Paula Díaz Altozano cuenta entre sus obras con varios libros de poemas: A orillas de París (Ediciones En Huida, 2018), Ríos de carretera (BajAmar, 2019), Unicornios (Buenos Aires Poetry, 2021), Mareas y monstruos (Heracles y nosotros, 2021); así como de aforismos: Meteórica (Apeadero de aforistas, 2021). Kraken es una obra fascinante y única, en cierto modo inclasificable en cuanto a la forma, que desafía las convenciones tradicionales de género literario pero lleno de poesía en el sentido más amplio del concepto. El libro, tal como lo señala Marina Casado en su prólogo, “no puede definirse como poemario ni como recopilación de relatos”. Es más bien un Libro de sueños, una inmersión en la imaginación onírica de la autora que combina elementos de un bestiario fantástico y escenarios llenos de misticismo.
A través de sus páginas, Kraken nos transporta a una serie de sueños vívidos y surrealistas, donde lo cotidiano se mezcla con lo mitológico, lo animal y lo monstruoso. Estos sueños no son meras descripciones de paisajes o sucesos, sino que abren un portal hacia lo simbólico, lo arquetípico y lo íntimamente personal. En la primera sección, Bestiario, nos paseamos por diferentes paisajes: “Estoy en el bosque abriéndome paso por un camino cubierto de musgo y hojarasca”; “Camino por las calles de Madrid –vacías, puedo escuchar el sonido de mis pasos– cuando llego a un paisaje ancestral”; o “En el salón de mi casa, bajo el reloj de cuerda, hay una jaula con roedores”. Cada escena onírica parece estar impregnada de un profundo significado, invitando al lector a interpretar y explorar los rincones más recónditos del inconsciente. Así, en Sueños, segunda sección, somos conscientes de estas situaciones inverosímiles que juegan al escondite con una identificación simplista: “En un zoo hay un caballo chato de color granate”.
Hay momentos donde los sueños habitan lo cotidiano (“En la casa del pueblo subo a un muro para buscar el nido de las golondrinas”) y en otros, lo salvaje (“Una cría de leopardo salta a mis brazos. Me mira, juego conmigo. Qué gato más bonito, digo a mi madre, ¿puedo quedármelo? Claro que sí, contesta”). Surgen elementos muy dotados de simbolismo, diríamos románticos: Estatuas, ruinas y jardines: “Cerca de un monumento al aire libre se alza una escalera de piedra rojiza que debo subir (…) Es tal mi fatiga que no puedo ascender un solo tramo. Al otro lado hay un jardín de estatuas griegas. Al advertir el leve aleteo de un pajarillo de piedra, me acerco a ellas con reticencia y una me saca la lengua”; “Dos estatuas de bronce salen caminando del estanque de agua verde”. Como en Babilonia Dream, de Alicia Louzao, los paseos están llenos de sugerencias sensoriales y emotivas: “Llego a un jardín frondoso y descuidado en el patio interior de una casa en Roma. De la hierba surgen torsos de piedra, columnas partidas”; “Dejo tres monedas sobre tres puntos del tablero. Brillan bajo el agua y puedo ver los dibujos de cabezas griegas y los cuerpos mitológicos que hay en ellas grabadas”.
Desde los primeros pasajes, Díaz Altozano nos sitúa en un bosque cubierto de musgo y hojarasca, y de inmediato sabemos que estamos frente a un viaje introspectivo. Las imágenes se suceden como si estuviéramos caminando junto a la autora a través de sus sueños: las calles vacías de Madrid, una jaula con roedores en el salón de su casa, el imponente mar que solo puede contemplarse en sueños. Estos escenarios, a menudo oscuros o enigmáticos, evocan una atmósfera de misterio y asombro, en la que lo real y lo fantástico coexisten de manera fluida.
Uno de los temas recurrentes en Kraken es el de los animales, ya sea en su forma más cotidiana o bajo la apariencia de criaturas míticas. Los sueños con caballos granates, leopardos juguetones, delfines y orcas, mastines callejeros o monstruos marinos son ejemplos de cómo la autora entrelaza lo animal con el mundo emocional. Una sección precisamente está titulada El circo y los elefantes. Estos animales parecen representar diversas facetas de la psique humana: el instinto, el poder, el miedo y la ternura. En especial, el título del libro, Kraken, evoca la figura mítica de la criatura marina gigante, símbolo de lo inconmensurable y lo desconocido, que, en este caso, parece remitir a los monstruos internos que todos llevamos dentro: “Paseo por un parque y me para en un puesto de flores de gitanos para besar una orquídea. Cerca hay cinco mastines callejeros chorreando, tumbados en la hierba encharcada”; “Llamo a la puerta del carromato. Una mujer baja la abre y me dice que me esperaba. Dentro hay otras personas bebiendo licor; a un lado un busto decimonónico con las mejillas encendidas. De un traje circense salta un mono y se balancea”.
