Parece
mentira el revuelo que se ha formado tras la noticia de que los líderes de
Podemos, Irene Montero y Pablo Iglesias, hayan comprado un chalet por unos cien
millones de las antiguas pesetas. Todo perfectamente legal, con hipoteca a
treinta años y préstamos de los familiares. Ninguna sombra de corrupción ni de
chanchullo. Sin embargo ha motivado que gente que jamás se interesa por la
política, opine. Y con más energía que contra los corruptos.
Por la boca muere el pez, dicen. Y tienen razón. Qué
bueno esto de Twitter para recordar las palabras de Pablo Iglesias, que,
proféticamente coinciden en la cifra. Cuando estaba en auge, este líder acusó
de pirómano económico a un ministro de economía que se comprara un ático de
600.000 €. Ahora, ¿qué? ¿Ya no es casta comprarse una casa de estas
características?
Sería ridículo –es ridículo– criticar a alguien por
comprar con su dinero –y el del banco– una casa que puede costearse siguiendo
los propios criterios de los que en la formación morada hacen gala. Así lo han
explicado, entre los dos pueden pagar, con tres veces el salario mínimo que
cobran, los gastos de una hipoteca gigantesca. Es ridículo que nos moleste una
tontería. Y así nos va a la izquierda, de puristas, que ponemos el grito en el
cielo cuando uno de los nuestros adopta los modales del contrario. Y es
ridículo porque el problema no es que Irene y Pablo se compren una mansión, el
objetivo es acabar con la desigualdad y la corrupción en el país.
También es para que se caiga la cara de vergüenza de
quienes los defienden a capa y espada, los de donde dije digo, digo diego.
Estos tics recuerdan a los de los portavoces de esos partidos convencionales
que, estoicamente unos y cínicamente la mayoría, aguantan uno tras otro los
desmanes de los de su grupo.
Creo que es de justicia criticar una medida personal
de unos líderes, aunque sea legal la hipoteca y todo, porque Podemos enarboló
la bandera de la identidad “nosotros” frente a ellos. Y, utilizando su mismo
discurso, es muy difícil lograr identificarse desde Galapagar con los que no
pueden ni permitirse entrar en un banco para una hipoteca. Si ese era un
obstáculo para gobernar, también lo debería seguir siendo. Y si no, no deberían
haber usado la demagogia. No creo, sin embargo, que la izquierda deba vivir como
franciscanos, sin riquezas. Los comunistas no defienden el reparto de los
bienes entre los pobres sino la prohibición de la propiedad privada de los
medios de producción. Quien lo aconsejó fue Jesús al joven rico. Y apostilló
que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre
en el reino de los cielos.
Me indigna la falta de coherencia política de Pablo
Iglesias, pero también me subleva la falta de indignación de los católicos con
los líderes que presiden procesiones y que no hacen nada por cumplir con sus
creencias, salvo hablar de un ángel de la guarda, poner obstáculos al
matrimonio gay –que no sé qué parte de la doctrina cristiana especifica la
homofobia–, y dar facilidades a los colegios confesionales católicos y la asignatura
de religión. ¿De qué sirve dar religión en los colegios, si luego los muy
católicos ministros gastan dinero público como si no les doliera? ¿Dónde están
los valores de caridad cristiana para parar los desahucios? Y si seguimos así,
no paramos.
También me indignan las voces críticas contra la
izquierda puntillosa. Los que miran por encima del hombro a quienes protestan
ahora contra la falta de coherencia de Iglesias y Montero. Si la izquierda
hiciéramos lo que los otros partidos, de cerrar filas y tapar las incoherencias
de los líderes, seríamos como los otros partidos. Y para ese viaje, no
necesitamos alforjas.
Si resulta que los progresistas se comportan como
los líderes-de-toda-la-vida, merecen la misma crítica, furibunda si es
necesaria, que usamos contra los izquierdistas de pacotilla. Sí, me parece mal
que compren una casa de cien millones, aunque sé que un alquiler en el centro
de Madrid les va a costar poco menos que lo que pagarán de mensualidad en la
hipoteca. No porque no sea legal, con su dinero pueden hacer lo que quieran,
sino porque demuestran que los discursos que pronunciaron eran discursos
vacíos. Por supuesto que me indigna muchísimo más la labor del gobierno en
cuanto a la gestión de la crisis, y el robo que se les permite a los bancos y a
las eléctricas, y la reforma laboral y la falta de compromiso con la igualdad
real entre hombres y mujeres… y muchísimas cosas que son más cruciales en un
país.
Ahora bien, ¿y si resulta que, en realidad, los
conservadores tienen razón? ¿y si es justo y necesario buscar una casa lo más
impresionante que puedas pagar, empeñándote hasta las cejas con la hipoteca? ¿y
si hay que buscar colegios de pago para que le den una educación distinguida a
nuestros hijos, con los idiomas y los contactos necesarios para desarrollar una
buena carrera en el futuro? Lo mismo es cuestión natural. Sin embargo, en mi
fuero interno hay algo que me dice que esa trayectoria, la que busca salir tú
del agujero y dejar el agujero detrás, no es justa. Que no es problema de que
uno se compre una casa enorme, que el problema es que haya muchísimas personas
sin casa y unas pocas con muchísimo dinero como para hipotecar al resto del
país a su servicio. El problema es la pobreza y la desigualdad generada por un
sistema viciado. Ese es el objetivo para lograr una sociedad más justa. Al
menos, para mí.
Para ese viaje ya iré yo comprobando qué acciones,
que organizaciones o partidos pueden estar en sintonía. Y cuando los hechos
–más que las palabras– me indiquen que no van en mi dirección, sintiéndolo
mucho, decepcionado otra vez, cambiaré mi voto. Ojalá todos los ciudadanos
honestos tuvieran el coraje suficiente para desengañarse y atreverse a dejar de
votar a quienes les defrauden en las instituciones. Así, a lo mejor,
simplemente por mantener su puesto en el parlamento o en el ayuntamiento,
terminen por hacer lo que la ciudadanía exige y necesita.
Genial. Gracias.
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