Uno no puede evitar tener las
orejas puestas, como decía Mafalda, y así está expuesto a escuchar de todo. Una
de las cosas que me dan más miedo son las argumentaciones que se pueden
difundir para justificar lo injustificable. Digo difundir porque me da la
impresión de que no son conclusiones a las que mucha gente llegue por sí misma,
no son inventos que coinciden evolutivamente. La sospecha es que se adhieren a
los discursos como virus inoculados desde quienes se dedican a pensar este tipo
de argumentarios. Sospechosamente tan iguales que da pie a pensar en un origen
común.
Cualquier
cuestión polémica, y más en el mundo incierto de las redes, acaba encastillando
los discursos. Cualquier asunto de actualidad que se haya posicionado en la
arena política es susceptible de manipulación emocional y ser pasto de los más
rastreros argumentos. La Ley de Memoria Histórica prohíbe los homenajes al
franquismo y por eso se cambian los nombres a las calles y se eliminan las
estatuas y las placas. Entonces saltan muchos a los que el franquismo no les
parece tan execrable, con el tiempo que ha pasado, a la vez que suspiran por el
Imperio Español y contraatacan con los crímenes de los republicanos durante la
guerra. Un argumento miserable es el del presupuesto. Típico de la demagogia
más insana. Debemos gastar en banderas españolas gigantescas, pero retirar unas
placas o cambiar unos rótulos es despilfarrar. El caso de Córdoba es más que
paradigmático, después de efectuar los cambios, el nuevo consistorio ha vuelto
a los antiguos. Ahora no importa el dinero, ni mirar hacia adelante olvidando
el pasado…
Por ejemplo,
todo lo que tenga que ver con el feminismo. Uno de los temas que más
rápidamente se sacan de quicio. En parte, pienso, porque dejan en evidencia a
quienes pensamos que lo hacemos todo correctamente, que actuamos honestamente y
nunca tenemos una mala intención. Que nos digan a la cara que nos queda parte
del patriarcado nos revuelca de la silla. No,
no puede ser. Deben ser unas histéricas, porque yo en ningún modo…
Un
peligro muy grande proviene del negacionismo implícito en estas quejas y en el
victimismo de quienes se quejan de las víctimas. La derecha se ha desgajado
para poder así mantener dos discursos paralelos, uno más calculado y dentro de
los parámetros de lo políticamente correcto, y otro más feroz, más atávico, más
cruel donde se pone al descubierto la verdadera piel. Conjugar ambos es
complicado. Muy complicado. Un ejemplo. ¿Qué hacer ante un minuto de silencio
que se celebra por una víctima de violencia machista? Si se participa se cede
ante el feminismo hegemónico y malvado.
Si no se hace queda una como una insensible. La concejala en cuestión se
mantuvo al margen del resto de la corporación. Así se puede estar y quejarse a
la vez.
Quienes
pretenden acabar con el término de violencia de género para sustituirlo por
“intrafamiliar” no sólo dejan desprotegidas a aquellas víctimas con las que el
agresor no tiene relación de parentesco, también ocultan una insensibilidad
paradójica. Son los mismos que piden aumento en las penas. Ahora bien, quienes
piden la cadena perpetua son los mismos que dudan de los testimonios de las
víctimas, son los mismos que con toda la desfachatez del universo proponen que
la única relación segura sea la prostitución. ¿Para qué sirven entonces las
penas si la justicia no aplica la perspectiva de género y no entiende la
situación psicológica de las víctimas?
No
es la única coincidencia. En un meme que circula por las redes se insiste en
que un hombre que viola y asesina a una mujer, es un asesino. Sin más
adjetivos. No es machismo, es un asesino, es un violador. Si cambiamos las
víctimas y habláramos de los asesinados por el terrorismo, ¿diríamos también
que no son terroristas, que son asesinos sin más? Sabemos y nos parece adecuado
que tengamos penas más duras para quienes practican el asesinato dentro del
terrorismo que para un asesinato común. ¿No deberíamos tener la misma
consideración con las víctimas del machismo?
Estos
juegos malabares se plantean en los despachos y se lanzan las consignas a
través de los medios. El juego del despiste, vamos a mezclar los ataques con
los prejuicios hacia los emigrantes. Vector manadas-de-menas-violadores.
Este es un buen argumento porque mezcla la xenofobia y el racismo con el miedo
más cerval. Y si, además, condimentamos con números y porcentajes entonces
tenemos a la audiencia convencida reenviando mensajes.
Es
cierto que algunos crímenes de género tienen protagonistas que son extranjeros,
comunitarios y extracomunitarios. Pero también es cierto que otros tienen armas
por ser cazadores o miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. A
nadie se le ocurre pensar que ser miembro de la Guardia Civil da una propensión
a la violencia, y mucho menos de género, aunque conozcamos casos de expulsados
del Cuerpo por cometer una violación –y estar a la espera de otros juicios–.
Inferir el miedo al extranjero para despistar del hecho de que el machismo
mata, da igual qué religión o país de origen tengan los agresores. Puestos a
sacar conclusiones, el hecho es que todos son varones.
Otra
estrategia entra dentro del juego del cinismo: ¿para qué sirven los minutos de
silencio?
Curiosamente
es el mismo argumento que han venido utilizando los abertzales para negarse a
condenar la violencia de ETA. Ellos decían que las condenas y los minutos de
silencio no acaban con la violencia. Pero mientras unos abogan por la
negociación –o rendición–, ahora se habla de la cárcel. En el fondo es
justificar la violencia terrorista.
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