensión sexual, que es otro término de la metáfora eléctrica
del amor.
El magnetismo fue un término muy
usado para describir el encanto, el charme,
de ciertos individuos que disfrutaban –y mostraban– mucho éxito en la
seducción. Si bien Juan Tenorio o Miguel de Mañara eran unos canallas
irresistibles, pero unos canallas –como diría Holly Golightly en Desayuno con Diamantes–, el magnetismo
de los seductores del siglo XX es irresistible y físico, hijo del mesmerismo,
muy lejos de los hechizos y las pócimas amorosas medievales. El canalla engaña,
el seductor no, quien cae en sus redes sabe que está siendo engañado, pero se siente
irresistiblemente atraído, como las limaduras de hierro ante el imán.
Para un roto y para un
descosido, la falta de chispa es la causa de la ruptura de las parejas, la
llegada de la monotonía, las frustraciones acumuladas, los desencuentros y las
decepciones, la falta de magia porque y a todo es conocido, acarrea la
disminución de la tensión eléctrica entre la pareja. Ya no están enamorados. Al
faltar la chispa, conviven, se pueden querer como sólo la costumbre sabe
hacerlo, pero se desvanece el interés. Se acaba la chispa.
Parte de su éxito también puede
apoyarse en la teoría cerebral en la que las neuronas se conectan entre sí
mediante micro-corrientes eléctricas, la sinapsis electro-química y que está
detrás de expresiones como “se le han cruzado los cables” cuando queremos
expresar que alguien se comporta de manera inadecuada y algo pasional o
violenta (lo que viene a ser perder los papeles). A uno le vienen a la memoria
las imágenes con las que el recientemente fallecido Milos Forman ilustraba su
adaptación de Alguien voló sobre el nido
del cuco. Imposible olvidar las convulsiones de Jack Nicholson mordiendo un
trozo de cuero. A partir de los estudios de principios del siglo XX sobre la
actividad cerebral se populariza la imagen del cableado neuronal y la posibilidad de alterar o destruir la
conciencia a través de estimulación eléctrica. También decimos de alguien que
posee una inteligencia despierta y rapidez de reflejos en las respuestas que
tiene mucha chispa. Aunque sea inducida químicamente a través del alcohol,
cuando estamos achispados[1].
Gran parte del éxito –aunque no
es imprescindible– de una metáfora es su capacidad de mostrarse afín a diferentes enfoques. Si
mediante el chispazo puede sonar coherente lo que sabemos del cerebro –psicología
folk–, lo que el imaginario colectivo
sobre el amor tiene establecido tradicionalmente –un impulso irrefrenable más
allá de toda lógica– y la deseabilidad
social –no queremos ser malas personas–, tendremos en marcha una teoría
eléctrica del amor.
El amor, quien lo probó lo sabe.
[1] Hay
incluso una teoría eléctrica de la poesía, pero esa es otra historia y será
contada en otra ocasión.
Me encanta, como siempre tan perspicaz. "La chispa del amor" gracioso concepto, expuesto de una manera brillante.
ResponderEliminarMi querido amigo, como siempre tu brillantez expresiva, es deliciosamente encantadora en este singular y maravilloso artículo que nos habla de algo tan desconocido y tan común como es el amor. MAGNÍFICO.
ResponderEliminar...andaba yo buscado una metáfora, a sabiendas de que el amor tiene mucho de impulso eléctrico cuando te sorprende y no está planificado... y me he encontrado con este texto... me ha encantado y está brillantemente descrito. Más que leer, parece que lo he visto...
ResponderEliminarMuchas gracias zenobiaq. Me alegra que te resulte útil
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