Muchísimas ganas tenía de conseguir este magnífico volumen ilustrado con dibujos poéticos de Ricardo Ranz que llevaba tiempo agotado en Karima. Álvaro Hernando traza una disección certera del proceso de liberación personal que tanto tiene de social. “Conozco la libertad, pues conozco aquello que me ata” dice en la introducción. Coincide en parte con el espíritu y el momento con el poemario de Maribel Andrés Llamero, La lentitud del liberto (Mclein y Parker, 2018). El poeta va reflexionando sobre todo aquello que la sociedad en este momento histórico concreto y a lo largo de las estructuras más arcaicas, limitan la capacidad de pensamiento y acción: “Me veo atado a mí mismo / clavado a tristezas ridículas /…/ Quiero ser ex-clavo liberado / que desata nudos de madera” (El Ex-Clavo).
Como decimos, este es un camino personal: “No es posible predecir el camino de la bestia, / ni abandona el espejo / del que uno es ya un reflejo olvidado” (Al otro lado del espejo). Son numerosas las referencias a esta primera persona: “Porque yo soy de paisaje poco iluminado” (Mapa de uno); “es toda una vida defendiendo con violencia / los anhelos de niño” (Anhelo de niño). Pero eso no lo incardina en una meditación extraña a la vida, alejada de sus iguales, por ejemplo, en El ajedrez (Es el juego) confiesa: “Donde yo veo tiempo a la fuga. / Eva ve pasos de baile”.
Para dar fe de ese proceso abre el abanico de referencias a la aventura (“Cuenta, como buen caballo, / no seguir estela de barco”, Latitud del llanto), al mito (“Nadie espera de este árbol / que aguante la hoguera o la memoria”, Unicornio de Troya), al arte (“No hay bestia ni diablo que sobreviva / al Jardín de las Delicias”, Jardín de palabras). En este último poema denuncia “La esclavitud del paraíso y del pecado o la búsqueda del premio y la redención”. Conecta, pues, con el cariz religioso en sentido amplio, como en Ego (te absolvo) sobre “la esclavitud del ego, o apagar la luz del otro”: “Mañana volverá a volar todos los rotos / formando una bandada de angelicales cuervos, / empecinados en picotearnos los pezones / y en devolvernos los ojos a sus cuencas / desbordados / de tanta poesía frágil”.
Puede avisar de las cadenas de la crítica: “Habláis de poesía como levitando /…/ Me pregunto cómo se sabe alguien portavoz del Don, / cuando lo único que le ata a la palabra es el tiempo y no la eternidad. / Me lo pregunto con violencia y desprecio. / Pero la respuesta queda el espacio entre los versos que escribo” (El crítico). Y es duro y brutal en Febril sobre la esclavitud del miedo: “no verás libre / de su cárcel de tiempo / a mi esqueleto // ni me verás parirlo / al morir. // Seré polvo sin sombra, / ni ruido”. En ese tono de intimismo filosófico está también la Sombra (“hacia el paisaje amoroso / donde no miente el silencio / ni la palabra suena; / donde todos somos sombra y raíz muerta”) y La marcha (“Permaneces en la memoria de las cosas muertas / que me hablan sin descanso // de ti”). Uno de los mayores miedos, de los más duros, es el miedo a la muerte: “No ser leal / y hundir el féretro / en hielo y sal. / Ya no jugar” (Ya puedo escribir del duelo); “Hay un desasosiego en la paz. / Será el silencio de los ausentes / acomodado al armisticio, / o a los gritos ahogados que exigen / intereses por un pagaré a crédito vencido” (Desajuste). Aunque sea la muerte de un amor: “Muerde, como presa, el recuerdo” (Breve historia de amor número R).
Por el contrario, puede ser la indiferencia: “Son tantos los ladridos que se comen el eco. // Nadie los mira, nadie los oye, nadie les da cuentos, / ni poemas, a ellos, / los perros sin carne, solo hueso / y ladrido” (Ladran). La falta de empatía y solidaridad dentro del género humano: “No todo perro busca una manada. // No todo perro busca una guarida. // Este perro busca un lecho de cicatrices, / con su hocico húmedo tu cuello // y tu mano en su piel empapada de miel carmesí” (Moribundo). Toma entonces Álvaro Hernando la voz del mito para alzarse: “Soy más un Minotauro, que Teseo, // Más la hybris que las velas negras” (La guardia); “Escribo los versos del Minotauro /…/ Los pronuncio y en ellos oculto mi amor y mi sombra” (Minotauro); “Lleva tiempo observar el tiempo dentro del olvido /…/ Pero llega el momento de salir del laberinto / siguiendo el camino de las razones varias / salvando los giros oscuros agarrados al hilo salvador / que conecta nuestra ceguera con quien sabemos somos” (El hilo). No es una decisión política, es más total: “Es necesario ser enigma, abrir el pecho, / de vez en cuando libertar el pájaro, anunciando, / para aquellos que no saben aún que no aman / y para los desmemoriados sabios / que olvidaron ya que nos aman todavía” (Enigma).
Los poemas más íntimos contienen una carga emocional más importante, aunque hable de la esclavitud del deseo o “el sufrimiento vestido de sexo”: “Trago el humo en tu cintura / como tahalí de huellas /…/ ¿cómo quebrarte?” en Tahalí (Adicción). Acierta a continuar con la identificación de cualquiera que sufra un enganche: “Que no, que lo dejo; / el aire no quiere saber nada del fuego /…/ A veces los yonkis no tienen razón y son Sísifo” (Yonki). Alzará la bandera de la libertad con las cargas que el existencialismo más radical, la liberación “o amarse a la condena”: “Aquí he llegado / hasta aquí, soberano, / encadenado a mi soñar libre // ardo / liberado de nudos la madera del álamo” (Ex –Clavo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario