Vuelve Rosa de la Corte a
sumergirnos en una época histórica, esta vez, más lejana, para hablarnos de
sentimientos humanos. En esta ocasión, la novela toma la primera persona, una
mujer, Gala Placidia, hija del emperador Teodosio, aquel que dividió el Imperio
romano entre sus hijos Honorio y Acadio. La apuesta es arriesgada por cuanto
Gala es una figura fundamental en la historia del fin de la edad Antigua. La
dependencia del personaje histórico concreto, Gala Placidia, que vivió el
tránsito del fin del Imperio Romano de Occidente, las invasiones germánicas y
la pervivencia de Constantinopla, no es un obstáculo para que muestre su
habilidad como narradora de historias y, sobre todo, su gran conocimiento del
alma humana y de creadora de personajes y descriptora de sentimientos.
No
puedo evitar la complicidad si alguien me cuenta la vida de Gala Placidia.
Tengo que confesar que padezco, de vez en cuando, lo que se ha denominado
Síndrome de Stendhal. No llego a desmayarme, pero sí que sufro una emoción casi
dolorosa ante la belleza. Pasé por uno de estos episodios al llegar a Rávena.
Era el atardecer y casi no llegamos a visitar San Vital. La luz del sol entraba
a través de las vidrieras e iluminaban esa relativamente pequeña iglesia
bizantina. Los mosaicos de Justiniano y Teodora parecían brillar ante una luz
casi sobrenatural. Me embriagué. Después llegamos al mausoleo de Gala Placidia
donde el azul intenso de la bóveda insistía en ese hálito sobrenatural y bello.
No puedo acercarme a la novela de Rosa de la Cote sin recordar aquella
tarde.
La
elección de Gala Placidia no es casual. Fue una mujer a la que tocó vivir unos
tiempos inciertos, de cambios radicales y que debió combinar la lucha por sus
intereses con los de las estrategias familiares con los de Roma. Una figura muy
polémica, con luces y sombras, con rumores y zonas desconocidas. La muy bien
documentada prosa de Rosa de la Corte nos dibuja varias escenas clave en la
vida de Gala Placidia. No teme la autora tomar partido entre las diferentes
versiones, procurando adecuarse a lo que sería la perspectiva de la
protagonista sin por ello caer en la hagiografía. Así, frente a los rumores que
la acusaban de que el afecto por su hermanastro Honorio iba más allá del amor
fraternal, Rosa de la Corte toma la piel de la protagonista y se irrita y se
indigna, desmiente todas esas habladurías. Pero nunca se pretende que Gala
Placidia hubiera sido un gobernante perfecto, atinada en sus juicios y en sus
acciones. Ni tan siquiera se presenta a la reina dueña de sus impulsos más
humanos. La propia protagonista reconoce sus errores, sus equivocaciones y egoísmos,
admite cómo se ha tenido que adaptar a las circunstancias y se llena de orgullo
por su realeza.
Es
la reina la gran creación de esta novela. Dotarla de vida, de humanidad, con
sus matices y contradicciones, con sus cambios de humor y sus raptos de
carácter, sus rendiciones, acomodaciones a las circunstancias. Gala fue raptada
por Alarico, el visigodo, estuvo por la Galia, volvió a Roma, viajó a
Constantinopla y luchó por favorecer a sus propios hijos en la carrera hacia el
Imperio, lo que le valió ganarse numerosos enemigos. Abundan las
contradicciones y queda claro que los acontecimientos la superaron en multitud
de ocasiones. Acontecimientos a los que intentó hacer frente con mayor o menor
fortuna. Es el fin del mundo antiguo, literalmente el fin de una era, una forma
de entender el mundo. Y en esos graves momentos de la Historia con mayúsculas,
está la persona, la intrahistoria, los detalles cotidianos, los dolores de
cabeza y las frustraciones humanas. Un acierto, como siempre, son los
personajes secundarios, aquí, en especial, el fiel Cloro, testigo y actor de
los asuntos políticos y del corazón de Gala Placidia: “Cuando necesito llenar
mi alma de luz, pienso en él”, perfecto en aspecto, inteligencia y
sensibilidad.
El
mayor peligro en estas aventuras es la dependencia de las fuentes. Demasiado a
menudo, las novelas de ambientación histórica tratan más de la ambientación que
de la narración. Es complicado incluir los conocimientos históricos del
período, necesarios para comprender al personaje, a un lector no especialista,
sin interrumpir el hilo de la narración. Rosa de la Corte ya ha salido con
éxito de desafíos parecidos en su anterior novela, la recién reeditada Reina
de los Ángeles. Tampoco cae la autora en el peligro de utilizar la época como
excusa para un planteamiento filosófico. Los personajes son muy reales y eso
nos conmueve, sin restar credibilidad al realismo, justificado por los libros
de historia. Los diálogos son respetuosos con la época sin imitar un latín de
cartón piedra.
El
monólogo de la reina va desplegando los acontecimientos al hilo de la narración
sin perder intensidad la historia. El resto de la ambientación sortea con
brillantez el peligro de los anacronismos, a los que, como medievalista, presto
especial atención. De la misma forma que confieso mi complicidad previa con
Gala Placidia, también, y en aras a la objetividad, debo insistir en que una
deformidad profesional me impide disfrutar de las licencias literarias de
muchas novelas históricas y que me acarrea no pocos disgustos, como el estar
pendiente del rigor de los calendarios. Valga una por lo otro.
El
otro gran pilar de la prosa de Rosa de la Corte es la facilidad con la que
engarza las historias de amor eliminando cualquier vestigio de la denostada
novela romántica. Pueden ser pasiones intensas, casi prohibidas, como las de su
primera novela Polígono
Sur, ahora reeditada en dos volúmenes, pueden desafiar las convenciones
sociales, las circunstancias más adversas como en el caso que ahora nos ocupa.
Sensualidad y delicadeza, el olor, el tacto, los recuerdos…
Las
circunstancias y el desarrollo de esta época son emocionantes de por sí. El
Imperio Romano se ha dividido, una mitad con capital en Roma, la otra, en
Constantinopla, la nueva Roma, la que dará pie a Bizancio, la legendaria
Estambul. Los lugares, de nuevo adquieren una cualidad no sólo física del
paisaje, también emocional para los protagonistas, incluso moral. Y más aún
cuando van cobrando vida los personajes en una novela ágil y sentida más allá
de la probada veracidad de los acontecimientos. Una novela apasionante sobre
unos tiempos apasionantes.
Querido Javier. No tengo palabras para agradecerte la reseña de Gala Placidia. Tu pluma, a modo de bisturí, ha diseccionado la obra con inteligencia, destreza y rigurosidad, aportando una experiencia maravillosa presonal. Desconocía tu especialidad, eres medievalista, ¡casi nada! Todo bajo tu experta mirada adquiere más valor. Una abrazo fuerte
ResponderEliminarAdmiradísima Rosa. Como siempre, tus novelas me aportan muchísimo y en esta he disfrutado enormemente. Espero hacer justicia con mi reseña.
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