Nació en Buenos Aires (1992) y ya
tiene publicado otro poemario, Una ciudad
en silencio (2018). La escritura de Florencia
Madeo se basa en lo autobiográfico, el intimismo, la voz que se expresa hacia
el interior y desde ahí, hacia el afuera son tratadas desde una subjetividad
perpleja: “Muchas veces creí estar en el tren correcto, / sin embargo me dirigía
en la dirección contraria” (Memoria de
los viajes); “Cuando dijiste que la sombra de una mujer / hablando por
teléfono te hacía sentir en casa, / ése también era un poema sobre el más
allá”.
A menudo, las
imágenes toman el aspecto de lo cotidiano (“Allá vivías vos, era una isla de
vidrio como ojos sobre una almohada”) o de lo prosaico: “Desde que llegaste, /
un vigía en una estación nuclear / recibe señales de la cercanía de un objeto /
no identificado. / Como en los videojuegos, / la mayoría de las cosas opera
como un fondo, / y no podemos alcanzarlas, ¿qué pasaría / si, como toros,
empuráramos el horizonte?”; “Mientras los pastores evangelistas de la
televisión / mantienen la esperanza de que la vida en la Tierra / es aún
posible, qué hermoso fue imaginar que volábamos / en una cápsula, pasando todas
las fronteras de la amistad, / y con los ojos anestesiados / no sabíamos qué
cosa dejábamos atrás”. La taza rota
tiene esa cualidad esencial de plasmar, sugerir, convocar a partir de lo que se
tiene más a la mano.
Esta voz
poética aborda los sentimientos mediante el recurso a la imagen visual, pero
sobre todo, a la viñeta, a la escena, al momento clarificador: “A veces las
cosas pasan demasiado cerca / y el pasado parece un funeral sin llanto. / No te
olvides dejar la ventana abierta / para que no regrese”, Cielo algo nublado); “Esto en una edad / en la que no sería
apropiado que se me muriera una planta” (Cumplir
25 años). Consigue una concreción casi cinematográfica: “Ella la mira. Ella
dice con la manga sobre la cara, / frotándose los ojos: / No está Mamá, no está. / Bueno,
vamos, vamos /… / El cielo se parece al vidrio / que protege las frutas /
en la casa de los ricos. / ¿Dónde está esa porción del mundo / que se me
escapa?” (Ellas duermen en la calle).
El enfoque
hacia el objeto o la acción también se acompaña del diálogo y la reflexión: “Quería
hablarte de todo esto y de lo que el tiempo es capaz de perdonar” (Quería hablar del tiempo); “Ahora los
poemas parecen pequeños telegramas / entre nosotros mismos, símbolos que
desencriptamos” (Sobre el poema). Se
consigue una lucidez en la reflexión que no apelmaza los poemas, construidos,
como hemos visto, por la relación de lo íntimo con lo real: “Tampoco nos
protege / el cariño a la rutina de los otros” (Película). El ahondamiento en lo personal no presupone certeza, al
contrario, es raíz de la perplejidad: “¿Por qué soy más importante / que esa
otra en mí que no veo siempre?” (Mujeres
muñecas).
Eso no quiere
decir que sea un universo alrededor de la poeta, hay muchos personajes sobre
los que posar la mirada: “Y siempre es la historia del amigo / de un conocido
de mi amigo, / siempre hay que pensar de quién es la historia” (Conversación sobre un libro con mapas); “Desde
entonces hay silencio / en la mansión amortiguada” (Después de la muerte de Dickinson). No podemos dejar de señalar una
vocación crítica hacia la sociedad, Ellas
duermen en la calle es un ejemplo muy evidente de esto.
Por último,
señalar, otros poemas que tienen un carácter metapoético, hablando de la poesía
como producto y como medio de vida: “El
poeta ha sido herido por el lenguaje, / dijiste” (Un poema hipercalórico). En especial, la necesidad vital de la
actividad poética
“Si nosotros
es un objeto necesario,
el poema es
un objeto innecesario
–Pero–
lo que pasa
desapercibido para la policía es mejor:
el día
después del amanecer
y antes de la
luz verde del semáforo,
cuando espero
tu llegada bajo un paraguas con agujeros
/ … /
Si nosotros
tuviéramos que vivir para siempre
de la misma
manera, como los que envejecen y mueren
en una isla
perdida después de la catástrofe,
entonces,
cuando es la noche
de los
cuentos de Tanizaki
el grillo se
apague en ascenso
saber cuál fue
su último dese
no es
imposible” (Lógica aristotélica para
aficionados)
Gran parte del atractivo de La taza rota es la habilidad para
situarnos frente a una escena, en la que la descripción es tan visual como
surreal y por tanto, cierta: “Su mamá taladró la pared para colgar el cuadro /
de unas frutas en un centro de mesa / y él sintió como si se cortara un nervio
/ y miró con miedo dentro del agujero / Si no fuera un niño / sería un
centinela” (Problemas matemáticos con la
fruta). De vez en cuando, una amarga reflexión y una advertencia vital:
“Dice que a ciegas no se debe
hacer nada,
la pregunta correcta sería:
¿crees que huyen despavoridas las hormigas
cuando levantas la piedra
o que encuentran la libertad?” (Cerca
de lo prohibido)
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