Cuando
revisamos clásicos como El Padrino o
novedades como Gomorra en cierto modo
nos asustamos de cómo una sociedad entera está organizada a partir de un núcleo
criminal. La mafia ofrece un modelo cinematográfico atractivo para abordar
temas como las lealtades, las normas oficiales y las sentidas, la violencia, la
traición y el silencio. Ofrece también la posibilidad de hacer lecturas a
varios niveles. Pueden hacerse películas fantásticas de buenos y malos, de
policías contra ladrones; pero también se pueden introducir matices, policías
corruptos y mafiosos con buen corazón. De la descripción de los grandes, como la
saga de El Padrino a la cotidianeidad
de Uno de los nuestros o la serie Los Soprano.
Nos
podemos sentir identificados con ese asesino a sueldo que debe fidelidad a un
jefecillo que una vez salvó a su familia de la miseria o de la deshonra.
Podemos indignarnos cuando tomamos el punto de vista de ese agente de la ley y
vemos el despilfarro en orgías y drogas de padrinos muy entrados en años. Y más
aún, el sociólogo Michel Maffesoli llega a la conclusión de que es la mafia el
modelo de socialidad en estos tiempos inciertos.
Unos
tiempos de tribus urbanas, de microsociedades que se integran de manera muy
precaria en grandes sociedades, de lealtades y solidaridades instantáneas y
efímeras. Como líquido que se va filtrando entre las rendijas oficiales de los
estados. Y si posamos nuestra atención en cualquier grupo humano, parece una
versión light y sin armas de las
controversias de los gánsteres. Los vestuarios de los equipos de fútbol
infantiles son un hervidero de rumores, de intrigas, de luchas soterradas
dignas de cualquier episodio de Los
Soprano. Los lugares de trabajo son también escenario de estas series. Y
así podríamos seguir.
En un
episodio de Gomorra, una chica se
acerca a la señora pidiéndole que interceda por su familia ante un prestamista
demasiado abusivo. La señora habla con él, y tras comprobar que, en lugar de
ser menos insistente, ha dado una paliza a la chica, lo lleva a una azotea
donde lo ejecuta. Al día siguiente de aparecer destrozadas las imágenes de la
Virgen, las mujeres le piden a la señora que haga algo y ésta la reemplaza con
todo lujo y celeridad.
He ahí
parte del éxito de la mafia. Son intermediarios, facilitadores de favores, en
cierto modo justos en su despiadado modo. Maurice Godelier, interesantísimo
antropólogo que me influyó allá por los 90, advertía que en cualquier
dominación entran en juego dos factores. La violencia –o la amenaza de la
violencia– es fundamental, pero sólo funciona de manera momentánea y si es lo
suficientemente amedrentadora. El segundo factor es la aceptación de la
dominación por el dominado. Y esto se logra, decía Godelier, con la ideología.
Un sistema más o menos coherente de ideas (ideal)
que hace aparecer al dominante como alguien al que estar agradecido. El
dominado agradece al dominador.
Es
quizás simplista, pero nos sirve para situarnos cuando vemos a una chica
golpeada por un novio que “se preocupa por ella y por eso es celoso”; cuando
los trabajadores están agradecidos a un dueño explotador porque les da un
empleo. Cuando, por ejemplo, los caciques de la España decimonónica imponían su
ley particular a cambio de repartir favores.
Estos
favores son los que ahora salen a la luz en los casos de corrupción. Y nos
indignamos cuando vemos que los poderosos (ya sea porque tienen un cargo
público o porque manejan muchísimo dinero) otorgan y niegan favores para
conseguir clientelas. Así se compran sindicatos, se acallan protestas, se
manipulan opiniones. De esto, en cuanto nos damos cuenta, nos sale la vena
rebelde y a un paso de la ira.
A esta
ira responde, según medios como El País, el éxito de Podemos, que está
canalizando el descontento mucho mejor que otras formaciones como IU, UPyD, o
Equo. Precisamente en cualquiera de los muchos debates para denostar a esta
formación política es donde se puede apreciar esa mentalidad mafiosa. Los
ataques a Podemos están ya formalizados: quieren convertir España en una
Venezuela chavista y autoritaria; sus propuestas económicas son despropósitos
que nos subirán impuestos a todos y sumirán a España en la miseria; además, son
imposibles (lo que es una contradicción lógica en sí misma, si son imposibles,
no pueden sumir a España en la miseria, simplemente, no se pueden hacer).
A
juicio de estos preclaros economistas –que, de paso hay que decir, no lo están
haciendo nada bien habida cuenta de lo que dura la crisis y de que tampoco nos
daremos cuenta de cuándo haya terminado–, uno de los efectos más perniciosos de
estas medidas, como las que sugiere Podemos, o la dación en pago para las
hipotecas, o el salario mínimo digno, o auditorías de la deuda, o la renta
básica universal es la fuga de capitales. España no sería un país serio,
perdería la confianza de los inversores y así se hundiría la deuda, que fíjense
está ahora el bono a diez años más bajo que antes de la crisis.
Paremos
un poco, y sin profundizar que ya habrá tiempo de ello, en eso de la fuga de
capitales y la falta de inversión extranjera. ¿Qué nos están diciendo? ¿Qué si
no hacemos lo que nos dicen entonces se vengarán de nosotros? Esto me suena
mucho más mafioso que cuando dos tipos con abrigos largos se acercan a una
floristería y ofrecen protección. Es indignante que quienes nos amenazan con
esto siempre sean los que se envuelven en la bandera y son más patriotas que
nadie, ¡qué poco defienden su país!
Se
trata de que aumentar el número de pobres, precarizar el empleo, que trabajar
dos horas a la semana por treinta euros es ya no ser parado, la pobreza
infantil aumenta como una vergüenza, se despide más fácilmente, se liquida el
patrimonio estatal, se desmantela el Estado y los servicios sociales son de
pena… todo eso es la obligación para que sigan invirtiendo en España.
El caso
es que no es que un partido sea una organización criminal, y eso que alguno lo
parece. Ni un problema de España en concreto. Es problema de un sistema
económico y social que dice defender la libertad individual, pero sólo se
encarga de dejar libre la actuación de estas mafias que cuidan de sus negocios.
Quizás
sea problema mío, pero no lo entiendo. Los mafiosos cobraban –a veces mucho–
por la “protección” y los favores. Tenemos claro su ruindad y maldad. Pero
estos mafiosos, que reciben el nombre de inversores o gestores, nos piden
sacrificios, nos exigen todo tipo de facilidades, a cambio de empobrecernos, de
hacernos vivir cada vez peor. Tienen todos los métodos de la mafia, extorsión,
medios de comunicación, implicaciones con el gobierno, violencia más o menos
legal… pero no hacen absolutamente nada por “protegernos”. Al contrario, se
están llevando el país y encima se extrañan de que no les estemos agradecidos.
un análisis muy potente y claro.
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