jueves, 13 de abril de 2017

Reseña de Rosa de la Corte: Gala Placidia. Memorias de una reina. Hélade Ediciones. 2016



Vuelve Rosa de la Corte a sumergirnos en una época histórica, esta vez, más lejana, para hablarnos de sentimientos humanos. En esta ocasión, la novela toma la primera persona, una mujer, Gala Placidia, hija del emperador Teodosio, aquel que dividió el Imperio romano entre sus hijos Honorio y Acadio. La apuesta es arriesgada por cuanto Gala es una figura fundamental en la historia del fin de la edad Antigua. La dependencia del personaje histórico concreto, Gala Placidia, que vivió el tránsito del fin del Imperio Romano de Occidente, las invasiones germánicas y la pervivencia de Constantinopla, no es un obstáculo para que muestre su habilidad como narradora de historias y, sobre todo, su gran conocimiento del alma humana y de creadora de personajes y descriptora de sentimientos.

            No puedo evitar la complicidad si alguien me cuenta la vida de Gala Placidia. Tengo que confesar que padezco, de vez en cuando, lo que se ha denominado Síndrome de Stendhal. No llego a desmayarme, pero sí que sufro una emoción casi dolorosa ante la belleza. Pasé por uno de estos episodios al llegar a Rávena. Era el atardecer y casi no llegamos a visitar San Vital. La luz del sol entraba a través de las vidrieras e iluminaban esa relativamente pequeña iglesia bizantina. Los mosaicos de Justiniano y Teodora parecían brillar ante una luz casi sobrenatural. Me embriagué. Después llegamos al mausoleo de Gala Placidia donde el azul intenso de la bóveda insistía en ese hálito sobrenatural y bello. No puedo acercarme a la novela de Rosa de la Cote sin recordar aquella tarde. 

            La elección de Gala Placidia no es casual. Fue una mujer a la que tocó vivir unos tiempos inciertos, de cambios radicales y que debió combinar la lucha por sus intereses con los de las estrategias familiares con los de Roma. Una figura muy polémica, con luces y sombras, con rumores y zonas desconocidas. La muy bien documentada prosa de Rosa de la Corte nos dibuja varias escenas clave en la vida de Gala Placidia. No teme la autora tomar partido entre las diferentes versiones, procurando adecuarse a lo que sería la perspectiva de la protagonista sin por ello caer en la hagiografía. Así, frente a los rumores que la acusaban de que el afecto por su hermanastro Honorio iba más allá del amor fraternal, Rosa de la Corte toma la piel de la protagonista y se irrita y se indigna, desmiente todas esas habladurías. Pero nunca se pretende que Gala Placidia hubiera sido un gobernante perfecto, atinada en sus juicios y en sus acciones. Ni tan siquiera se presenta a la reina dueña de sus impulsos más humanos. La propia protagonista reconoce sus errores, sus equivocaciones y egoísmos, admite cómo se ha tenido que adaptar a las circunstancias y se llena de orgullo por su realeza.

            Es la reina la gran creación de esta novela. Dotarla de vida, de humanidad, con sus matices y contradicciones, con sus cambios de humor y sus raptos de carácter, sus rendiciones, acomodaciones a las circunstancias. Gala fue raptada por Alarico, el visigodo, estuvo por la Galia, volvió a Roma, viajó a Constantinopla y luchó por favorecer a sus propios hijos en la carrera hacia el Imperio, lo que le valió ganarse numerosos enemigos. Abundan las contradicciones y queda claro que los acontecimientos la superaron en multitud de ocasiones. Acontecimientos a los que intentó hacer frente con mayor o menor fortuna. Es el fin del mundo antiguo, literalmente el fin de una era, una forma de entender el mundo. Y en esos graves momentos de la Historia con mayúsculas, está la persona, la intrahistoria, los detalles cotidianos, los dolores de cabeza y las frustraciones humanas. Un acierto, como siempre, son los personajes secundarios, aquí, en especial, el fiel Cloro, testigo y actor de los asuntos políticos y del corazón de Gala Placidia: “Cuando necesito llenar mi alma de luz, pienso en él”, perfecto en aspecto, inteligencia y sensibilidad.

            El mayor peligro en estas aventuras es la dependencia de las fuentes. Demasiado a menudo, las novelas de ambientación histórica tratan más de la ambientación que de la narración. Es complicado incluir los conocimientos históricos del período, necesarios para comprender al personaje, a un lector no especialista, sin interrumpir el hilo de la narración. Rosa de la Corte ya ha salido con éxito de desafíos parecidos en su anterior novela, la recién reeditada Reina de los Ángeles. Tampoco cae la autora en el peligro de utilizar la época como excusa para un planteamiento filosófico. Los personajes son muy reales y eso nos conmueve, sin restar credibilidad al realismo, justificado por los libros de historia. Los diálogos son respetuosos con la época sin imitar un latín de cartón piedra.

            El monólogo de la reina va desplegando los acontecimientos al hilo de la narración sin perder intensidad la historia. El resto de la ambientación sortea con brillantez el peligro de los anacronismos, a los que, como medievalista, presto especial atención. De la misma forma que confieso mi complicidad previa con Gala Placidia, también, y en aras a la objetividad, debo insistir en que una deformidad profesional me impide disfrutar de las licencias literarias de muchas novelas históricas y que me acarrea no pocos disgustos, como el estar pendiente del rigor de los calendarios. Valga una por lo otro.

            El otro gran pilar de la prosa de Rosa de la Corte es la facilidad con la que engarza las historias de amor eliminando cualquier vestigio de la denostada novela romántica. Pueden ser pasiones intensas, casi prohibidas, como las de su primera novela Polígono Sur, ahora reeditada en dos volúmenes, pueden desafiar las convenciones sociales, las circunstancias más adversas como en el caso que ahora nos ocupa. Sensualidad y delicadeza, el olor, el tacto, los recuerdos…

            Las circunstancias y el desarrollo de esta época son emocionantes de por sí. El Imperio Romano se ha dividido, una mitad con capital en Roma, la otra, en Constantinopla, la nueva Roma, la que dará pie a Bizancio, la legendaria Estambul. Los lugares, de nuevo adquieren una cualidad no sólo física del paisaje, también emocional para los protagonistas, incluso moral. Y más aún cuando van cobrando vida los personajes en una novela ágil y sentida más allá de la probada veracidad de los acontecimientos. Una novela apasionante sobre unos tiempos apasionantes.
           


2 comentarios:

  1. Querido Javier. No tengo palabras para agradecerte la reseña de Gala Placidia. Tu pluma, a modo de bisturí, ha diseccionado la obra con inteligencia, destreza y rigurosidad, aportando una experiencia maravillosa presonal. Desconocía tu especialidad, eres medievalista, ¡casi nada! Todo bajo tu experta mirada adquiere más valor. Una abrazo fuerte

    ResponderEliminar
  2. Admiradísima Rosa. Como siempre, tus novelas me aportan muchísimo y en esta he disfrutado enormemente. Espero hacer justicia con mi reseña.

    ResponderEliminar