lunes, 22 de febrero de 2016

Blasfemias




El problema de la libertad de expresión, como todas las libertades, es el de los límites. Esta semana hemos asistido a toda una retahíla de opiniones al respecto de dos casos que han acabado en el juzgado. Ya vimos cómo se podía malinterpretar una función de títeres para que pareciera un apoyo al terrorismo. Y en juzgado también empieza el calvario para la concejala Rita Maestre. Al menos, el madrenuestra de Ada Colau se está librando.

A Rita Maestre se la acusa de atentar contra los sentimientos religiosos, una manera muy elegante de hablar de la blasfemia. En el fondo se está tratando de un problema de los límites de la libertad de expresión. Pero la cuestión con la blasfemia es distinta. Cualquiera se puede sentir indignado con cualquier manifestación que escuche o lea en los periódicos o las redes sociales. Yo me he indignado muchísimo con el exalcalde de Valladolid por sus declaraciones sexistas y con prácticamente toda la programación de Telecinco. Sin embargo no pido su encarcelamiento. No respeto para nada su opinión, porque las opiniones no son todas respetables. Las personas siempre son dignas y merecen respeto, pero a machismos, racismos, barbaridades de ese calibre, no hay que respetar nunca.

Los que se irritan tanto con lo políticamente correcto acusan de policía del pensamiento, de moderna inquisición, cuando los y las feministas ponemos en evidencia la prepotencia de ciertas expresiones. No he escuchado a ninguno de ellos hablar en contra de esta inquisición mucho más cierta que es el código penal con el delito de atentar contra los sentimientos religiosos.

La cuestión de la blasfemia es radicalmente distinta a las opiniones sobre fútbol, política o moda porque sólo una de las partes es la que la define como tal. Blasfemia es todo aquello que puede ofender a una persona religiosa. Blasfemia es usar el nombre de dios en vano, blasfemia es un “megagoendió”, blasfemia es una representación de la madre de dios con heces…

Pero no hay reciprocidad en la blasfemia, se da la circunstancia de que uno sí puede atentar contra los sentimientos religiosos y, por el contrario, no hay tipificado nada que atente contra los sentimientos de los que no lo somos. A mí me puede molestar muchísimo un niño Jesús crucificado, la medalla del mérito a la Guardia Civil a la Virgen, me puede doler en lo más profundo las declaraciones de muchos jerarcas de la Iglesia católica sobre niños que consienten o provocan los abusos, me parece indignante compartir aulas con enseñanzas confesionales… y no hay derecho que me asista. Sólo se atenta contra la bandera, contra la integridad de la patria, contra su majestad el jefe del Estado. A los ateos no nos pueden molestar los sentimientos de ningún tipo, por mucho que atenten contra la neutralidad religiosa de los espacios públicos.

El dios de los religiosos es muy especial en los gustos. Por lo visto se ve intimidado por el cuerpo femenino. En los templos italianos no se puede entrar con minifalda ni con los hombros al descubierto. Se considera una falta de respeto hacia dios. Un dios que en España no se ve turbado por los hombros ni las rodillas. Al Jesús de los Evangelios le indignó hasta la ira el comercio dentro del templo, pero eso no es reparo para que se tengan puestos de recuerdos en el interior de la Casa de Dios, ni para que la Iglesia participe de negocios en bolsa.

Olvidamos los escándalos que los religiosos más rancios nos han ofrecido indignados, desde Jesucristo Superstar, Yo te saludo María que yo recuerde en mi adolescencia hasta La vida de Brian o La última tentación de Cristo. Sólo nos acordamos de los musulmanes fanáticos (que no fanáticos musulmanes) quemando banderas y caricaturas. La blasfemia de Charlie Hebdo pareció a muchos defendible porque… porque era contra otra religión, y así quedaba muy claro que los musulmanes eran, sin excepción, intolerantes y fanáticos. No quiero ni pensar qué pasaría con Nazario si publicara ahora su Anarcoma, con su imaginería gay-religiosa.

