Profesora de secundaria. Libros de poesía y relatos: El libro de los estorninos (2017), Heredarás esparto y otros relatos (2018), Las flores y el yelmo (2019), Historias del puto virus (2022) y Al abordaje (2020). Mujeres de boca grande que saben ser bosque fue espectáculo antes que libro y aún continúa representándose. Marta Marco Alario nos sumerge en un universo de voces poéticas que se nutren de la naturaleza, el intimismo y la resistencia. El libro no solo despliega una propuesta literaria cargada de fuerza y sensibilidad, sino que también actúa como un manifiesto lírico que celebra la conexión entre lo humano, especialmente lo femenino y lo arbóreo. El volumen aporta una gran variedad formal, versículos, sonetos, prosa… bajo el común denominador de especies de árboles. Mujeres de boca grande que saben ser bosque incluye referencias explícitas a figuras literarias como Alejandra Pizarnik y Juana de Ibarbourou, así como un homenaje a José Luis Gómez Recio. Esta intertextualidad enriquece el sentido del diálogo poético en una dirección muy definida.
Uno de los temas principales es la naturaleza como identidad. Cada poema se asocia con un árbol o elemento natural, simbolizando resiliencia, transformación y enraizamiento. Desde el castaño hasta el cedro cargado de ecos bélicos, los poemas traman una narrativa en la que la protagonista y el bosque son indivisibles. Muy conectado está la resistencia femenina, pues la obra está plagada de imágenes que desafían la fragilidad asociada a lo femenino. En Acacia, la hablante proclama: “No quiero palabras redentoras. /…/ No quiero palabras perfumadas. / He crecido entre las piedras / y no dudaré en arrancarte la lengua. / Y no duraré en sacarte los ojos. / No quiero más flores”. Una declaración de fortaleza y autonomía, de determinación: “Préstame tu miedo / para coserme las garras / y tu lengua, para lamerme la herida” (Secuoya).
La naturaleza no es solo paisaje, es espejo y refugio. Las metáforas, como la que titula el libro, “Hay mujeres de boca grande / que saben ser bosque” (Ceniza), muestran a las mujeres como fuerzas indomables y orgánicas. Es una constante: “Tengo los pies desnudos / y el corazón salvaje. // Sé vivir sola” (Encinas); “Y solo tú la verás desnuda / Solo tú tocarás la primavera” (Saúcos). Por otro lado está el juego entre la intimidad y la soledad. Se van alternando la celebración de la soledad creativa y la búsqueda del otro como refugio. Los versos revelan la tensión entre el deseo de independencia y la vulnerabilidad emocional que es repetido en otros poemas: “Llegué a mi casa / el tiempo de silencio / cuando todas las palabras / estuvieran desmembradas” (Labiérnago).
La voz de Marta Marco Alario es apasionada y contundente. Con un tono que oscila entre lo confesional y lo universal, la obra canaliza emociones complejas y transforma el dolor en arte. La dureza de algunos versos contrasta con la delicadeza de otros, generando un equilibrio entre confrontación y consuelo: “Hay un abismo húmedo / que quiere ser trinchera” (Ailantos). El enfrentamiento se muestra como paradojas (“Dime que me quede / y soltaré sin concierto / mi bondad de cobalto. /…/ Tú serás feliz / y yo seguiré / haciéndome la tonta”, Cinamomos) y con el paralelismo entre campos opuestos: “Hacen hebras de amor con las palabras, / vuelves tangible nuestro carpe noctem” (La higuera); “Verás, es que hay veces que / se me precipita la vida / entre los calcetines y las acelgas, / los libros y el polvo” (Robles). Donde lo abstracto agita la vida o lo cotidiano más mundano convive con lo sublime: “Cuando recobré el aliento vi que mis palabras muertas yacían en la tierra, completamente rotas. // Supe que sería árbol para siempre” [Castaños (kintsugi I)]. Lo combativo cobra muchas imágenes: “A veces prefiero fingir que duermo, / que no me entero, / hacerme la tonta, ser idiota, / y cuando me lo creo, / perderme en las sombras” (Catalpas). O en Cedros: “Hay en mi piel / olor a flores muertas / y en mi cama / un escuadrón de silencio / haciendo sonar / tambores de guerra”.
Desde una perspectiva feminista, Mujeres de boca grande que saben ser bosque es una obra profundamente comprometida con la exploración de las experiencias femeninas desde una posición de resistencia, empoderamiento y conexión con la naturaleza: “Escribo para que me deja en paz. / Para estar sola. / Para emborracharme de silencios. /…/ Escribo, sobre todo, / porque puedo. / Y lo hago en un ay / porque otros no pudieron” (Sicomoros). La autora se inscribe en una tradición que utiliza la poesía como vehículo para subvertir roles de género y dar voz a vivencias históricamente marginalizadas. Dice, “No quiero morirme / con palabras en el estómago” (Almendros) y también “Se me están yendo los días / entre los dedos y este vértigo obsceno” (Pinos). Una urgencia que colma el poemario y lo dota de una gran fuerza: “No se puede sostener / la belleza con la mirada / de la misma manera que un nudo de vacío / no puede germinar en un estómago” (Eucaliptos).
