Maeve Ratón (Zamora, 1979) lleva publicados Al son de edades (Celya, 2008), Arritmias (Instituto de Estudios Bercianos, 2012) Los peces del duelo (Evohé, 2016) y Memoria de la carne (Evohé, 2017). Obtuvo el segundo premio del XXXIV Certamen de Poesía Gabriel y Galán en 2019 por su obra La desarmonía del vínculo. Su única novela hasta el momento escrita es La ciudad del poeta (2014).
Ciudad Palabra está compuesto de varias secciones. En la primera, Tiempos, encontramos poemas no solo sobre el transcurso de momentos (“La noche ha sido atajo para llevarte al mar”, Salacia Aestus; “Afortunadamente sucedió / algo que cambió el rumbo / de lo que parecía previsible”, Baile original). Otros van retratando las etapas de la vida: “Ver tu niñez de esparto en otras suelas / que, ocupadas por niños nuevos, hinchan / los pechos de sus madres primerizas” (Etapa prenatal); “Hallamos el milagro porque fuimos / tan solo primavera / aquella tarde” (Etapa de la infancia); “Todo lo que sostiene / el cielo es tuyo: / este insecto, esa nube / aquella luna” (Etapa de la adolescencia); “A medida que creces, te conviertes / en un bello mosaico al que regreso / empuñando herramientas de metal” (Etapa de la adultez). Para terminar con el Baile último: “Amemos la escultura que nos une, / su limitado espacio, la gran boca / que esclaviza el origen del que siembra / huesos en los maizales”.
La siguiente es la homónima, Ciudad Palabra. La poeta zamorana reflexiona sobre la labor poética: “Sé la palabra misma, / su condición efímera: / eco de nuestro peso / intermitente” (Palabra); “La verdad permanece a eso impronunciable” [Palabra (dicha)]; “Solo a tiempo el poeta pide luz” (Himno). Funciona como un manifiesto , tanto en su versión de combate, podríamos decir (“Es preciso quedarse en la ciudad Palabra”, Ciudad Palabra) como en un pronunciamiento a favor de la comunicación: “Escucho la palabra / que no dice palabra; / su intermitente voz / perdura en los objetos. / Y en aquello que nombra / más allá de lo inerte: / sé préstamo de vida; / para luego el olvido; / para siempre el silencio” (Escucho); “Solo desde el lenguaje / hay conciencia del mundo /…/ Nombremos el horror; / para luego callar, / guardar silencio, / desde la sepultura”. Y aunque sugiere contra el fetichismo (“Todo lo que sabía de la muerte / era solo palabra”), no dejamos de admirar la capacidad del poema para definirnos: “La poesía dice: / recopila los yoes / en todo cuanto calla” (Psicología vs. Poesía).
Presencias, que es la tercera sección funciona como contrapunto a la última, Estructuras. Son ambas caras de lo individual y lo colectivo. En la primera vemos el yo poético en primera persona, tanto cuando conoce lo externo (“Existe una revisión / de realidad / que siempre está dudando de sí misma; / en el lugar perfecto: el preferido / de mis luces y sombras”, Existencias), como el interior (“En las innumerables decisiones / que tomamos se encuentran la acertada // En el resto de opciones / aprendimos a ser / nosotros mismos”, Aprendizajes), como la ausencia (“Otra vez el dolor / te ha vuelto ausencia”, Ausencia). Maeve Ratón fija su mirada en lo cotidiano como una especia de milagro: “La mansedumbre: flor / que nace del aire / y embriaga de vida / permanece en silencio” (Mansedumbre); “Bajo la claridad te desvanece. Posee / la inconsistencia propia de los ángeles” [Inconsistencia (en ti)]. Y se dirige hacia el tú como una pérdida: “Creímos que el amor / será suficiente” [Inconsistencia (en nosotros)].
La última parte, Estructuras, podríamos decir que cuenta con los poemas de mayor vocación comunicativa, más social: “Santiguados, los hombres / parten hacia la guerra” (Suelo). No significa que sean poemas combativos en el sentido de la llamada canción protesta, sino que tienden a ser una descripción de lo que de humano tienen las relaciones: “Todo cuanto está escrito / es un conjunto de signos / de los que formas parte” (Conjunto).
Diálogo, es, en cierta forma, el deseo: “Ser luz, nuevamente, / desprovista del hábito opaco de la carne” (Volver); “Ser el agua que arroja / su sed contra la orilla” (Canon). Diálogo es mirar al otro y sentir su ausencia: “Es verdad, todo ocurre mientras duermes /…/ Que esta muerte disponga / de efímeros insectos a su paso” (Mientras duermes). Diálogo es comprobar la humanidad como género: “La belleza del hombre / que finge su reposo / con ayuda del sueño” (La vida es sueño).
Cierra el volumen un posicionamiento vital de rebeldía: “La consciencia / del límite es real /entre el estado anárquico del ser / y aquella dictadura / en que gobiernan” (Techos). Maeve Ratón emociona con un lenguaje contenido, un equilibrio entre lo más íntimo y lo reflexivo frente a la capacidad de observación y al sentido de la labor del poeta.
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