A pesar de que llevaban algún
tiempo en las redes, en estas últimas semanas los medios han descubierto la
existencia de Almas Veganas, un colectivo que ha fundado un refugio para
animales de granja y que lo componen activistas transespecies, es decir, que
defienden el bienestar de todas las especies no solamente los humanos. En el
vídeo que las ha lanzado a la fama explican que no explotan a las gallinas y
que tienen a los gallos apartados para que no las violen. También que les
“devuelven” sus huevos. No ha habido casi ningún medio, solo conozco el muy
valioso artículo de Jesús
Zamora Bonilla, y prácticamente ningún comentario en las redes que no se
haya burlado de ellas.
No
es sólo que personas particulares hagan parodias de dudoso gusto y menos
gracia, los medios más serios como las cadenas televisivas se hacen eco de sus
propuestas con el ánimo poco disimulado de burlarse de ellas. Ningún
colaborador se toma la molestia de preguntar en serio sobre unas declaraciones
que son francamente cuestionables. Cuestionables no significa que sean irracionales
o falsas, sino que admiten discusión y diversos puntos de vista. Sin embargo la
intención de los programas que las llaman tiene más que ver con el espectáculo
y con despertar en el telespectador el rechazo y la burla que con escuchar sus
argumentos.
Estos
argumentos no son nuevos y conectan en muchos sentidos con sensibilidades
religiosas quizás ajenas o no tanto a nuestra cultura occidental. Cuando
Francisco de Asís hablaba del hermano lobo o la hermana luna, ¿en qué se
diferencia de un espíritu vegano? Sabemos que un nutrido grupo de especialistas
en ética plantean seriamente la legitimidad del sufrimiento de otras especies
para beneficio de la humana. Por supuesto que en grados distintos, el proyecto
Gran Simio pretende otorgar la misma consideración de humanos a estos animales,
mientras que lo que tratan otros activistas es evitar el sufrimiento en los
mataderos menos escrupulosos. El veganismo está comprobando la facticidad de
una alimentación y una vida que no tenga que recurrir a los animales como una
decisión ética y una posibilidad real.
Creo
que es tan interesante el debate que plantea que es una pena que todo se limite
a una reducción al absurdo, a chistes sobre tuercas y tornillos. Y es tan
interesante porque recuerda demasiado a las reacciones que tuvo la sociedad
biempensante de los siglos pasados cuando se planteaban los derechos civiles de
los afrodescendientes, el fin de la esclavitud o la liberación de la mujer. Un
vistazo a los argumentos y a los chascarrillos de principios del siglo XX, por
ejemplo, nos sorprendería por el parecido con las actitudes que ya entrado el
XXI se siguen utilizando para sortear un debate serio.
Quienes
defiendan un modo de vida vegano tienen sus razones y están en su derecho no
sólo de hacerlo, están también en la obligación moral de plantear el debate lo
más seriamente posible para ser más efectivos. Los argumentos son importantes,
igual que las formas y son sorprendentemente parecidos. Por ejemplo, en las
polémicas cíclicas sobre la tauromaquia tenemos que escuchar expresiones
chocantes como que “el toro no sufre”, porque se ha retorcido el argumento de
que los animales supuestamente sufren dolor, pero no tienen sufrimiento porque
su falta de consciencia no les permite anticipar el sufrimiento como en los humanos.
Si para muchos esto es así para los toros, ¿por qué no se aplican a otras
especies?
Como
en muchos otros temas, en este se van mezclando prejuicios y conexiones
subyacentes. Los toros no sólo es un espectáculo cruel, es también un símbolo
patrio. Atacarlo o defenderlo es para muchos una rama más de su españolismo o
su antiespañolismo. Aceptar que comemos
carne de animales que está sacrificada de manera despiadada nos afecta en la
medida de que seamos cómplices y preferimos sortear la disonancia moral
cegándonos y argumentando la irremediabilidad del status quo.
Es
precisamente esta apelación al sentimiento moral el que asemeja con la
esclavitud. Seguro que habría muchos individuos que convivirían con la
esclavitud y les repugnaría la consideración de infrahumanidad, pero
prefirieron optar por la irremediabilidad. No se podía hacer nada, la historia
cuenta que siempre ha existido la esclavitud y no se puede cambiar.
En
los grupos pro-vida se utilizan argumentos para defender la dignidad de una
vida que no es humana (“todavía”, dicen), sin embargo no se consideran estor
argumentos transferibles a otros debates. No pretendo igualar el veganismo con
el antiabortismo, pero sí que me gustaría poner de relieve la necesidad de un
debate sin descalificaciones puesto que se ponen en juego mecanismos éticos muy
similares en las argumentaciones.
En
el trasfondo del transhumanismo parece que estamos más dispuestos a aceptar la
humanidad de seres biónicos o incluso de inteligencias artificiales que a
acabar con el sufrimiento de otras especies animales. La discusión es muy
enriquecedora. Me gustaría que alguien planteara sin hacerse el gracioso la
realidad de la ética en especies animales. Hay muchos biólogos que advierten en
el comportamiento animal rasgos relacionados con la justicia. ¿Cuándo y en qué
especies¿ ¿Cómo podría saberse si unas relaciones sexuales entre animales son o
no consentidas? ¿Tiene sentido esta pregunta?
Independientemente
de la respuesta no está mal que nos replanteemos el funcionamiento de las
explotaciones ganaderas, la masificación y las malas prácticas, la urgencia y
la necesidad de rentabilidad. Los errores en el diseño la realización de estas
granjas puede, por supuesto, tener consecuencias muy graves para la especie
humana, como la enfermedad de las vacas locas o la influencia del uso
indiscriminado de antibióticos en el ganado.
Lo
cierto es que soy muy pesimista al respecto. Sobre todo cuando observo que no
somos capaces de tener empatía y mucho menos cuidado con los de nuestra propia
especie. Nos dividimos en etnias, procedencias, clases sociales, prácticas y
costumbres y, tristemente, los consideramos como medios para un fin o como
obstáculos para el mismo. Por eso admiro a quienes se plantean el bienestar
animal, porque, a la postre, señalan los verdaderos culpables de nuestro
sufrimiento y plantean alternativas a una realidad que parece incuestionable.
Qué magnífico artículo. Lo comparto.
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