domingo, 28 de junio de 2020

Banderas y distancia social



Llega el día del Orgullo LGTBI+ y resulta que ahora nos damos cuenta de la relevancia de la sentencia del Supremo que impedía que ondearan en los edificios públicos otras banderas que no fueran las oficiales. Muchos pensaron que era una medida que metería en cintura a los independentistas catalanes y sus esteladas. Y ahora nos damos cuenta, bueno algunos ya nos dimos cuenta, de que era una pendiente resbaladiza. También las banderas que puedan conmemorar desde triunfos deportivos a eventos eclesiásticos o a la celebración de días para concienciarnos de algo, como de las luchas por el reconocimiento de gays, lesbianas, transexuales o bisexuales…
Así nos ha pasado, una idea que parecía idónea, que nos parecía idónea para solucionar un desaguisado, acaba teniendo consecuencias inesperadas, víctimas colaterales. No nos engañemos, cuando el Supremo, o cualquier otra autoridad, dicta este tipo de actuaciones lo hace pensando muy mucho lo que se expone y obliga. Por eso hay que tener cuidado con lo que se pide, sobre todo cuando nos venimos arriba y arreglamos cualquier problema con un par de actuaciones de “sentido común”, contundentes e incontestables.
Es una de las excusas “respetables” para aquellos que no se consideran homófobos pero que se internamente se incomodan con estas reivindicaciones. Otras por el estilo son las miserables que tienen que ver con los gastos que ocasionan, o el mal ejemplo que se da en los desfiles del Orgullo, o la victimización. Sí victimización ante “lo políticamente correcto”, como si hablar con respeto fuera una opresión para nadie. Toda la historia de la humanidad intentando reprimir, incluso con la muerte, la homosexualidad, y vamos a cambiar de acera por una bandera, unos buzones y unos camiones pintados de arcoiris. La reivindicación de las banderas no va dirigida a cambiar la tendencia sexual de nadie, sino para que quienes sean del colectivo LGTBI+ comprueben que todos los consideramos "nosotros". Desmarcarse de esta lucha por el reconocimiento sí que especifica una distancia social. Unos lugares para mostrar afectos y otros donde siga vedado.
Últimamente estoy viendo demasiados reportajes de denuncia de okupas. Casos que claman al cielo porque se aprovechan de familias “normales”, de pisos bien montados, de chalés de lujo incluso. Todos clamamos por un cambio en la legislación. A ver si va a pasar lo mismo y con la excusa de los caraduras, vamos a tener otro caos desalojando o desahuciando a todos los que se retrasen con el alquiler. Que cuando el demonio se aburre, mata moscas con el rabo y estos legisladores no dan puntada sin hilo.
Para muchos no importaron que los bancos desahuciaran familias en la crisis anterior de sus propias viviendas y que tuvieran que seguir pagándola después de perderla. Muchos han tenido que volverse al alquiler y, curiosamente, en esta crisis, que todavía está intuyéndose, empieza a establecerse un estado de opinión contrario a las ocupaciones. Escucho en televisión a una tertuliana sostener que este gobierno no va a legislar al respecto porque eso iría contra los planteamientos ideológicos de su electorado. Una manera muy sutil de sugerir que la culpa de este desaguisado de caraduras que ocupan casas por la cara, con toda la desfachatez, es del gobierno que opta por la inacción a causa de su ideología. Otra manera de plantearlo hubiera sido situar el problema de tantas familias que no pueden pagar el alquilar por los ERTEs o por los despidos a causa de la pandemia y que no se puede legislar en un asunto delicado aprisa y corriendo. (Los dos últimos casos que he visto por televisión tenían más que ver con mala praxis policial que no expulsó a los ocupas en las primeras 24 horas.) Hay también una distancia social en abanderar los problemas de vivienda, sobre todo cuando solo nos acordamos de los narcopisos y las mafias.
También hay que tener cuidado con las respuestas que damos ante los peligros, que pueden ser peor que la propia enfermedad. Que enfrentarse a los mítines de ultraderecha a pedradas no hace nada más que darles la publicidad que quieren. Entendería lanzar una piedra contra un fascista durante la liberación de Italia allá por la II Guerra Mundial, pero ahora, a los fascistas y a los que no llegan ni a ser fascistas no se les debe, de ninguna manera, agredir físicamente. No es de recibo lanzar piedras ni objetos. No digo que no se hagan acciones de boicot o que se evite que tomen las calles como si fueran suyas envueltos en sus banderas, pero la violencia está fuera de lugar.
Porque luego llegan las escenificaciones. Porque, si lanzar piedras está mal, punible judicialmente, no está bien fingir una pedrada. Ya es bastante grave que se lancen objetos contundentes para que se tire una a la piscina y llene las redes de sangre falsa. La distancia social entre los mítines de la ultraderecha está muy marcada, insultos, descalificaciones generales, xenofobia… La respuesta debe estar en la conciencia, en los votos y, en las calles, con el respeto hacia las personas por mucho que nos repugnen sus ideas. La imagen del líder fumándose un puro es provocación clásica, acusar a las fuerzas del orden de no actuar es manipulación acostumbrada. No se debe hacerles el juego. Porque no solo alzamos las voces en contra los que claramente nos posicionamos contra la ultraderecha, también damos argumentos a los famosos equidistantes, esos que ven la misma distancia entre lo razonable y la ultraderecha que entre lo razonable y los progres, siendo mucho más lucido (sin acento) arremeter contra estos últimos.
Contra estos últimos sí que deberíamos utilizar la distancia social, y no la física de los dos metros para no contagiarnos de coronavirus. Y, que no se nos olvide, también la prudencia de no aceptar soluciones obvias que luego nos aten pervirtiendo el sentido original.

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