(Las palabras que no existen)
Es una gratísima noticia este comeback del poeta Gerardo Venteo
(Galera, Granada, 1963) después de un gran silencio editorial. Sus anteriores
proyectos datan de 2001 (En el corazón
dormido del esparto, Proyecto Sur de Ediciones) y, de 1996, (Los verbos conjugados, Ediciones Adhara)
y en su trayectoria destacan la organización de Encuentros de Poetas en Peligros (Granada), programas radiofónicos
de poesía (La marcha verde) y su
colaboración con otros artistas plásticos, como en la edición de la carpeta de
serigrafías y poemas Memoria azul.
Este
libro nace de una pérdida, es una elegía peculiar, “un ejemplo inusual, en el
que el muerto habla por boca del vivo” nos informa, desde el prólogo, Javier
Fernández. Es, “en realidad, un libro de amor”. El volumen, editado con
exquisito gusto, se divide en un preámbulo, cuatro partes y un epílogo,
siguiendo, no las fases de un duelo, sino las de la enfermedad y la pérdida. En
el inicio, citas de Gamoneda, Jenaro Talens, Piedad Bonett y José Ángel Valente
anuncian el tono por el que va discurrir el libro. Sin embargo, es Luis Cernuda
quien guía, con una cita, cada una de las partes de este conjunto de poemas,
unos en verso y otros en prosa, que deambulan por el protagonista y las
relaciones con los más allegados: “Callan las voces pero / la música no cesa” (La música no cesa). La estructura del
libro permite al autor volver a retomar temas y ahondar en matices, como en un
tema musical que elabora las variaciones.
La
gran metáfora es el frío, aunque el camino esté sembrado de ternura, de amor y
palabras: “Y ahora, cómo pronunciar el frío, / el dolor de esas palabras que no
comprenden” (Anuncio I). El primer
paso es la desorientación (“En este punto no hay camino trazado”, Anuncio III) o la negación (“Dentro
crece la voluntad / desordenada del animal; / su rabia en el instinto, / la
fiebre”, Anuncio III, “Me he
consumido en la impotencia amarga del nuevo orden, Vértigo o Negación del miedo).
Las imágenes recurren a la niebla, el silencio, las nubes, los fantasmas. La
visión que Gerardo Venteo ha querido tomar es la de la cotidianeidad, partir de
los pequeños detalles, materiales o no, de las sensaciones físicas y las
palabras que intentan envolverlas.
La
segunda parte, Esta luz todavía, se
adentra, con un lenguaje lacónico (“sobra todo lo demás, Segunda vocación) en la intimidad, en las impresiones que pueden
describir la intimidad (Siesta), el
miedo: “No tengo otra opción sino la de dejarme vivir en la paz y la luz de
vosotros cerca” (Las reglas del juego),
“Venid, entrad, en vuestro deseo mi corazón se cumple” (Horizonte). Es también el momento de la recapitulación de los
afectos: “De nada me arrepiento, pero, sobre todas las cosas, amar cuanto he
amado ha sido mi mejor oficio” (El mejor
oficio), “Sin ternura no hay belleza. / Lo demás es instinto” (Instinto), “Ha sido suficiente con amar,
que amar es dulce y cansa y que ha llegado la hora de hacerlo” (La ternura necesaria).
El paso del
tiempo es el lienzo sobre el que se desarrolla la acción. Planean las sombras y
planea el sol sobre el momento, la sucesión de momentos ante el final. La vida
es eso, el momento de esperar la sombra y ansiar el sol. La enfermedad la
condensa.
“El tiempo es esto, tiempo, y es el único que
cuenta, este de ahora, el nuestro, este que ya será irrepetible y para siempre,
mágico y fugaz, pero el mejor de todos los tiempos porque es intenso y es
verdadero.” (Ahora, en este momento)
El
nombre del frío conecta claramente con otros duros y hermosos libros sobre la
enfermedad, en especial con El
aprendizaje del miedo, de Paco Ramos (Desactivación
del miedo), y La puerta entreabierta,
de Jesús Montiel (“Entra, no cierres la puerta”, La luz todavía III). Gerardo Venteo destaca la ternura donde Luna
Miguel desata la rabia en Los estómagos.
