Como los aficionados a la física
y los fans de The Big Bang Theory saben,
el gato de Schrödinger es un experimento mental utilizado para explicar la
mecánica cuántica. Un gato está en una caja y, por un complejo mecanismo que
activa un veneno, puede estar vivo o muerto. Para la física, el gato está a la
vez en los dos estados, hasta que se abre la caja y entonces se comprueba si
está vivo o muerto. Es algo que sobrepasa cualquier lógica convencional, no se
puede estar a la vez coleando y tieso, pero eso es lo que propone la mecánica
cuántica.
Algunos
articulistas tienen la sobresaliente cualidad de estar en contra de algo con lo
que se suponen que deben estar de acuerdo. Son capaces, como muchos políticos,
de criticar una cuestión argumentando matices inverosímiles para no dar la
razón al contrincante. Es propio de las cámaras representativas nacionales,
regionales, incluso en las locales, que todos los grupos políticos acuerden una
condena y, para no quedar en el mismo bando que sus rivales, los portavoces
deben dar prolijas explicaciones a los medios, que sólo convencen, por cierto,
a los suyos. Así, el Partido Popular es capaz de negarse a un homenaje a las
Brigadas Internacionales o defender, a través de su negativa a participar, al
franquismo. De igual forma se esquivan los documentos que condenan a según qué
terrorismo porque eso los pondría en el mismo saco que los derechones.
Consiguen estar en desacuerdo pensando lo mismo.
Es
verdaderamente un arte que se debería reconocer académicamente el talento que
muestran estos periodistas, escritores o tertulianos, para sacar punta a
cualquier cosa. Es muy socorrido el decir que no es el momento, o que hay
problemas más importantes, o que no son las formas. De esta manera evitan
pronunciarse a favor o en contra de la moción. Cambiar de nombre a una calle en
homenaje a la División Azul. Pues que es un gasto inútil, que estamos
encerrados en la Guerra Civil y hay que pasar página… Aunque luego aplaudan la
decisión del Partido Popular de llevar a los tribunales la cuestión. Entonces
no hay problema en los gastos, ni las referencias al pasado, ni es cuestión
baladí…
Desde
el punto de vista de un político, es una estrategia casi perfecta. Si el
contrincante accede a su propuesta, ellos han ganado, y si se niega, entonces,
ante toda la opinión pública, acaban siendo denigrados por negarse a algo que
era de común acuerdo. Puedo llegar a comprender que se utilice en política, entendiéndola
como la más baja competición partidista, sin embargo, me gustaría pensar que
los que escriben artículos o dan su opinión en los medios están fuera de ese
juego estratégico degradado. Que no sacan réditos de los votos.
Creo
que más que ramalazos del franquismo, ciertos escritores conservadores, son muy
reacios a darle la razón a la izquierda. E insisten en identificarlos con los
estalinistas, o maoístas, jemeres rojos, totalitarios genocidas. Así se ha
conseguido que la etiqueta de izquierdas tenga tan mala fama como la tenía la
derecha a mediados de los ochenta, hasta que Aznar refundó y centró a los populares.
Es
una señal más de que la Transición no fue una solución perfecta, no se
aclararon los asuntos de fondo y ahora, cuando ya se ha olvidado lo más penoso
de la dictadura, podamos recuperar nombres y actitudes que darían vergüenza
hace veinte años. Incluso todavía ahora, por eso tienen que ponerse
tiquismiquis y argumentar niñerías para negarse a reconocer que alguien tuvo
que ver con la represión de los autollamados “nacionales”.
Nos
hemos acostumbrados al ellos y nosotros
y no somos capaces de crear acuerdos. Nos remitimos al mantra de un consenso
que sólo significa una maximalista pretensión de que los demás se unan a
nuestro modo de ver las cosas. “Ellos se niegan al consenso”, que quiere decir,
son incapaces de tener el mismo sentido común que tengo yo. En una democracia
no se puede arrollar a los que no tienen nuestras ideas, y las grandes y
pequeñas cuestiones deben ser algo más que el botín de una guerra que son las
elecciones. Ganar no debe dar derecho a imponerte hasta que los otros te
derroten en las urnas. No es una cuestión de tolerancia. La tolerancia, según
algunos, es la infinita paciencia que deben tener los demás con nosotros. En
cambio, nosotros estamos en nuestro derecho, incluso en la obligación de
mantener tercamente nuestros argumentos. Flaco favor es entender la tolerancia
de esta forma. Hay que tolerar que otras personas tengan ideas distintas,
incluso contrarias, pero, como decía el filósofo Gustavo Bueno, hay que
tratarlas con respeto y discutir sus razonamientos. Lo contrario sería
condescendencia. Respeto a las personas, pero no a todas las ideas. Y, por
supuesto, no todas las maneras son las adecuadas para discutir.
Es
inevitable que la Historia se vaya reescribiendo. Lo sé porque los debates
historiográficos fueron los que me otorgaron la plaza de profesor en las oposiciones.
Por eso mismo debemos contribuir todos a la discusión. Y si los partidos se
encierran en posturas y acciones caciquiles, al menos lo que opinamos
deberíamos ser capaces de dar la razón a los que no piensen como nosotros,
puntualizando lo que debamos cuando lo esencial sea importante. De esta forma
nos ahorraremos el bochorno de estar a favor y en contra a la vez, como el gato
de Schrödinger.
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