Quizás sólo sea que aceptamos o rechazamos las cosas no por lo que son en sí mismas, sino por quién las hace o las perpetra. En este verano tan poco espectacular en cuanto a las noticias se exprime bien cualquier asunto. Dos apuntes me resultan interesantes. Por un lado, la censura a Luis Pastor por parte del ayuntamiento de Madrid. A la vez, en Bilbao, se cancela el concierto de C Tangana a causa de sus letras machistas. El asunto es más complicado porque resulta que ni Podemos tiene la misma postura al respecto. Localmente se propició la cancelación mientras que Pablo Iglesias defendía la libertad de expresión y se posicionaba en contra de la censura.
Ese es el primer caso. Pero también salta a la palestra la polémica campaña de la Junta de Andalucía sobre los malos tratos. La protagonizan unas mujeres sonrientes que provienen de un banco de imágenes, es decir, no son víctimas reales. Lo importante, dicen es el mensaje positivo. Del maltrato también se sale. Cabe la sospecha de que el rechazo tiene más que ver con la procedencia política de la administración que con el contenido o las formas porque no es la primera campaña que tiene ese tono y nunca se había considerado como falta de respeto o que sea contraproducente.
No han faltado, por supuesto, los Pepitos Grillo de la progresía española denunciando la hipocresía de la izquierda en cuestiones sensibles. El tono, además, es un poco prepotente y paternalista, casi de sobrados, dando lecciones de coherencia. Así no se hacen las campañas de violencia de género, dicen. Mansplaining. Concescendencia.
Es lo mismo, dicen. Pero no es igual.
Han salido a relucir casos de varios ayuntamientos gobernados por el Partido Popular o Ciudadanos que cancelan conciertos de grupos afines a Podemos. No es el único caso el de Luis Pastor. Se sustituyen por artistas más afines a los conservadores, como Marta Sánchez. Es un caso de censura ideológica, claramente. En cambio, C Tangana no es censurado porque sea estandarte de la derecha, sino porque, a juicio de los que han promovido la campaña, sus letras promueven la violencia contra la mujer. Aunque parezca que se trata de una censura ideológica, no lo es. Salvo en el caso de los voxeros y los obispos que hablan de la “ideología de género” cargando con toda la connotación negativa de la palabra “ideología”.
Personalmente no defiendo la cancelación del concierto, por mucho que sus letras sean deleznables. Muchos boleros, muchas canciones de Nick Cave, el Hey Joe, de Jimi Hendrix cuentan y justifican la violencia de género. Es una cuestión de sensibilidad que hay que ir cambiando. No se puede seguir haciendo como si no importara que se denigre a las mujeres como objetos, aunque personalmente discrepo con la ruptura del contrato. No es el mismo caso de censura.
En cuanto a la campaña de la Junta, no es solo la cuestión del dudoso gusto de utilizar como víctimas a quienes no lo son. No es que se utilice un mensaje positivo, es el mensaje en sí mismo. Para empezar, utilizar el término “maltrato” está superado. Es violencia machista. El maltrato tiene más que ver con la violencia doméstica, que es sólo una parte de la violencia de género y nos da la pista de que quieren contentar a los socios en la sombra de Vox. Lo grave es la consideración de la violencia como algo irremediable, en el sentido de que “de la droga también se sale”, “de la depresión también se sale”… “La vida es más fuerte”, dice alegremente el lema. Como si fuera solo una cuestión de tiempo y de ganas.
La campaña da pie a pensar que es una desgracia que te toca sin que haya un culpable claro, sin un responsable. Ese es el problema principal. Podía enfocarse desde el punto de vista de que, gracias a la sociedad, a las leyes, a los equipos de especialistas, de la policía, una mujer puede superar lo que su pareja, por ejemplo, le ha causado. Pero se obvia la responsabilidad del maltratador. No es un trauma del destino, es un delito.
Habrá quien piense que se critica sólo porque lo hace la derecha. Y quizás tengan razón. Pero no es un capricho. Uno tiene ya conciencia de por dónde suelen ir los tiros, igual que conocemos a un amigo que siempre nos tima. Una pista la tenemos en aquella canción de Bebe que se convirtió en un himno por el mensaje optimista y empoderante. Cuando escuchamos las declaraciones de la cantante negando la victimización de las mujeres, podemos comprender mucho que una cosa tenga que ver con la otra. No es la primera vez que se tergiversa un mensaje liberador para atacar a los de siempre. Para responsabilizar a quienes sufren.
Solo recordar que, en el juicio a la víctima de la manada en Pamplona, una de las pruebas de la defensa consistía en el informe de un detective privado contratado por la defensa. En este informe constaba que la chica había rehecho su vida y así se restaba credibilidad a los daños psicológicos que se aducían en el juicio. A ver si por salir de los malos tratos vamos a conseguir negar el daño que el machismo sigue haciendo en las mujeres –y en los hombres–.
Podemos, como hace Soto Ivars, considerar que el único pecado es que la campaña no la ha diseñado Podemos o el PSOE. Una lástima que mentes tan claras para hilar fino no perciban la gran diferencia entre ambas posturas, ni incluso subiendo al artículo los ejemplos de campañas realizadas por otras administraciones y con las recomendaciones incluso.
Podemos escurrir el bulto y pensar que esto son rabietas partidistas, pero tanto la libertad de expresión política y mucho más la violencia de género son asuntos de la mayor gravedad y hay que enfrentarse a ellos con cautela y distinguiendo bien lo que se propone, en lugar de enfangarse en acusaciones que redundan en la falta de confianza en el sistema político que cada vez tenemos más.
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