“Esta
gravedad enferma me sujeta” (Efecto de la
gravedad), nos confiesa el protagonista. La enfermedad es un cepo que
agarra, que impide el movimiento y la vida, pero también puede ser, como nos
advertía sabiamente Susan Sontag en La
enfermedad y sus metáforas, la que nos haga “sujetos”. Sujetos que,
subjetivamente, la vivimos, y sujetos porque a veces, la enfermedad nos define
como individuos. Por eso, “Cualquier gesto vuestro de ahora es ahora, este
momento, causal y extraordinario” (Efecto
de la gravedad).
Antesala de la niebla es la tercera
parte, donde se afrontan los últimos momentos y los balances, “Nada fue inútil,
nada” (Militancia I), “La disparatada
idea de haber sospechado que todo eso había sido insignificante” (Las cosas pequeñas).
“Cómo curamos
el dolor, no sé. Conscientes de su acecho, ¿cómo ahuyentarlo? Será necesario
elaborar un plan donde el pensamiento empieza su oficio en el pronunciamiento
de la belleza; la ternura.” (Vindicación
de la ternura II)
Entonces
comienza el protagonista a imaginar el después, los fantasmas, las ausencias,
(“No inventéis en mí el héroe que nunca fui”, Certeza insolente y confianza), los “últimos” besos, momentos, las
últimas palabras (“pasando las páginas / del último libro que aún no has
leído”, Sucediendo I). Queda el
desconsuelo, “Comprendo vuestras lágrimas, no puedo verlas” (Reflexión y último momento).
“La paz cobarde y veloz
precipitándose silenciosa
en gotero, suave
como la arena
en el reloj” (Sucediendo I)
Por
último, “Llega el frío, ven, venid. / Ha sido difícil y hermoso” (Caricia al borde). Silencio frente a la
palabra de consuelo, el silencio para asimilar, las palabras para ayudar a
asimilar, el consuelo. La sabiduría y la delicadeza de Gerardo Venteo sortea
cualquier atisbo de pornografía emocional, predomina la ternura hacia los
sentimientos, hacia el dolor y la pérdida y alcanza, en especial al final de la
tercera parte, mediante poemas muy concisos, un doloroso clímax, para luego
planear sobre lo incierto del después.
La
última parte, Eco, intenta describir
lo que queda: “Nada más que quebrar lo imposible” (Comienzo), “La angustia no duerme” (Certidumbre). Acabaron las palabras, pero no el dolor, “No, en este
silencio no hay calma” (Argumento).
Resta el recuerdo, “Sí, hay memoria; / y duele porque pesa / el dolor
involuntario / de las horas anteriores, / cesantes en medio de todo” (Sed). El contraste entre estos últimos
poemas y sus títulos fabrica una profundidad casi mística a unos momentos muy
difíciles de expresar sin ser arrastrados por el torrente furioso del dolor en
primera persona.
“Sujetos
a este ejercicio
breve de la música
aprendemos que, en
sí mismo, todo
tiene una fecha de
caducidad
necesaria y
difícil.
Empeñados en
posponerla
olvidados que, al
fin,
cada cosa se
desvanecerá en el límite” (Ejercicio de
la música)
Muchas Gracias Javier, de verdad muchas gracias. Tu mirada me devuelve la ternura con la que está construido este libro de amistad. un fuerte abrazo.
ResponderEliminarGerardo
Muchas Gracias Javier, tu mirada me devuelve la ternura con la que está construido este libro sobre la vida, la amistad, la perdida y el duelo. Un fuerte abrazo. Gerardo
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