Los católicos en España están tan acostumbrados a tener la hegemonía que confunden un privilegio (que todavía se mantiene en el Concordato con la Santa Sede) con un derecho. No entiendo cómo todavía existen capillas católicas en centros del saber laico como son las universidades. Imaginemos que en las iglesias hubiera capillas dedicadas a la ciencia, ¿absurdo? Pues eso. Hay católicos que piden respeto a sus creencias. Y, por supuesto, todos tenemos derecho a que se respete nuestro derecho a tener creencias, pero no acudimos a los tribunales. En primer lugar porque no hay leyes que nos defiendan. Estas denuncias me recuerdan la actualidad del famoso discurso de Azaña en 1931 sobre la mal llamada cuestión religiosa. Proponía Manuel Azaña que no se recurriera al famoso brazo secular para forzar las conciencias en el recto camino.

Cristianos son los que quemaron los discos de los Beatles cuando John Lennon dijo que eran más famosos que Cristo. Los que imponen en las escuelas norteamericanas su extravagante visión del Diseño Inteligente, colocándolo al mismo nivel que la evolución darwinista. El fundamentalismo como concepto nació para designar a cristianos radicales. La intolerancia, es decir, no permitir a los demás lo que no me permito a mí mismo, no es patrimonio de los cristianos. Ortodoxos judíos y musulmanes tienden a restringir de manera creciente lo que se debe y lo que no se debe hacer, mostrar, el pelo recogido, tapado, los ojos… El cuerpo de la mujer suele ser el blanco ineludible de prohibiciones. Jesús puede estar en calzoncillos, pero una señora no puede ir en tirantas.

A los que no creen en sus pecados, como ilustra magníficamente El Roto, les imponen los delitos. Por si fuera poco, están hablando en nombre de los cristianos aquellos más rancios, más alejados del Concilio Vaticano II, los que se quejan de la doctrina social de la Iglesia y sólo quedan fascinados por el boato de la Semana Santa. Como magistralmente nos enseña Martha Nussbaum, la repulsión que nos produzca una acción no puede ser fundamento del derecho. Que se escandalicen ciertos católicos por un padrenuestro tergiversado no puede, de ninguna manera, imponer una pena, una multa, un juicio.

En una democracia verdadera no hay nada que no pueda ser criticado, incluso burlado. Como mucho, tener la consideración con los que no tienen el poder, y, desde hace muchísimo tiempo, la Iglesia Católica, en España, está muy cercana al poder. Hay diferentes formas de lucha contra estos privilegios, y una de ellas es la provocación, como las procesiones de Vaginas o las protestas que interrumpen en la capilla de la universidad por la que se juzga a Rita Maestre. Pedir que se saquen los rosarios de los ovarios, que menos rosarios y más bolas chinas puede sonar muy soez, pero no amenaza la integridad física de nadie, como muchos comentarios al respecto que han realizado la ultraderecha.

Ada Colau también está metida en un embrollo parecido a cuenta de un poema que remedaba el Padrenuestro. ¿Dios está pendiente de indignarse por esto y no por haber permitido, como creador, los enfermos de leucemia? Tampoco veo que se insista más en la mala calidad de la obra que en la libertad de decirla.

¿Es que pensamos que los religiosos se conformarán con denunciar la irrupción en la capilla? Si se les da la razón, no pararán hasta controlar todo el país. Se han crecido con el gobierno del PP que les ha estado haciendo concesiones y concesiones. Nunca se dan por satisfechos. No es cuestión de que haya religiones más tolerantes que otras, hay creyentes más fanáticos que otros y la sociedad tiene que luchar por establecer un ámbito público en el que no interfieran las religiones. Que puedan ser criticadas y mofadas como se critica y se mofa de los políticos o de los artistas. Unos critican, otros se defienden, ese es el espacio público. La religión es cuestión de conciencia y ahí no puede entrar nadie.

Como dice el refranero, no ofende quien quiere sino quien puede. Amen.


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