miércoles, 26 de noviembre de 2014

Reseña de Polígono Sur, de Rosa de la Corte.

“Nadie como yo entendía esa corriente subterránea que corría dentro de su ser, repleta de ideas y emociones que arrastraba buena dosis de nostalgia, de incertidumbre, de palabras sin sentido que flotaban en su interior e iban calando lentamente entre sus tejidos…, en su piel.
“Nadie como yo entendía los límites soportables de la desilusión, las preguntas sin respuestas, ese vacío por la ausencia de un ser al que quieres y al que te aferras desesperadamente porque es tu única referencia”
Rosa de la Corte nos presenta su primera novela publicada, aunque en breve estará disponible Reina de los Ángeles. La acción tiene como centro el Polígono Sur de Sevilla, el tristemente famoso barrio de las Tres Mil Viviendas. No es ninguna novela costumbrista. Las cuestiones sociales Rosa de la Corte las presenta de una manera más sutil evitando convertirse en un folletín pintoresquista de programas como Callejeros. No se regodea en la miseria, ni económica ni moral de los protagonistas. El paisaje físico tanto como el paisaje humano muestran vidas difíciles como son difíciles todas las vidas.
La acción se desencadena tras una ruptura. Una joven cirujana, Miranda Martín, decide romper con todo tras un fracaso matrimonial. Abandona su domicilio y entra en una academia de baile en el Polígono. Pero no tenemos aquí nada que se parezca a Misión Olvido. Ni por la trama, ni, por supuesto, por su pretensión literaria. Los personajes y la acción son mejor definidos, más reales. Las tramas se van tejiendo y cuando asciende la tensión romántica, comienza la trama corrupta, se pasa de la novela romántica ­en el mejor sentido­ a la novela de intriga, a la de viajes.
Los personajes están bien delimitados. Y una de sus características es la desubicación. No cabe mayor desubicación que la del Ruso, extranjero, adoptado por gitanos, viajero en Madagascar. Miranda nace en Cádiz y vive en Sevilla, pero su desubicación es de otra índole, de un rechazo al lugar de donde procede, a su familia, a su clase.
La protagonista adquiere relieve cuando vemos sus dudas, sus equivocaciones y arrepentimientos. No es una historia de buenos y malos, aunque es evidente que los hay. Y, ¿cómo no enamorarse del Ruso? Alguien instintivamente bueno, entregado, generoso, pero a la vez, reservado, misterioso, con el atractivo animal y la sensibilidad humanitaria. Con la inteligencia racional y la emoción sensata y desbocada.
Después aparecen los personajes secundarios, sin los que es imposible comprender el paso del tiempo y lo que les acontece a los personajes. Son historias que se abren, como la de Maribel, la de César, el Romano, o Maruca, el Guerrero de la Luz... La relación con la madre es paradigmática. En ella se mezcla el amor y la admiración con la decepción ante la cierta cobardía.
Miranda hace un viaje, primero personal, de la rutina y la dependencia a la independencia y la libertad. De estar sumida en su trabajo y en su familia, a descubrir sus sentimientos y a tomar decisiones, aún en contra de quienes están más cerca. Una valentía quizás kamikaze, pero que es la única que nos puede llevar a ser dueños de nuestro propio destino y a labrar nuestra propia felicidad, no esa felicidad enlatada y prefabricada de la que huye al principio.
La trama trasciende lo meramente personal para demostrar hasta qué punto los grandes flujos de capital, los grandes intereses de las corporaciones se entretejen y corrompen la vida de las personas concretas y corrientes. En la trama se advierte una ruptura con la clase alta. Estas relaciones de clase se superponen a las relaciones por edad y por sentimientos, que, a la larga, pesan más y resultan más auténticas. Miranda es doctora en una parte de su vida, mientras que a la vez no es más que una aprendiz de flamenco en las Tres Mil. El Ruso es un bailarín experimentado y se va convirtiendo en un abnegado cooperante. Si en un principio parece peligroso, la nobleza que intuimos desde su entrada se va viendo confirmada a lo largo de la novela.
Una de las cuestiones que más me interesa de Polígono Sur es la utilización de escenarios geográficos como escenarios morales. No sólo en el plano metafórico. La academia de baile a la que acude Miranda representa una liberación, mientras que el hospital donde trabaja es el escenario de la continuidad, la rutina y la ruindad. Madagascar puede compartir con el Polígono la miseria, pero implica una liberación, además, es el lugar de la transformación del Ruso. La casa familiar representa la corrupción, no sólo económica, también moral.
La academia de baile representa en cierta forma la búsqueda de la propia identidad de la protagonista. Miranda tenía el sueño de aprender a bailar desde pequeña. En esa búsqueda de la identidad, la academia actuará de catalizador.  La propia disposición a bailar supone una transformación ante la rigidez de hábitos y también la introducción en un universo diferente con personajes muy alejados de su ámbito sociocultural. Como señala la propia protagonista es una “terapia de la danza”.
Aparece reflejada en Polígono Sur con nitidez la conexión que tienen los lugares como paisaje, pero también como propiciadores, actantes diría el sociólogo Bruno Latour. Son los que posibilitan la creación de burbujas de intimidad entre los personajes. Una intimidad, recordemos, no sólo positiva, como la que se crea entre los protagonistas, también negativa, como esos celos que provoca la relación con el Ruso.
La casa familiar debería haber sido un refugio, y se convierte en un escondrijo para los turbios asuntos familiares. Quienes deberían cuidarte son los que al final resultan más peligrosos, mientras que lo que a priori está catalogado como un riesgo, esas Tres Mil Viviendas, es mucho más, y posibilita el compañerismo, la amistad y el amor. La mayor decepción proviene de Julio Rincón, antiguo profesor y referente moral.
Los viajes en el espacio suponen también un viaje al nivel psicológico y moral. Las vacaciones de Miranda son una huida, un tomar fuerzas. La huida del Ruso a Madagascar es un viaje iniciático a una nueva vida.
Los fenómenos globales no pueden dejar de estar presentes. El Ruso es un inmigrante que aterriza en un lugar complicado. También será quien viaje al Tercer Mundo, como huida, y también, más que como reencuentro, como una creación de su propia identidad. Miranda ha estudiado en el extranjero, y, lejos de sus seres más cercanos encuentra una complicidad mucho mayor[1].
Rosa de la Corte nos deja claro que el mal no habita sólo en los lugares estigmatizados como peligrosos, el mal habita en los despachos respetables, en las casas respetables, en el propio corazón de las personas a las que has amado.


[1]          No puedo evitar tener cierta complicidad si Miranda trabaja en el hospital de Bellavista porque yo empecé a trabajar en el instituto de Bellavista, a apenas doscientos metros.

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