Nos encontramos aquí con un documento de enorme interés en cuanto a su
contenido, pero, sobre todo, porque, además del testimonio de una época,
podemos disfrutar de una depurada prosa. El interés reside tanto en el texto en
sí mismo como en la noticia de ciertos aspectos poco conocidos de la vida cultural
de finales de los años 50 con jugosas y malvadas apreciaciones de sus
contemporáneos. Souvirón es hombre del Régimen (hace explícito aprecio por Blas
Piñar: “Con Blas se trata uno claramente, como un hombre sin caparazón”, 25
marzo 1957, p. 229), profundamente religioso aún reconociendo sus propias flaquezas.
Aporta, quizás con Mercedes Fórmica, algo de luz a aquella época tan de
tinieblas, al famoso páramo cultural que quedó después de la guerra civil con
la intelectualidad en el exilio exterior y en el exilio interior.
José María Souvirón
ahora es un autor poco conocido, nacido en 1904 en Málaga, pertenece por tanto,
según la edad, a la Generación del 27 y con muchos de ellos guarda una estrecha
relación. Fue un poeta de desigual fortuna, también se dedicó a la narrativa, Cristo en Torremolinos (1963) fue su
mayor éxito, y trabajó de articulista (valga como ejemplo la serie Cartas a un muchacho, 1962). Quizás el
ensayo fue su forma de expresión más lograda. Compartena visión “poética” del
conocimiento.
El desarraigo
existencial pudo ser una potente motivación para escribir este diario, pero
también hay que reseñar la voluntad explícita por ejercitar la escritura y la
introspección con la disciplina propia del ejercicio físico. Es clave la
influencia de Julien Green. Comenzó a inicios de otoño de 1955, casi a los 50
años de edad, coincidiendo, por un lado, con su madurez personal y, por otro,
con la circunstancia de su reciente regreso a España desde Chile. Esta es una
admirable edición y estudio preliminar de Javier La Beira y Daniel Ramos López,
de la que únicamente se echa en falta un índice onomástico y analítico para
mejor manejo del volumen.
“Empiezo a
escribir este diario, principalmente «por acompañarme». Lo empiezo en una época
de mi vida en la que predomina cierto sosiego exterior (el interior no es tan
fácil de alcanzar para mí.) … He amado, he odiado, he sido amado, he sido
detestado, he vuelto a amara. Hoy estoy más bien solo […]. He sentido la
soledad de Dios (por mi culpa) y su compañía incomparable.
He escrito libros,
he tenido hijos, he plantado árboles.
He pasado una
noche entera dispuesto a matar a una persona […] No sé qué más puedo pedir” (25
septiembre 1955, p. 89)
Hay una evocación del pasado, pero, sobre todo, como señalan los
editores en el prólogo: “dos claves de bóveda que sustentan la obra: la
confesión y el testimonio” (p. 48). La sinceridad es probada en los comentarios
más o menos críticos y su voluntad de “compromiso extremo con la sinceridad”: “La
verdad: escribo este diario para mí, pero con cierto deseo de que pudieran leer
otras personas” (9 octubre 1955, p. 92). Se aprecian sus dudas, “Un diario no
es una urna desinfectada y esterilizada, pero tampoco un vomitorio o un
retrete” (5 de julio 1957, p. 259).
Sentarse a escribir un diario no carece de cierto espíritu melancólico,
especialmente cuando se lamenta de ser injustamente tratado por la crítica.
Predomina la vivencia de la sentimentalidad, no sólo en los pasajes referidos
al enamoramiento, son fundamentales los amigos, la familia tanto como la
soledad o la angustia por el paso del tiempo (“¡Oh, qué anciano soy, Dios
Santo, oh, qué anciano soy!”, 25 diciembre 1957, p. 321). Citando a Verlaine, describe: “Día tristón. Bebo mucho. Voy al cine y no
me distraigo. Hace mucho viento «Le vent de l’autre nuir a jeté bas l’amour»”
(20 enero 1956, p. 107).
Además de la
descripción íntima, nos resulta apasionante el testimonio de su vida personal y
de una época. Desde dentro del grupo de Leopoldo Panero y Luis Rosales, habitan
en sus páginas, sin embargo, otros artistas, políticos y personajes de la vida
de finales de los 50. El relato subjetivo es lo que nos importa en estos casos.
El componente religioso es tan importante como el prisma de crítico cultural:
“Defender a Baudelaire como cristiano
(no como cristiano «que se ignora» sino que se sabe tal) era una empresa
complicada. Pero lo he conseguido, y sin «concesiones», sin negar lo que hubo
de bárbaro y de damné en aquel poeta,
quizás el mayor del mundo” (26 marzo 1957, p. 229). Opina Souvirón sobre las
exposiciones a las que asiste, los libros que lee, pero, sobre todo, lo que le
conmueve para bien o para mal: “Después de Picasso nadie sabe pintar. O sale
otro genio, o se jodió la pintura” (21 mayo 1958, p. 429). Es precisamente esta
expresión lo que le otorga autenticidad y verdad a las páginas de este diario.