París es un enclave casi mítico para situar las escenas de este Kraken: “Mi abuela y yo paseamos por las calles de París. Cruzamos a Plaza Vêndome y llegamos a otra plaza desconocida (…) Mi abuela se apresura por el puente y cae al agua. Me acerco a ayudar y le digo que buscaremos otro camino”. Directamente dice Paula Díaz: “Pienso que París siempre será mi casa”. Pero el lugar esencial es el mar, que cobra protagonismo en Ballenas y otros monstruos marinos: “Sueño que me pierdo en un mar”; “El mar que veo solo es posible contemplarlo en los sueños: gris azulado, perfectamente definido en sus formas, su sonido comprensible”. Este símbolo de inmensidad lo abarca todo: “En una calle de Madrid discurre un brazo de mar. Camino a la orilla con otras personas. Un delfín, una orca y su cría nadan a nuestro paso. Alguien da el aviso de que hay un tiburón cerca, así que subo deprisa las escaleras que conducen al edificio de mi abuela y llamo al telefonillo”; “Mi familia y yo caminamos hasta una zona rocosa donde el mar lame una playa. Allí me baño con una tortuga grande del mismo color que las rocas. El agua apenas cubre, así que me tumbo boca abajo sobre el fondo cálido mientras el animal nada a mi alrededor”.
Otro aspecto destacable, en fin, es la presencia de escenarios urbanos y naturales que cobran vida propia en el mundo de los sueños. En muchos pasajes, el lector se encuentra deambulando junto a la autora por las calles de París, donde pasea con su abuela o cruza la emblemática Plaza Vendôme. En otros, está sumergido en un mar gris azulado o en un jardín de estatuas griegas que interactúan con ella. Estas descripciones revelan una fascinación con la memoria, el tiempo y los lugares, y ofrecen una sensación de nostalgia que se mezcla con el absurdo y lo extraordinario. En esos paisajes aparecen Objetos y situaciones: “Federico Gª Lorca hace una reverencia. Su postura es de burla, con los brazos encogidos como si fuera un pájaro”. Se intercalan momentos de evidente estupefacción con otros donde la aparente ternura está teñida de lo weird: “En los bosques de Finlandia hay una cuadra donde los niños montan a caballo. Me pongo en fila con otras personas y aparece el monstruo encorvado, cubierto por una capa (…). Despierto comprendiendo que lo he deseado”.
La estructura fragmentada del libro, con secciones tituladas “Bestiario”, “Sueños”, “Estatuas, ruinas y jardines”, “El circo y los elefantes”, “París” y “Ballenas y otros monstruos marinos”, refuerza la naturaleza dispersa y cambiante de los sueños. A medida que el lector avanza, se enfrenta a una multiplicidad de escenarios que, aunque diferentes entre sí, están unidos por una especie de coherencia interna que solo los sueños pueden tener: “Advierto que estoy soñando y decido volar”; “Mi padre y yo montamos el mismo caballo. Galopamos por una cuesta empinada en el campo. Alguien quiere derribarnos, pero no lo consigue”.
Además de los sueños en sí, la obra de Paula Díaz Altozano es rica en referencias literarias y culturales. Personajes como Federico García Lorca o Vicente Huidobro (“En un teatro a oscuras recito un poema de Vicente Huidobro ante el público. Al despertar, me pregunto si ese poema lo escribió Huidobro o lo escribí yo”) aparecen en estos sueños, mezclando lo personal con lo universal, lo onírico con lo poético. Estos guiños literarios refuerzan la idea de que los sueños no solo son producto de lo inconsciente, sino que también están influenciados por las lecturas, las experiencias y el bagaje cultural de la autora.
Kraken es un libro enigmático y fascinante, lleno de imágenes poderosas y simbolismos que invitan a una lectura y relectura atenta y reflexiva. Paula Díaz Altozano logra captar la esencia de lo onírico y lo transforma en experiencia literaria. Podríamos decir que es una manera original de tratar –en sentido literal– del realismo mágico con su poesía y su prosa de rara belleza, pleno de riqueza de su imaginación. “Mi madre y yo estamos en un castillo. Debemos recorrer las habitaciones donde hay estanterías con obras de un autor llamado Orozco (…) Al fin encontramos el último libro y salimos del castillo”.
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