viernes, 18 de septiembre de 2020

Reseña de Begoña Méndez: ‘Heridas abiertas’. Wunderkammer. 2020

Heridas abiertas - Begoña Méndez

 

Muchas ganas tenía leer detenidamente Heridas abiertas. Begoña Méndez publicó el pasado año “Una flor sin pupila y la mujer de nieve” (Slopes, 2019) que ella misma define como un “artefacto literario hecho de versos, escritura automática y collages”. Profesora de lengua y literatura en una escuela de adultos y colaboradora en Pliego Suelto, El Cultural, Mercurio. Consiguió el Premio extraordinario en el máster de Humanidades de la UOC, con un trabajo sobre Diario de juventud de Idea Vilariño, un trabajo del que se nutre este volumen. Este es un ensayo sobre los diarios de diez autoras: Santa Teresa, Soledad Acosta, Zenobia Campubrí, Teresa Vilms Montt, Lily Íñiguez, Maga Gil Rosset, Idea Vilariño, Susan Sontag, Alejandra Pizarnik y Marina Eva Pérez. Las autoras son agrupadas por épocas y también por el tipo de respuesta a la que pretenden responder sus respectivos diarios. Se trata de un ensayo en primera persona, aunque es especialmente en la introducción y el epílogo donde más se hace notar la voz de la autora y sus referencias personales, una especie de autoensayo de no ficción.

Los diarios, en general, son un efecto de la indagación sobre la identidad. El diario es una tecnología poderosa para construir la identidad propia, una tecnología del yo: “Sus diarios íntimos nos dejan ver de qué modo las identidades están atravesadas por una intensa sensación de extranjería que rasga la epidermis del yo y exige abrirse a lo otro o, como escribió Alejandra Pizarnik: «El horror de habitarme de ser –qué extraño– mi huésped, mi pasajera, mi lugar de exilio»” (p. 15). Y, a partir de esa construcción cada autora se sitúa en un territorio, que puede ser una especie de “destierro interior” o, por el contrario, un puente de conexión íntima, “Este cuaderno es lo único que me une conmigo misma” (Idea Vilariño). El diario puede servir para la identificación entre cuerpo y escritura, como cuando Susan Sontag explica que en sus páginas “drenas la obsesión”. El doble carácter del diario íntimo consiste en ser “a la vez, cerrazón y entidad comunicativa” (p. 18) y también en una bisagra entre el ámbito público y privado, en una escritura testimonial y artística. Es, sobre todo, una experiencia de intimidad: “En los diarios, la intimidad se gesta en el tuétano de la experiencia cotidiana y emerge en la soledad de la habitación o de la casa” (p. 17).

Sería interesante conectar esta visión más aceptada de la intimidad con la propuesta de José Luis Parto en su ya lejano ensayo sobre La intimidad. Pardo demuestra que la intimidad no es la capa más interna del individuo, sino más bien, la complicidad gestada en la experiencia comunicativa. Sin embargo, Rimbaud y Paul Ricoeur ya sabían que el yo es otro y nada impide que podamos establecer comunicación con él. Un diario íntimo, aunque Juan de Mairena decía que era lo menos íntimo, es una conversación continua y evidente de esta intimidad compartida. El yo como otro con quien se habla. Ese otro puede ser el ojo vigilante y censor, Dios, el prometido, esposo, padre. Por eso investiga Begoña Méndez como “pasó de ser una escritura entre rejas a una literatura insolente, libre y atrevida, y llena de heridas abiertas” (P. 19). El gran Richard Sennet nos puso en guardia contra la ideología de la intimidad que obliga a hablar, a compartir una intimidad que no deja de ser una privacidad echada a perder. Esta necesidad se fue gestando a partir de Rousseau y supuso “un territorio nuevo entre la Ilustración y el Romanticismo” (p. 21). El yo aparece como religión pagana, el yo como performance, “la preocupación del yo por significarse en sociedad, la necesidad de ser mirado por los demás para poder existir” acaba enfrentándose con  “la inquietud porque esa mirada ajena traspasara las máscaras sociales y acudiera a la intimidad más privada y secreta” (p. 23). En una primera versión la intimidad no fue el territorio de los afectos, sino como refugio.

