miércoles, 23 de mayo de 2018

Reseña de Itziar Mínguez Arnáiz: ‘La vuelta al mundo en 80 jaikus (y una nana para despertar)’. Takara. Colección Wasabi. 2017


Itziar Mínguez protagoniza esta entrega poética en Wasabi, la singular colección de la editorial Takara para ediciones limitadas de poesía, narrativa o aforismos. La importante obra poética, al margen de su trabajo de guionista, de Itziar Mínguez abarca ya ocho volúmenes, desde el inicial La vida me persigue (Renacimiento), destacando Wikipoemia (Oblicuas), Cambio de Rasante (Balie del Sol), Que viene el lobo y QWERTY (ambos en La isla de Siltolá). Este es un libro muy peculiar y arriesgado, en primer lugar, porque es básicamente temático, y su asunto, el viaje, arrastra una tradición literaria y filosófica considerable y ofrece la posibilidad de una mirada poliédrica, que, en la segunda parte, la nana para despertar, cobra un sentido nuevo y estimulante.
La especialidad de Itziar Mínguez es el poema corto, escueto, en el que todos los elementos aportan sentido y se elimina todo lo superfluo. Un estilo tan depurado que no necesita ni puntación ni mayúsculas.  Su poética ya estaba muy cercana al espíritu del haiku, aunque en esta colección los trate de una manera muy particular. Cada uno de los jaikus incluidos tiene un título y es precisamente gracias a este que se organiza el relato del conjunto, título tan poema como cada una de las sílabas contadas. El jaiku no es sólo la contemplación del instinto, también es una “manera de respirar”. Son jaikus heterodoxos, no en la forma, sino más bien por el contenido y por la construcción. Algunos se convierten en telegramas –muy apropiado para el viaje– (“emprender vuelo / una vida mejor / corta las alas”, Movimiento migratorio), otros tienen un carácter totalmente narrativo, casi prosa que, además, se encajan en continuación –procedimiento poético usual en Itziar Mínguez–: “cinco navíos / buscan la nueva ruta / de las Especias” (Magallanes I), “trescientos hombres / nada más dieciocho / los que regresan” (Magallanes II), “traen consigo / el honor de la muerte / en sus pupilas” (Magallanes III), “y la victoria / de la inmortalidad / sobre sus hombros” (Magallanes IV). Un estilo muy de storyteller, lo no quiere decir que sean épicos los poemas y reales los viajes. Ahí también tenemos “mi primer viaje / alrededor del mundo / Platero y yo” (Moguer).
            Los 80 jaikus están dedicados a las cuatro mujeres más importantes de su vida (madre, abuela y tías), mientras que la segunda parte, la nana, está motivada por la experiencia de la maternidad. El letimotiv que da coherencia al volumen es el viaje, el camino, la navegación y aledaños, todo un universo rizomático que reflexiona de manera metafísica con la misma solvencia que realiza una crítica histórica hacia el descubrimiento de América. Los viajeros que sirven de nexo narrativo son los grandes exploradores como Magallanes, tomados con espíritu crítico y tomados metafóricamente, como Ulises. La metáfora de la vida como camino (“ese otro viaje / incorruptible olvido / de lo que fuimos”, Infancia) está explorada con talento y sentido del humor lúcido, tan propio de Itziar Mínguez. Poco complaciente es el tratamiento de la Historia, nada que ver con el heroísmo de las epopeyas de los viejos libros de historia (Sefarad, Turista, 1942).
            En otras ocasiones el jaiku es más reflexivo: “todos los nortes / de un destino implacable / meta fugaz” (Brújula). Son especialmente interesantes cuando habla de la intimidad del viaje, “no lleva mapa / sólo sus ojos nuevos / como equipaje” (Viajero), “desde la cima / me devuelve mi nombre / la soledad” (Eco). En estos se puede rastrear una influencia machadiana, cuya sombra es alargada en el aforismo español.
            El atlas para esta vuelta al mundo incluye América, Oceanía, África, la Atlántida, como Grecia, Sefarad, Lisboa,  la ínsula Barataria, los oasis, la playa (“reloj de arena / este tiempo finito / llamado vida”) o la luna. No son sólo los lugares geográficos los destinos de un viaje, ahí están otras formas de viaje, como hacia la Guerra Mundial, tras la mirada de Robert Capa, situaciones como la del náufrago o las pateras, los abismo, el caminar, utilizando aparejos como el tren, la cabina de teléfono, el billete, las estaciones, el álbum, el pasaporte, las postales, y otros que tangencialmente hablan del viaje, como el whatsapp, el big bang. Capítulo aparte merecen los viajes literarios, como el que acompaña a Boabdil, añora a Peter Pan, se dirige a Comala de Juan Rulfo, o la serie dedicada a Poeta en Nueva York , El viaje del escritor
Desarrolla, Iztiar Mínguez una filosofía del viaje: “¿una manzana? / cualquier excusa es buena / para largarse” (La estrategia de Adán y Eva). Ya sabíamos que la vida es un viaje metafórico (Estación, Tercera Edad, Infancia) y también que el viaje es una forma plena de vivir (Billete de vuelta), o no: “recorrer mundos / con tarjeta de metro / o bonobús” (Rutina), “está más lejos / la vuelta de la esquina / que el horizonte” (Relatividad), o la serie Todo Fluye I y II: “abrir la puerta / el calor del hogar / querer huir” (Final de trayecto). No es necesario ni siquiera el desplazamiento: “mirar las nubes / en su constante cambio / desde el sofá” (Viaje), porque no es un viaje sólo en el espacio, también es el tiempo: “partir de hoy / huyendo del ayer / llegar mañana” (Contra tiempo), “robarle al tiempo / la vida suficiente / para soñar” (Epitafio).  No se presenta la autora con el estereotipo del nómada (“estar dispuesto / a hacer el equipaje / y deshacerlo”, Vuelta e ida) o el explorador y huye absolutamente de la obsesión del turista eterno en el que tendemos a convertirnos: “estuve allí / un imán de nevera / lo certifica” (Souvenir).
La nana de la segunda parte del libro es también un viaje: “me asomo al mundo / y te sueño” (El sueño). Una ilusión temerosa “inercia / de los días / y la desolación / de su aplazada derrota” (Duermevela), “es demasiado pronto / para dormir / y demasiado tarde / para seguir despierto” (Despertar). Sin ser un homenaje a Calderón, Itziar Mínguez sabe que “la vida es un mal sueño / que empieza a la hora / en que apagar el despertador / cada mañana” (Despertar). Ese momento se muestra crudamente en el despertador, pero, más allá del tópico, es un planteamiento existencial en el que también Machado insistía, la alternativa entre vivir y soñar, el despertar: “yo duermo / para soñar que vives / y tú vives para olvidar que sueñas” (Despertar).
 “despertemos
que hemos nacido
para soñar que vivimos
no para vivir soñando
que hay letras que esconden
silencios
y sueños que esconden
sueños (El sueño)

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