El asesinato vil
de Laura Luelmo ha despertado la consternación y la repulsa unánime de la
sociedad. Sin embargo, a diferencia de otras ocasiones es apreciable en el
debate público, en especial en las redes sociales, aunque también fuera de
ellas, en la arena pública. No hay unanimidad en las reacciones. Hay, de hecho
un enfrentamiento entre posturas ciertamente contrarias.
Suele ser, tristemente, común
que cada uno acerque el ascua a su sardina y las distintas posturas ideológicas
están aprovechando no para exponer su diagnóstico, sino, principalmente para
atacar a los contrarios.
Desde posturas feministas somos
conscientes de que este no es un hecho aislado, que toda una estructura social
apoya el machismo y que este es un crimen machista, en el que la víctima lo es
sólo por el hecho de ser mujer. No se trata de un atraco a un banco en el que
resulten heridas personas cuya identidad no se conocía de antemano. Estamos
hablando de alguien que ha secuestrado y asesinado a una mujer. Y no es la
primera.
La complicidad de la sociedad y
la pasividad con la que los varones a veces nos tomamos estas cuestiones es
denunciada. No por odio a los hombres, sino por la urgencia de poner remedio a
muchos siglos de “la maté porque era mía”, a la violencia física como medio
para conseguir satisfacer cualquier deseo.
Por otro lado están aquellos que
son incapaces de comprender las condiciones sociales de los delitos e insisten
en el carácter individual del delincuente. Aquí encuentran el ejemplo de un ser
monstruoso, un psicópata incapaz de rehabilitarse y vivir en sociedad. La única
solución es apartarlo definitivamente de la sociedad, con la cadena perpetua
(que no sería revisable, sino que sería de por vida) o la pena de muerte. No
sirve de nada comprobar que son medidas inútiles para contener el crimen y que
dependen en gran medida de la capacidad económica del acusado y la calidad de
la defensa que pueda costearse. Es una decisión clara. Los varones no son
malos, son personas como estas que se demuestran incapaces de rehabilitación.
El matiz está en insistir en que
no es una violencia de género, que no hay género en la violencia, sino que se
trata de individuos que matan a individuos. Este tipo de mensajes no se
comparten para defender una postura, sino para atacar la posición feminista.
Por supuesto que hay crímenes
cometidos por mujeres, lo que se debe poner en el punto de mira es hasta qué
punto la complicidad de la sociedad sobre el machismo influye en que todavía se
cometan estos crímenes atroces. Cada vez que un político, una figura pública, un
artista o un cuñado insiste en las denuncias falsas, en la victimización del
varón por las feministas, en el término feminazi,
en que “nos están matando” es una exageración, estamos dando alas a las
conciencias de muchos sobre cuyas conciencias ronda todavía el recurso a la
violencia contra las mujeres.
Antes de que la violencia se
lleve a cabo aparece en la mente como una posibilidad, como reprobable pero
factible. Y cada vez que atacamos a quienes están intentando erradicar esa
posibilidad, estamos ejerciendo una contrafuerza perturbadora.
El crimen lo ha cometido un
varón sobre una mujer. Y eso no es casualidad. Llevamos una tradición que
consideraba menos grave un asesinato si el marido encontraba en flagrante
adulterio a su mujer.
¿Qué pretenden conseguir quienes
comparten estos mensajes? Probablemente estén pensando en debilitar la
legislación feminista, la ley de violencia de género, los recursos destinados a
luchar contra ella. Porque, reconozcámoslo, los talonarios para las partidas presupuestarias
se mueven demasiado a menudo a golpe de encuestas, buscando la aprobación
social y todo este antifeminismo lo único que refrenda es la falta de fondos y
de fuerza social para luchar contra los crímenes machistas.
Igual que no es el momento de
legislar en medio de la indignación, no es en absoluto el momento de recordar
que hay muchos crímenes distintos. Es ofensivo, es una falta de respeto a las
víctimas.
Aprovechar el momento para
atacar políticamente al gobierno puede ser rastrero. Insistir en esa especie de
populismo penal, amenazar con endurecer las penas, con la prisión permanente
(poco) revisable o incluso con la pena de muerte no soluciona el problema. De
hecho, ya está en marcha y no ha evitado este crimen atroz. ¿Qué sentido tiene?
Básicamente expresar la más absoluta repulsión y pensar que cuanto más tiempo
permanezca un animal en la cárcel, más segura estará la sociedad.
Se insiste en la existencia de
psicópatas de furia ciega en lugar de ser conscientes de que las víctimas no
son aleatorias, son mujeres a las que se roba, maltrata o viola. No son perros
que muerden al primero que se les cruza por el camino. Y mientras no seamos
conscientes de ello no pondremos remedios eficaces.
Debemos considerar que es un
problema nuestro, que no afecta sólo a las mujeres. Y no porque las mujeres
sean nuestras esposas, hijas o madres. Cada vida humana es un fin en sí mismo y
sentimos como propia cualquier humillación y cualquier dolor que sufran. No
podemos permanecer impasibles como si fuera el problema de otros.
Todos deberíamos poder andar sin
riesgos, correr sin miedo, vestir y comportarnos sin que nadie entienda que
puede aprovecharse de nosotros. Y los hombres, todos los hombres, tenemos una
responsabilidad heredada de una posición de privilegio para revertir estas
conductas. Desde las situaciones embarazosas en las empresas o en la calle,
hasta la repulsa pública de estos crímenes.
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