La conexión entre las mujeres y los elementos arbóreos opera como una poderosa metáfora feminista. Cada árbol mencionado –cedros, jacarandas, acacias– no solo representa cualidades como fortaleza o regeneración, sino que también desafía las representaciones tradicionales de la feminidad como pasiva o sumisa. Las mujeres de boca grande del título no se esconden; en cambio, toman espacio y reivindican su presencia. La idea de ser "bosque" sugiere interconexión y resiliencia comunitaria, cualidades que las mujeres han desarrollado para resistir opresiones sociales y culturales. Y, lo más importante, sin perder la individualidad. Este simbolismo arbóreo se alinea con una ecocrítica feminista, que establece paralelismos entre la explotación de la naturaleza y la subordinación histórica de las mujeres, proponiendo la reparación y el cuidado como respuestas.
Sin embargo, por otra parte hay, en contraposición, la referencia a lo inerte y lo frío: “cuando me domina lo auténtico / y desnuda soy roca y corteza y frío y soy yo” (Un baobab). Y es que “Cuando el poeta está muy triste, / fuera, incluso nieva. Da igual el frío” (Latanias). Y, como resolución de voluntad, Marta Marco Alario, proclama: “Llevo toda mi vida / contando nichos / y yo solo quiero bailar / descalza y desnuda” (Arces). Confronta y subvierte las ideas románticas de la feminidad. Poemas como Cedros y Castaños utilizan imágenes sombrías –“olor a flores muertas”, “palabras muertas yacían en la tierra”– para cuestionar la belleza como única cualidad atribuible a las mujeres. En lugar de eso, la poeta muestra mujeres imperfectas, rabiosas, contradictorias, pero siempre humanas. Este enfoque resuena con la crítica feminista que desmonta los estereotipos restrictivos de lo femenino.
Muchos poemas exhiben una abierta resistencia al patriarcado, especialmente en la renuncia a las expectativas impuestas. Este rechazo vehemente a la condescendencia masculina resuena con el pensamiento feminista, que denuncia las dinámicas de poder que silencian a las mujeres o las encasillan en roles de docilidad. En poemas como Cinamomos o Robles, la autora celebra la soledad y la independencia femenina: “Sé vivir sola” (Encinas). Este tema enfatiza el derecho de las mujeres a existir fuera de las estructuras tradicionales de dependencia emocional o económica. En Acebos, la poeta denuncia el paternalismo: “Solo un profeta de barro / podrá contarme lo que no sabemos. /…/ Nos hablará con ese paternalismo / que hace que sintamos las bragas en los tobillos / y el frío de la vergüenza erizándonos la piel”. Este fragmento expone cómo las dinámicas de poder refuerzan la vulnerabilidad femenina, pero también cómo estas mujeres aprenden a identificar y rechazar esas narrativas impuestas: “No necesitamos ningún dios / que nos diga lo que somos / lo que sabemos. / Bosque” (Roth).
El feminismo colectivo está presente en la multiplicidad de voces que emergen en el texto. No es solo una historia individual, sino un bosque donde cada árbol (o mujer) tiene su voz, sus heridas y su fortaleza. El vocabulario de combate está significado en esta vindicación de sororidad: “yo ya perdoné su disidencia / y el rencor está casi enjaulado” (Abedules); “cuando deja que mi búsqueda secreta, / mis pájaros tu almohada, / mi fuego tu trinchera. / Mi risa, tu refugio” (Sangre de dragón); “En tus brazos, en otoño, en tus manos, / las noches son verano / y son misterio. / Son Ítaca. / Son tumbas. /Son navajas” (Jacaranda).
El cuerpo femenino está presente no como objeto de deseo, sino como un territorio de lucha y reivindicación. En Refugio, el verso “Me has mirado durante horas / como si mi cuerpo fuera tu hogar” señala una ambivalencia entre el deseo de pertenencia y la reivindicación del cuerpo propio. Este tema dialoga con el feminismo contemporáneo, que busca despojar al cuerpo femenino de la mirada masculina objetivadora y devolverle agencia. Resalta la urgencia de expresión como un acto político, un eco de las luchas feministas por visibilizar las voces silenciadas. La sororidad y la celebración de lo colectivo encuentra en el bosque su imagen representativa: “Hay mujeres que tienen la boca muy grande / y el miedo cada vez más pequeño. /…/ Hay mujeres de boca grande / que saben ser bosque” (Ceniza).
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