“En estas épocas
de fecundidad, me da miedo la facilidad […]. Pero también me atemoriza lo
contrario: la exigencia excesiva, que puede producir una poesía sin vida, y que
no haga vivir […]. Convicción creciente de que hay que respetar lo «espontáneo»
(Lo cuidadosamente espontáneo). Poesía, cuanto menos elaborada, más comunicable
[….]. Hay que borrar, pero sin pensar en las posibles críticas cultas […]. Quizás las obras más vivas sean –por serlo– las más mortales” (7 abril 1956, p. 115)
Hay muy jugosos comentarios sobre los poetas con los que se encuentra:
“[Dámaso Alonso] dice que el agotamiento poético de Antonio Machado vino de su
afán de ser filósofo, de razonar. No cabe duda de que, después de soledades,
Galerías y Campos de Castilla, don Antonio se achica, se enfría, se hace
filosofín” (28 de abril 1958, p. 412); “Hay poetisas: Ángela Figuera, Amparo
Gastón (guapota, simpática y –¡caramba!– propicia” (25 junio 1958, p. 441).
“No tengo ganas de
leer Aleixandre. Cada día me parece su poesía, más picha-fría y más cuento de
hadas. (Pobre Vicente: algo bueno hay también en su obra […] Para mí, Lorca y
Alberti, y después los demás, y desde luego, antes de Aleixandre, pongo a
Dámaso y a Cernuda. Les hablo después de la injusticia «seguida» que se está
cometiendo con poetas como Rosales y Panero” (13 mayo 1956, p. 126).
No es de extrañar que aparezcan cotilleos y expresiones totalmente fuera
de lo que hoy día se considera políticamente correcto.
“Córdoba es
hermosa, clara y limpia. Vinieron a buscarme al hotel los poetas cordobeses
Ricardo Molina, Julio aumente y Vicente Núñez. (Son algo maricones los poetas
en esta ciudad. Coincidencia curiosa, pero todos ellos tienen esa indecisa,
bien educada y repulsiva constitución. Buenos chicos, por lo demás, y atentos,
y nada tontos, y buenos poetas)” (14 abril 1957, p. 255).
Los ataques a Celaya o a Blas de Otero trascienden lo meramente poético,
descalificando su posición “social”: “Gabriel Celaya dice que no cree en Dios.
A mí me parece un requeté al revés; es campechano y noblote, pero cerrado […].
Por lo demás, que Gabriel Celaya diga «no creo en Dios» me parece un atraso. El
ateísmo es racionalista-democrático-decimonónico… El comunismo-ateo es lo más
antiguo, continuativo y carca del
comunismo” (25 junio 1958, p. 444). A pesar de pertenecer al régimen, no deja
de entreverse cierta independencia ideológica: “No hay peor «oposición» que la de aquellos que, habiendo participado de
ese régimen, se separan de él tardíamente y quieren hacer y cuenta nueva” (5
octubre 1956, p. 155); “Argumentación pintoresca (y sofística) que hacen hoy
algunos políticos en el poder: «La religión católica es la verdadera y hay que
defenderla. Es así que el Estado español es católico, luego el Estado español
es verdadero y hay que defenderlo»” (14 abril 1956, p. 117).
No es una vida
aventurera, al contrario, presume de ser sencilla. Utiliza un estilo claro
salpicado con “ramalazos poéticos” no aptos para todos los gustos, y sobre
todo, ironía: “La vida es hermosa, aunque sea triste a ratos. ¡Qué cantidad de
belleza en derredor! La cuestión es no despreciarla, no malgastarla” (2 enero
1956, p. 105). Se añade un emocionante
poema de Leopoldo Mª Panero con 8 años (19 julio 1956, p. 136-137).
Más allá de
curiosidades anecdóticas que aparecen en este Diario, hay que reconocer el
excelente trabajo de los editores tanto en la publicación de los textos como en
el extenso y profundo estudio inicial de una personalidad inclasificable y un
tanto olvidada de un escritor que tuvo su pequeño destello de gloria a caballo
entre generaciones poéticas de tan distinto signo. Ojalá sirva a este
exhaustivo análisis para que revisemos su obra literaria.
“Guarda un poco de
secreto, un poco de secreto inexpugnable y bien acurrucado en el corazón. Pero
que alguien sepa que existe el secreto. He malgastado, echado a perder muchas
cosas, por no haber guardado el necesario secreto. Pecho abierto, sí, pero con
una cámara secreta inviolable, por lo menos en su puerta de entrada, aunque se
permita «a quién esté en el secreto» asomarse a él, mirar por la ventana al
interior, desde fuera. Y esto, solamente si llega la hora, pues la hora puede
no llegar, y desde luego no ha llegado todavía. Mantener ese secreto como una
última reserva, que equivalga y aun supere a todo lo dado, a todo lo cedido
demasiado pronto, quizás por generosidad, pero equivocadamente” (3 abril 1957,
p. 230).
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