viernes, 3 de abril de 2020

Reseña de Christian Nieto Tavira: ‘Apuntes para un futuro caos’. Boria ediciones. 2020


Apuntes para un futuro caos - Boria Ediciones
Christian Nieto (Ricote, Murcia, 1998) es estudiante de periodismo y tiene en su haber Última Bala (La Fea Burguesía, 2016) y Canto Desgarrado (Ediciones en Huida, 2018). Organiza recitales “siempre benéficos porque para él la poesía es un arma social”, según el texto de la solapa. Del prólogo se encarga Jesús Miguel Pacheco Pérez y del epílogo Samuel Martínez Callado. Este es un libro duro, que pretende aspirar a la comprensión de la vida propia y de la propia vida, del enigma del angst y de la ansiedad sobre el futuro.
                El autor parte de la conciencia global cósmica, de la sensación de hacerse uno con el universo: “andando por el bosque encuentro todos los muertos del mundo /…/ soy el único espíritu libre de este bosque, / nadie me ata ya a la realidad / y todos y cada uno de los muertos de este bosque / me acogen y abrazan. / me hago uno con el universo / y hoy el cielo es más bonito” (I). Sin embargo, pronto experimenta el dolor y la futilidad de la vida, la necesidad de buscar alternativas: “cuando quieras que vea mi futuro / tan solo déjame que mire en el vaso en el que bebo. / solo así podré decirte que hay bares que amarran / las almas de los que dejan su vida / a merced de una botella” (II).
                Aspira a convivir con los fantasmas como quien tiene compañeros de piso algo atolondrados de los que uno acaba por considerarlos de la familia: “y aun viendo la vida como una mera sombra, / la siento como mía. / mientras hablo de la muerte como una amiga / como una vieja amiga” (III). Y aspira también a tener una voz que sobrepase la aceptación condescendiente, la gloria vana de quienes aspiran simplemente a ser conocidos: “que no. / que no quiero que mis versos se escriban en letras de oro / para que los consuman burgueses deformes, / prefiero que sean para indignados y deprimidos / para los que el mundo ya ha perdido / todo resquicio de esperanza” (V). La suya es una manera de entender la poesía como arma social.
Como consiguió Lorca acercarse a una imaginería de los gitanos, cuchillas y lunas que sangran, Christian Nieto apuntala un estilo con unas referencias también muy claras (VIII), de una expresión agónica y vital, un sujeto escindido entre la conciencia del dolor y la necesidad de supervivencia. Así mientras dice “vivo lleno de palabras mudas / y de bocas que gritan que me calle” (XI) y “hay una tumba que tiene mi nombre” (XIX) o que “cumplo condena a la cárcel oscura de mis entrañas” (XV), “muriendo en el país de las sombras” (XVI),  “Estoy amarrado a mil almas en pena” (XX) comprende, al final, “La vida como un mal chiste” (XX). Esta es la tragedia que se repite, una banalidad que vivimos porque nos atañe personalmente.
Y es que en estos poema está omnipresente primera persona que se desdobla entre el sufrimiento interno y la supervivencia (“en el fango también se puede vivir”, XXI) y la advertencia de que hay sufrimiento más allá de tal modo que el propio parece, como decimos, demasiado banal: “en algún lugar del mundo / habrá alguien suicidándose / y yo / mientras pensando/ qué hacer de comer” (XXIII). Así, oscila entre la descripción el yo solitario: “no existen ojos que miren allá donde lo hago” (XXIII); “ya nada arde en este cementerio” (XXVI); “me preocupo por arrancar las malas hierbas de mi vida /…/ y sin posibilidad alguna de redención” (XXVII) y la conformidad del destino. Directamente lo escribe: “la muerte es en mi mundo / la que abre camino” (XXVIII).
El recurso al malditismo y al alcohol (“tengo insomnio porque no está. / el alcohol embota mi mente, / me hacen ser otro. / me envuelvo en los placeres de la carne / mientras espero la putrefacción”, XXX) va más allá de la pose vacía, es una estrategia vital: “no ser harina de otro costal también es cuestión de supervivencia, / admitir la derrota es otra forma de embarrarte los pies descalzos” (XXXIII). Incluso se permite advertir sobre la afectación romántica del maldito: “no te fíes de lo que dice un poeta suicida, / podría leer tu corazón / os pediré ahora algo: no os acerquéis si no queréis que os salpique” (XXXVI).
Un sufrimiento interno e intenso supura entre estos versos, “a veces sientes que sobras en el universo que has creado” (XLI). Una autocrítica feroz, “siempre fui de tener complejo de judas, / de destrozar mi corazón” (XLIV) al tiempo que dignifica su actitud vital como un compromiso con la muerte, la muerte omnipresente: “escribo de la muerte porque no hace mucho / me miró a los ojos y me prometió un baile / desde ese momento / no he dejado de ser el rey en este vil cementerio de elefantes” (XLIII)
A pesar de todo, parece que el poeta ha conseguido, como un equilibrista suicida, abordar la existencia como una derrota que es un triunfo: “pero bailaron los pies descalzos / para aparentar que eres, al final, lo que siempre has odiado: / un hombre feliz”. Quizás la cita que mejor resuelve esta ecuación y resume este volumen está en el poema XXXVII: “a veces no sé si escribir una nota de suicidio o la lista de la/ compra”.
                De todas formas, queda una rendija a la esperanza, una aspiración, un deseo de simplicidad y de comunión con el universo: “ojalá la vida fuera tan simple / como estar contemplando / la lluvia desde una ventana / y mientras las desgracias solo fueran / un papel mojado” (XLVIII). Mientras tanto, advierte, “seguiré escribiendo / hasta que de mis manos / brote la sangre / como la vida” (L).

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