Es muy interesante comenzar con Santa Teresa. Su escritura es una forma de vigilancia y control interno y externo, “la confesión convertida en autoridad”. La experiencia mística implica una renuncia al cuerpo, la experiencia de Dios se define “en lo muy íntimo del alma” (Citada en p. 35). Entre esos dos parámetros comienza a gestarse el diario íntimo, especialmente importante para la concepción de la mujer. En el capítulo siguiente se abordan los casos de Soledad Acosta, Zenobia Camprubí y Lily Íñiguez. Tienen en común ser “señoritas entre la obediencia y la subversión”. La experiencia de la clase y condición se consignan como una opresión y sus diarios se escriben “con voluntad de secreto, intimidades registradas desde el solipsismo del yo” (p. 37).  Para Zenobia, el diario de juventud era “para servir de correctivo”, una tecnología del yo, podríamos decir con la terminología de Foucault-Hadot-Taylor. Lily Íñiguez pretende a través de su escritura “gobernar los accesos a su intimidad” y Soledad Acosta percibe “la necesidad de observar la condición femenina y los cuerpos de mujer como entidades políticas” (p. 42). Con voluntad de introspección y de autodefinición, “la escritura íntima de Soledad es la manifestación de la mujer como brecha y conflicto” (P. 49-50). Esta estrategia de cobijo no deja de tener un sentido de derrota, “jamás he tenido a quien confiar el secreto de mis íntimos pensamientos y esto me ha hecho tener en mi corazón cierta melancolía”, nos dice Soledad Acosta (Citado en p. 52-53).

También dentro de la alta burguesía, señoritas de sociedad, Teresa Vilms y Marga Gil Roësset explicitan unas “poéticas suicidas”, la rebelión de “mujeres educadas para ser de otros”. Para Beatriz Méndez, “los diarios íntimos de dos escritoras que transformaron sus anhelos de muerte en indagación literaria” (p. 56). Sus diarios son territorios de libertad. Es un lugar común recordar que Marga se suicidó, por Juan Ramón Jiménez y se suele leer su diario “como una larga carta de amor y culpa dirigida al poeta” (p. 69). Pero es más que eso, ella también su propia interlocutora. Algo diferentes son las actitudes de idea Vilariño y Alejandra Pizarnik. Idea Vilariño “tuvo que elegir entre la vocación literaria y el anhelo de amar y ser amada (…). Aunque nunca tentó a la muerte porque le pudo el afán de vida, Idea Vilariño elaboró una estética suicidaria que adelanta el malestar posmoderno: una identidad estupefacta que desplazó su perpetua pulsión de muerte a los territorios de la poesía y de los discursos íntimos, y allí sometió su escritura a un brutal proceso de depuración” (p. 80-81). El interés no es tanto la excepcionalidad de las experiencias vitales y la conciencia que transmite como que “Vilariño es, como tantas de nosotras, la suicida que jamás se mató” (p. 81). De una manera similar, pero en su caso con desenlace fatal, “sus cuadernos corroboran que Pizarnik puso su vida al servicio de la escritura; que su literatura enajenada y esquizoide, encontró los nombres para decir la quiebra irreparable de la mujer posmoderno” (p. 84). Ambas dejaron instrucciones para que sus diarios íntimos fueran publicados post mortem, “supone también el reconocimiento de una necesidad fundamental, la presencia de los otros para ser” (p. 89).

En los diarios de la controvertida Susan Sontag (se acaba de traducir al castellano una prometedora biografía)  podemos comprobar una voluntad férrea y un testimonio. Dice: “escribo porque quiero ser ese personaje, una escritora” (Citado en p. 100). Sontag “comprendió que «vivir es una agresión», concibió su intimidad como un territorio literario donde blindarse y hacerse fuerte” (p. 100). Por eso mismo, por esa voluntad polémica, “en sus cuadernos edificó una imagen de sí «como adversario»” (p. 103). Actitud combativa también la de la princesa Montonera, María Eva, nacida en plena dictadura argentina. El suyo es un activismo bloguero: “Diario de una princesa montonera, 110% verdad busca otros modos de hacer política desde la periferia del poder” (p. 113). Al estar colgado en la red, es un “texto colectivizado y ciborg” (p. 115). Sirve también una terapia y con esta percepción volvemos también al inicio, cuando advertimos que, desde Santa Teresa, la escritura de un diario íntimo tiene algo de sanación particular.

En el Epílogo, la voz de Begoña Méndez vuelve a sonar con claridad, “Leo las intimidades de las mujeres y me siento habitada por un ensamblaje de voces y rostros” (p. 119). Queda constancia de que, por un lado, “el yo es un texto literario que nunca deja de escribirse” (p. 119) y por otro que es un testimonio de luchas internas y sociales. Escritoras como Sontag o Pizarnik, o Marga Gil Roësset pusieron “la vida al servicio de la palabra” (p. 120). Desde el punto de vista personal, “una mujer sola ubica su escritura en el lugar recóndito de la herida abierta: he aquí el nacimiento de un diario íntimo” (p. 120), y, a la vez, la consecuencia de la escritura y la lectura posterior de los diarios es una forma, sostiene la autora de “construir el nosotras” (p. 120).

 

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