Escrito entre 2020 y 2023, cuenta con el prólogo excelente de Teresa Soto. El poemario es un conjunto de fragmentos que exploran de manera profunda y emotiva los temas del dolor, la pérdida, el amor y la soledad. Cada verso está impregnado de una sensibilidad que refleja la condición humana, mostrando la vulnerabilidad, las heridas del alma y el anhelo por encontrar sentido en medio de la tristeza y el silencio.
La primera parte, Morfología de la nieve, está encabezada con citas de Chantal Maillard y Ángel González, en cierto modo dos poetas que encuadran perfectamente las dos tendencias en la poética de Yasmina Álvarez. Si con uno, lo cotidiano se transforma en momento poético (“Yo lo noto: cómo me voy volviendo / cada vez más triste, / más ajena, / más callada. /…/ Para alzar el vuelo cada día / es necesario antes levantar el duelo. // Pero duele mucho”), con la otra trasciende lo meramente sensorial para embarcarse en lo simbólico (“Léeme. / Traigo inscrita en la piel la sed de las esperas /…/ Y revisa con esmero los puntos finales, / pues en ellos anida, / traidora y repentina, / siempre / la muerte”).
El tema básico de esta primera parte tiene que ver con el sufrimiento del amor: “Has de saber: estos versos nacen / al calor de tu silencio. / Son la respuesta al vacío, / a la sombra, a las heridas”; “Lo compruebo al posar mis labios en tu boca: / tu tristeza es definitivamente amarga en cuanto al gusto”. Como resume en estos versos, “A veces al amor le faltan tiempo y lugares / y ha de sentarse resignado, / a la mesa más visible / de un café de barrio o de la zona centro”. El tema del amor, en cierta forma, puede ser definido como “Deshacer los nudos. // Y desnudarse”.
Desde los primeros versos, se introduce la tristeza como un elemento constante en la vida de la voz poética. Esta tristeza se expresa de manera progresiva, como un sentimiento que va invadiendo a la poeta, haciéndolo más ajeno, más callado, más distante de sí mismo y de los demás. La imagen del vuelo, que requiere de un duelo previo para elevarse, es poderosa y metafórica, sugiriendo que el dolor es un requisito inevitable para poder seguir adelante en la vida. Sin embargo, este proceso de sanación es doloroso, tal como se expresa en el desgarrador "duele mucho": “Para viajar desde tu mirada de invierno / hasta las velas arriadas de mis pechos / tómate el tiempo que se toman los océanos / en llegar a la orilla”.
La nostalgia, tanto en su cariz de tristeza como en el del recuerdo, puebla los versos: “Para regresar al poema / habría que volver también / a las casas vacías de la infancia”; “No conocí a mi abuela /…/ y me han faltado todos sus abrazos” igual con su abuelo “Ellos no mueren en la orilla: / me siguen creciendo / me ahogan / cuerpo adentro”. El poemario aborda la relación con la ausencia que sigue resonando en la vida de la voz poética. Esta ausencia, lejos de desaparecer con el tiempo, se intensifica y se vive de manera interna, casi como una inundación que ahoga y sofoca. Esta añoranza se entrelaza con la sensación de pérdida y falta de pertenencia que atraviesa toda la obra.
Yasmina Álvarez procura tomar el proceso de sanación como una labor poética: “Aquí, / donde hallo la emoción justa / que me devuelve, cada agosto, / al poema”; “un poema valiente, que aloje en sus versos / las tormentas de un vientre / que, a pesar del amor, quedó tan vacío”. Y consiste, además del oficio, en apreciar la belleza tras el sufrimiento: “a ser capaz de agradecerle al insomnio / la inmensa belleza del amanecer”. Con un aliento muy cercano a Pedro Salinas: “Que se propague/ –ella, sí, la palabra– / y, como un eco, / vuelva a mí, / revestida de tu aliento, / entre de nuevo en tu boca / y estalle dentro, muy dentro de mí, / como una tormenta de verano”.
La presencia de la muerte es otro tema central en el texto. Se le menciona de manera sutil pero penetrante, aludiendo a su traición y repentina aparición, escondida en los puntos finales de la vida: “La espuma de las olas me devuelven / –cadáveres desmembrados– / las imágenes de aquellos días / de luz inesperada”. La voz poética parece vivir con la constante consciencia de la muerte, no como un fin lejano, sino como algo que acecha en los pequeños momentos, incluso en el silencio de la espera: “No sé a quién le tocará recoger lo mío / –no dejo descendencia– / pero no le arriendo las ganancias: / nada encontrará de más valor / que mi silencio y mi memoria”. Este silencio es retratado no solo como ausencia, sino como un catalizador de creación, ya que, como decíamos, "estos versos nacen al calor de tu silencio", siendo una respuesta al vacío, la sombra y las heridas: “Después el vino, el amor…/ y empieza a llorar juntos / por las mismas muertes”. Ese es, quizás, el propósito del libro: “Cancelar el ruido / y descansar”.
