Algo tendrá el
agua, se suele decir, cuando la bendicen. Y algo tendrá el humor cuando lo
prohíben los regímenes autoritarios. Se tiene por asentado el gran poder que
puede llegar a mostrar el humor combativo, tanto cuando se dirige hacia las más
altas esferas, como cuando apunta al escarnio de los más débiles o cuando
blasfema sobre lo más santo. La sátira política puede llegar a ser un arma muy
efectiva para enfrentarse a figuras que basan su poder en la creación y
mantenimiento de un aura de majestad por encima de toda crítica. Esas figuras
incorruptibles, pretendidamente perfectas y magníficas, siempre dotadas de
pomposidad y boato, que parece que andan sin pisar el suelo, que ni siquiera
desprenden olor, esas figuras son aquellas que caen estrepitosamente cuando el
niño señala que el Emperador está desnudo.
Es quizás por ello que tenemos
santificada la función del humor como crítica social y política, más aún, por
el beneplácito de Mijail Bajtin quien puso de relieve la función crítica del
carnaval y la mordacidad mundana. De su análisis, sin embargo, también se
extrae la paradójica conclusión de que esa descarga puntual de crítica feroz es
también utilizada como válvula de escape y que, al final, las aguas vuelvan a
su cauce. El poder permite al bufón para poder seguir siendo el poder. Permite
que se suban a las barbas mientras le dejen tenerlas y recortar las de los
demás.
España tiene una espléndida
tradición de humor político –gráfico principalmente–. Esta tradición, que
comienza con revistas como La
Flaca o El Loro, y se
continúa –tímidadmente– con La Codorniz, el
Jueves, el Papus,
Mongolia… termina aterrizando en
televisión. Quizás, en estos momentos, El Intermedio puede ser el ejemplo más
representativo. El triunfo de las redes sociales ha permitido la irrupción del
fenómeno de los memes y, en un nivel
mayormente textual, los hilos de Twitter y los ya famosos zascas épicos. El humor corre de smartphone en smartphone,
de tableta a pantalla y de pantalla a prensa convencional. Es verdaderamente
digno de admiración la rapidez y el ingenio brillante que hacen gala los
usuarios en tiempo récord tras una noticia. Cualquier acontecimiento termina
teniendo su reflejo inmediato en un chascarrillo, en una imagen, un comentario,
que, además de crítico, demuestra, en muchísimas ocasiones, un talento
descomunal.
Además de los usuarios anónimos
tenemos verdaderos profesionales de los 140 caracteres (no les hace falta más),
como Gerardo Tecé o, en un
tono más de humor negro, Camilo
de Ory, por citar sólo un par de celebrities
del mundillo, cuyos desvaríos son compartidos por miles de seguidores.
Es la democracia, pensamos. Es
una manera de criticar y, de esta forma, socavar el poder de las instituciones.
Memes contra el presidente de gobierno, contra la presidenta de la Junta,
contra el independentismo o a favor de la estelada… Damos por sentado que, si
Franco, que era un dictador, no permitía el humor contra su persona, es que el
humor tiene acceso poderoso con intención de destruir mayorías absolutas, de
volver a los votantes en contra, de acabar con la corrupción a golpe de chiste.
Creo firmemente en la necesidad
democrática del humor, de la imperiosa necesidad de cuidar la libertad de
expresión, de la salud de la blasfemia, de la falta de respeto. No porque haya
que ser políticamente incorrectos, al contrario, creo que la corrección
política consiste en reírte de los que están sobre ti. Cuestión muy distinta es
aprovechar tu situación de poder para reírte del que está en desventaja, de
minorías marginadas, de quienes no se pueden defender. Esa crueldad gratuita
contra quien no puede defenderse creo que está fuera de lugar, aunque dudaría
mucho en prohibirla en general, habría que mirar caso por caso y con extrema
cautela. Lo que sí me propondría sería criticarla como ciudadano: censurar en
el sentido de mostrar mi desacuerdo, pero no en el sentido de llevarla a juicio
salvo, como digo, casos concretos de injurias o peligro para quienes no se
pueden defender. El Poder, en cambio, sí que tiene armas para defenderse, todos
los Aparatos Represivos e Ideológicos los tiene a su disposición.
Sin embargo, siempre hay un sin
embargo, dudo muchísimo del poder efectivo del humor. Más bien creo que puede
convertirse en un boomerang. ¿En cuántas ocasiones no se ha vuelto la broma
contra quien la lanzaba? Sólo recordaré dos casos. La popularidad de Esperanza
Aguirre tuvo uno de sus pilares en la crítica constante que se le hacía desde Caiga
quien caiga, el programa de humor que lideraba hace más de 20 años, José
María Monzón, alias Gran Wyoming. El otro ejemplo lo tenemos al otro lado del
Atlántico. Cuanta más crítica y más humor se haga contra el presidente Donald
Trump parece que consigue mayor popularidad. No solamente son inmunes a este
tipo de críticas, parece que se alimentan de ellas.
Decían los antiguos que las
palabras no hieren. El humor tampoco. Y llevado al extremo irreflexivo,
trivializa los asuntos. Es una cualidad que tiene el humor. Por eso en los
momentos más tensos se recurre al chiste que aligera la tensión. Si la crítica
sólo consiste en unas cuantas decenas de chascarrillos y unos pocos de memes
distribuidos alegremente por las redes, los políticos corruptos no tienen nada
que temer. Al contrario, puede pasar como los personajes de las comedias
españolas, esos que son fieros machistas, xenófobos irredentos, casposos
añoradores de la dictadura, bordes y desagradables que consiguen caer
simpáticos a la audiencia que se encariña de ellos y los dota de unas
cualidades humanas.
Rebajando la tragedia,
trivializando el tremendo caos político podemos reírnos un poco, sentirnos
acompañados en nuestra indignación. Sin embargo, la indignación se queda ahí,
en un megusta, en un compartir, en contarlo en la barra de la
cafetería, en pasarlo por el guasap…
El político de turno salpicado por el escándalo aguanta el chaparrón, asume su
papel, le ríe las gracias al bufón… y continúa en su puesto. Menos memes y más
demandas judiciales, menos ingenio y más celeridad en la justicia, menos
talento y más cambio de voto. Quizás alguno piense que la crítica con humor
entra, pero, como demuestran Cambridge Analytica, el mensaje tiene que estar
bien dirigido. No vale la pena malgastarlo entre quienes ya están convencidos
de antemano.
Precisamente por las redes
corren unas palabras atribuidas a René, Residente, de Calle 13: el pueblo hace
memes de los políticos, pero son los políticos los que se siguen riendo del
pueblo”.
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