domingo, 8 de septiembre de 2024

Reseña de Rosario Troncoso: ‘Vuelo rasante’. Juglar. 2024

 Vuelo rasante


Con prólogo de María Jesús Paredes Duarte, esta última entrega de Rosario Troncoso es un libro valiente y desgarrado. La primera parte, Tapar los espejos, apareció publicada en su libro homónimo, salvo el primer texto: “Incluso en la forma en que amanezco y el espejo me recibe: retiro con cuidado de mis ojos el residuo de un mal sueño” (). El sentido de volver a aparecer estriba en la contraposición entre un momento de pesadilla y de sufrimiento y el renacer lleno de brío y de sensibilidad: “Supe volver a tierra después de naufragar” (Desde el origen).

Tapar los espejos es la desgarrada bocanada de aire que se toma con violencia al salir a la superficie de la apnea. Apreciamos el desconcierto ante este sufrir: “Cómo envidio la certeza de los ciclos esperados” (Fuego ilícito); “Perder de golpe todas las costumbres es empezar a morir (…) Soltar una mano concreta, desear la sombra de otra sombra. Así es como se olvidan los nombres y desaparecen las calles” (Fundido en negro). Y la respuesta instintiva de recogimiento y miedo: “Aprendí a sellar mis labios y a no perseguir por amor las estelas de los barcos” (A pulso); “Así sea. Que mi boca se devore a ti y se deshaga el alma en ceniza. Qué importa: no sé ya volar sin el nudo imposible de tus dedos con los míos” (La noche del deshielo). Sin embargo, estos textos no demuestran la cobardía ni la desidia, no la depresión indolente, indican con fuerza la voluntad de vida: “En esta casa y en mi cuerpo respetable ya no grita nadie” (Feroces). Surgen los momentos de resiliencia, de esperanza fiera: “Y solo los niños saben convivir con garabatos y borrones” (Pandemia, marzo 2021); “Pero cuando llega el fuego huyen las voces y las buenas intenciones. En el tiempo de cenizas, es la soledad quien las recoge” (No se sabe de la piel). Mucho del universo denso de Alejandra Pizarnik, pues, “De lo que conforma la esencia del sitio que ocupamos, nadie habla. Y por eso, la poesía” (De la poesía).

 A pesar de todo el abismo que se trasluce en estos poemas en prosa, Rosario Troncoso procura evidenciar el pertinaz arrojo de supervivencia: “Pero emergí a destiempo en el fin del mundo. (…) Aquí en la superficie lo tengo todo, y aunque nada sirve, sé que nacer es aprender otra vez a respirar” (Apnea). Si por un lado comprobamos los daños (“Tener las manos llenas de palabras compartidas (…) Y todo se gasta (…) Pues tu nombre en mí ya no tiene remedio”, Tiro de mí;  “Se acerca la noche. Gime la muerte si no ve su reflejo”, Tapar los espejos), también amanece la lucha y la ilusión: “Hiero mis manos al apartar escombros, porque intuyo el mar, como un espíritu subterráneo” (Espíritu subterráneo).

Propiamente, Vuelo rasante se compone de poemas tanto en prosa como en verso. Comienza con la calma, la necesaria calma: “Vuelve el silencio y la lluvia. Callan los perros y se apagan los ojos distantes” (Desorden). El paisaje respira convicción:

“En el hueco que habité crecen árboles frutales, huele a mar y cantan niños.

Pero ya no puedo desoír cómo ruge tras de mí el abismo. Este dolor no es mío” (La ausencia)

El sufrimiento que más patente en la primera parte continúa como recuerdo y punto de partida: “A veces veo espinas en tus manos. / Te desgarran a ti la piel. Y sangro. / Ya nada temo, / pues son mías las rosas / que brotan en tu pecho” (Mis rosas). Las imágenes son penetrantes, llenas de expresividad, los textos poéticos están cargados de emociones intensas. Cada poema aborda el dolor, la desilusión, la pérdida, el orgullo y la lucha por encontrar sentido en medio de esas experiencias traumáticas. Rosario Troncoso explora el dolor emocional y físico, así como la complejidad de las relaciones humanas. La constante referencia a la sangre, el cuerpo y el sufrimiento ("Soy sangre infinita entre tus piernas”, Narcisismo;  “Las manos que entonces crecieron huérfanas / han despertado para la cosecha. / Es tiempo de cortar flores muertas / del borde del camino /…/ Pero emergen los nombres de los muertos. / Y flota en el agua y en la sangre”, Cortar las flores muertas) sugiere una conexión íntima entre el dolor emocional y la experiencia corporal. La sangre, en este contexto, parece simbolizar tanto la vida como el sufrimiento, y las relaciones descritas están marcadas por un sentido de anhelo, dependencia y destrucción mutua.

