Ana Deacracia lleva publicando desde A orillas de un poema (1989) o Déjame besar a la luna en la boca (2016). Participa en Voces del Extremo y está incluida en antologías como Grito de Mujer. Rosas para Miss Burke está dedicado a Zenobia Camprubí y lleva un prólogo de Javier Sánchez Durán.
El libro está dividido en varios apartados. AMARse es el primero y en él los poemas confesionales se vuelven hacia sí misma: “Me miraré en el espejo / y seré luz”. Una declaración de intenciones ante la adversidad: “Una lágrima no soportada / acunada en mis ojos / para acordarme siempre”. Decimos poesía confesional porque las relaciones que se intuyen parecen dar pie a una conversación en voz baja: “Tu beso se refugió / latiendo en mi sonrisa / y me extendí / como ramas de árboles / sintiendo cálidas / mis aberturas”. Ana Deacracia festeja el momento de que “solo la mirada / hace el milagro” porque “Vives dentro de mí, / a la espera / de ese próximo beso”. El segundo capítulo tiene que ver con las llamas del amor, YO ARDO, / TÚ ARDES, / ÉL …: “Y quererme / como escribes quererme”. Apreciamos un componente de amor pasión en su momento más álgido: “He amanecido flor de nadie, / después de haber amado / con toda la locura y el sudor”. Así, la entrega abraza el peligro y el sufrimiento posible: “Restregaré / con veneno mis labios / por si me besas”; “y me abro para ti / como una rosa, / mostrándote mi cáliz / desnudo de pecado /…/ Ahora / planeta roto, yo, te quiero, / adicta a tu mirar distraído, / y a tu quererme a ratos, / o a tu no quererme en absoluto”.
Este sufrimiento se va intuyendo como una renuncia oculta: “Nunca supiste que yo latía / como vuelan los pájaros”; “He de pensarme en ti / que la distancia / es una estación / al paso de los trenes”. En otras ocasiones, más claramente: “Ni asumir / que solo fue un poema / tu boca de serpiente”. Prefiere, de todas formas, permitirse la ilusión, “Démosle sueño al sueño”.
DESABROCHARse, por su parte, no desarrolla el erotismo de la relación, sino la conciencia clara de esa dualidad entre el deseo y el infierno: “Rosas para Miss Burke. / Nacidas con hambre / devueltas del infierno, / rosas. // Ella sabrá dónde colocarlas”; “Mi corazón se ha parado, / nada hay /…/ Se mueve el mundo y punto”. La poeta se entrega “y devuelvo el beso no dado” para luego tomar conciencia: “Aprendemos a ser / y a veces es tan trágico”. La conclusión, triste, no lleva al abandono: “¿Dónde duerme / ahora la primavera, / cuando el frío / me deja sin aliento?”. Se refugia en la poesía (“La poesía se restriega / en mis manos / para que no firme”) para luego renacer, FLORECERse (“El deseo me acaricia”; “He rebañado mi alma / hasta deshacerse”) y SOÑARse. Son poemas de amor eterno, por mucho que se atisbe la caducidad: “Sueño que tu inquietud / es el deseo de agua”. “El lunes te respiro” es una referencia temporal, mientras que en otros poemas se apueste por la eternidad: “Te amé más que a mi vida, / amé a ese niño / que se quedó / rozando mi ventana / en noches / de delirios solitarios”.
Las últimas secciones son más reflexivas. No en vano se titula ANALIZARse: “¿Y qué más da que llueva a chaparrones / sobre los ojos ciegos y las manos cortadas / si no sabes de lluvia?”. Funciona como una especie de balance emocional, un recuento de daños y esperanzas: “Se descubrió a sí mismo / en el espejo roto / que jamás le mostraron jugando de niño”. Una búsqueda de la esencia de lo que permanece desde la niñez y que, en el fondo, “Somos piel. / Nos arropamos con sueños”.
ADMIRARse es la promesa que retoma de los primeros poemas de atender al cuidado de sí. Y si el dolor continúa (“Un brocal en mis ojos / echa de menos el calor / que oculta la memoria”), hay que centrarse en el deseo que no muera: “Sobre el blanco y el negó / se hace cópula el aire / en el querer ser música. / Y dios es ella, dentro”. Aunque se corra el riesgo de la herida que se traspasa al poema: “No se queda. / No se queda conmigo,/ el azul del poema se evapora”.
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