El amor, como contraparte del dolor y la muerte, también está presente, pero es un amor que parece truncado, limitado por el tiempo y los lugares: “Mi cuerpo siempre el nido / en el que descansan / tus manos migratorias” La poesía refleja cómo el amor se ve obligado a encontrar espacios de resignación, como un café de barrio, sugiriendo que a veces los sentimientos más intensos no encuentran el espacio adecuado para desarrollarse plenamente. La tristeza del amor se refleja en la amargura que experimenta la voz poética al besar a la persona amada, indicando que, aunque el amor esté presente, está inevitablemente teñido por el dolor: “Cuánta calma cabe, de ojos hacia afuera, / en este cuadro púrpura de la mañana”; “Pero lo admito: cada vez / me cuesta más emocionarme /…/ Y para lo de llorar, me ha recetado / lágrimas artificiales el oftalmólogo”. Asimismo, el paso del tiempo y el envejecimiento aparecen en los versos que reflexionan sobre esa dificultad de emocionarse y de llorar. Se observa una especie de resignación ante la vida, en la que hasta las lágrimas parecen haberse agotado, requiriendo "lágrimas artificiales", lo que simboliza la pérdida de la espontaneidad emocional que alguna vez pudo haber existido. O la búsqueda de unos nuevos: “Donde encontrar los ojos / capaces de reconocer, / una vez más, como antes, / la belleza”.
La autora se encuentra en el desamparo, pero también en la estupor: “no sé qué es lo que me falta, / a qué no alcanzo. // Pero me roba el sueño”. Como decíamos, la búsqueda de la belleza es un punto de partida, no es capaz de apreciarla, pero afirma con certeza que: “Cuánta belleza, cuánta vida / sugieren algunos lugares. // ¡Qué terrible cuando son los últimos!”; “No es necesario levantar la voz. / Tan solo alza la vista / y observa cómo obran / los cerezos, / en silencio, / la belleza”. Por otro lado, también se nota un deseo de escapar del ruido y encontrar paz, aunque al mismo tiempo la voz poética se enfrenta a la incertidumbre de no saber qué es lo que le falta. La búsqueda de belleza en el mundo y la vida es evidente, pero también lo es el dolor de reconocer que ciertos lugares, que evocan tanta belleza y vida, pueden ser los últimos.
El acto final de mudanza (“Ya todo se dispone / para la última mudanza”; “Es tiempo de mudanza: / deshacerse del cuerpo, / meterlo en una caja /…/ Convertirlo así, por fin, / en lo que nunca fue: / sustancia fértil / con que sembrar la vida”), en el que se habla de deshacerse del cuerpo y convertirlo en sustancia fértil, simboliza una aceptación del ciclo de la vida y la muerte. Hay una sensación de rendición ante el inevitable fin, pero también una esperanza de transformación, de que el cuerpo, al final, pueda dar lugar a algo nuevo y lleno de vida. Eso vale para la primera persona y también para el objeto de los afectos: “Has decidido irte, / con el silencio en los pies y en las palabras / hacia el vacío y sus acantilados”. El acantilado, paisaje mítico para los románticos, liminar entre el cielo, la tierra y el mar, de belleza sublime y aterradora es uno de los lugares preferidos en esta Cancelación del ruido.
Termina el poemario con otra sección, Diciembre o el aullido, donde el final, la mudanza, simbolizado en el último mes del año se conjuga con el grito o el aullido. Es la antítesis de la “cancelación”. Hay un poema en el que se refleja lo cotidiano frente al acontecimiento, a la gran toma de decisiones, a la vida en riesgo: “Casi ya hace dos años / que esta misma rutina / inaugura mis días. /…/ A mí me tranquiliza. / Me libera de culpa. // Ojalá jamás sepa que es él quien carga / –y no yo– / con todas mis tristezas sobre el lomo”. Para después, situarse en la indecisión y en el peligro: “Asomada al vacío, / no sé qué estrella he de tirar / para traerte de nuevo / a esta casa, a la vida”. No es la búsqueda del silencio lo que se pretende, sino lo que se denuncia, la frialdad de la falta de comunicación en todos los sentidos: “Tu silencio de nieve. Y yo”.
En Cancelación del ruido Yasmina Menéndez ofrece una reflexión íntima y profunda sobre la condición humana, abordando los temas universales como la tristeza, el amor, la muerte y la búsqueda de significado con una perspectiva personal. Nos invita con ello a explorar nuestras propias emociones, confrontando el vacío y la esperanza de encontrar belleza incluso en los momentos más oscuros de la vida.
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