Hay un juego constante entre contrarios, como el deseo y el desprecio, la vida y la muerte, la esperanza y la desesperación. Estos contrastes son evidentes en versos como "Desprecio lo que soy, pero lo anhelo" (Narcisismo) o “Sobrevivo hueca / igual que un árbol hueco. / Muerto, pero de pie” (Recaída). Esta dualidad refleja la lucha interna del yo poético, atrapado entre el deseo de vivir plenamente y la realidad de estar consumido por el dolor y la desesperanza: “El nudo que deshizo la tijera / aprieta aquí otra vez como si nada” (Equilibrio). En el poemario también está presente el paso del tiempo y la inevitabilidad de la muerte ("Las manos que entonces crecieron huérfanas / han despertado para la cosecha", "A veces en la muerte, / la vemos por el rabillo del ojo", Espejismos). Aquí, la muerte no solo es un final, sino un proceso que se insinúa en la vida diaria, un recordatorio constante de la fragilidad de la existencia. La voz poética se recompone entre el pasado y el futuro: “Son recuerdos borrosos / los ensayos de vuelo /…/ A pesar del intento / volver al calor es difícil / si ya la sangre no responde” (Ensayos de vuelo). De ahí la contraposición entre el sufrimiento invisible (“Cierta devastación / no se luce en letreros luminosos”, Aires de sombra) y el ansia de supervivencia que se traduce en los hijos: “Blindemos a los hijos: / que no respiren todo este desastre” (No pensar). Si por un lado permanecen deseos de rendición (“La meta era cerrar los ojos. / Pero sabemos que la luz / atraviesa los párpados”), la vida brota en símbolos como los niños y la naturaleza: “Como niños que danzan / tan ajenos al mundo y sus pulsiones. / Un loco grupo de pájaros grises / se empeñan en demostrarme / que no da tanto miedo respirar” (Bailan para mí los pájaros). Aunque el poemario está impregnado de una atmósfera oscura, también hay indicios de resistencia y de búsqueda de esperanza, aunque sea efímera. Versos como "Soy agua para tus días / y tu nombre, arena"(Aegritudo amoris) o “Serás quien duele para siempre / en mis heridas” (Calambre) sugieren el esfuerzo por encontrar sentido o consuelo, aunque sea en medio del caos y la devastación.

Las imágenes del nudo, la tijera, el ancla y la pulsera son símbolos poderosos que hablan de conexiones y rupturas, de lo que une y lo que separa. El nudo que "deshizo la tijera" y que vuelve a apretar sugiere que las heridas del pasado no sanan fácilmente y que el dolor tiene la capacidad de renovarse. El ancla, un símbolo de estabilidad, se convierte en una metáfora de la atracción fatal hacia algo que es al mismo tiempo fascinante y destructivo.

“Fue su primer regalo:

un ancla de metal,

pequeña, brillante.

/ …/

La amé con la fascinación que dicen

que provoca la luz de los diamantes.

/…/

Un ancla pequeña, de metal brillante

fue su primer regalo.

Y ella lo amaba

con la fascinación

que provoca la luz,

quizás de los diamantes. O eso dicen.

/…/

Ella, con mi ancla eterna en su muñeca.

Respiro las cenizas

de los oasis que ardieron,

prenden los cabos secos,

de mi pulsera y la de ella, y la de otra ella.

Tan vacía y tan turbia

ella, y ella, como yo” (La pulsera)

Vuelo rasante refleja una exploración profunda de una experiencia muy humana y muy íntima en sus momentos más oscuros. La presencia constante de la muerte, el dolor y la desesperanza se contraponen con pequeños destellos de resistencia y la búsqueda de significado. Rosario Troncoso invita, a través de imágenes poderosas y simbolismo, a reflexionar sobre la complejidad de las emociones y la fragilidad de la vida. Caer y renacer.

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