La percepción de la posición
política que un individuo tiene de sí mismo debería coincidir, como es lógico,
con las ideas que conscientemente enuncia. Sabemos que, a menudo, nos traiciona
el inconsciente y pretendemos ser de una determinada ideología, pero nuestras
palabras y nuestros hechos sacan a la luz que no somos lo que pretendemos ser.
Bien por fariseísmo, por haced-lo-que-yo-digo-pero-no-haced-lo-que-yo-hago, por
hipocresía y doble moral, que nos disculpa de cometer lo que en los demás nos
parece intolerable. Este es un grave problema de coherencia personal que se
convierte en un auténtico peligro cuando se trata de gobernantes públicos.
Los
hay que engañan y se hacen pasar por lo que no son. Esos políticos que cambian
el traje de chaqueta por la cazadora o por la camisa desabrochada para dar una
imagen cercana. Asesores, spin doctors,
mercadotecnia que pretende la absolución porque ellos no obligan a una
política. Ellos permiten el triunfo electoral gracias a sus maniobras, para que
luego, el candidato, sea coherente y lleve a la práctica lo que realmente está
en su programa ideológico. Lobos disfrazados de corderos y lobos disfrazados de
lobos.
Una
cuestión que tienen clara estos asesores de imagen es la de asociar al
candidato con una serie de ideas, con un tono, con un estado de ánimo
característico del votante. No siempre, porque se ha puesto de moda el
pragmatismo. No procuran ya convencer ni a los convencidos ni a los que nunca
se convencerán. Las últimas campañas van a por los indecisos. A lo mejor es por
eso por lo que los líderes, los nuevos líderes, no despiertan la misma adhesión
inquebrantable de antes.
Eso
no quita para que asociemos automáticamente una serie de palabras con una serie
de caracteres ideológicos. A los progresistas les gusta ser asociados con los
cambios, la innovación, la revolución permanente. Ser radicales es un orgullo.
Tradición rima con conservador, y, sin embargo, no rima para nada con
revolución aunque se hable de la revolución conservadora. Esos vientos de
cambio de finales de los 70 fueron muy significativos. En aquellos momentos
“revolución” era un concepto positivo indiscutible y decidieron subirse a la
ola para reencauzar el capitalismo con esa famosa mezcla de conservadurismo en
lo moral y liberalismo salvaje en lo económico. Sin embargo, no toda la derecha
es neo-con. A los conservadores les
gusta el rito, que las cosas continúen como siempre, les dan miedo los cambios.
Lo que para muchos es algo vacío, para un conservador, cumplir ritualmente con
una costumbre es algo cardinal, indispensable. Por eso siempre desconfían de
las modas, el mundo prefieren verlo en categorías estables y se desesperan con
la ideología de género. Más que nada porque la construcción social de la
realidad es un concepto que les resulta incómodo en la misma médula de los
huesos. Muchos conservadores no están de acuerdo con los liberales de derecha.
Y no porque sean nostálgicos del fascismo. Simplemente porque deploran los
cambios.
El
otro día, por las redes sociales, leí estupefacto, en un post de un conocido articulista conservador, reacciones que
coincidían en cuestionar el gobierno de Rajoy como de derechas. ¿Alguien se cree que Rajoy ha realizado
políticas de derechas? Y no lo decían de broma, ni eran integristas
religiosos fanáticos preconciliares. Eran simplemente conservadores
insatisfechos con que el gobierno del Partito Popular, por ejemplo, no hubiera
ilegalizado el aborto o no hubiera tomado determinaciones más autoritarias en
cuanto a Cataluña. Pues si el gobierno de Rajoy no ha sido de derechas, ¿qué ha
sido? ¿comunista? Para ellos era un socialdemócrata,
entendido el término como algo despectivo. A los conservadores, por su propia
esencia, ningún gobierno les parece suficientemente conservador. Cualquier
concesión a los nuevos tiempos es una traición a las esencias. Todo tiempo
pasado fue mejor y la nostalgia de esos tiempos es una lente deformada que
presenta el mundo de hoy en día como deplorable abominación, una degenerada versión
de la juventud que añoran, que corrompe el orden estable e inmutable del
universo
No
estoy hablando de un conservadurismo antropológico, porque ahí podrían caber
tanto los conservacionistas del medio ambiente, los hippies artesanos y
neorrurales, como los seguidores del coñac Soberano, los tecnófobos, incluso el
movimiento obrero que lucha por mantener los derechos conseguidos en los años
60 y 70. Ni siquiera en el sentido que Steven Pinker habla de conservadores o
revolucionarios, como una estructura psicológica que se aplica tanto a los de
derechas como a los de izquierdas. Por supuesto, tampoco a las clasificaciones
actualmente tan de moda que criban a la gente entre los resistentes a los
cambios y los que abrazan la incertidumbre como una bendición. Me refiero a los
conservadores de derechas, lo que normalmente se consideran conservadores.
Lo
pensé. Y llegué a la conclusión que es lógico que a los conservadores no les
guste ser considerados radicales ni extremistas. aunque pretendan volver el
mundo patas arriba, ellos están más allá de cualquier ideología, ellos
defienden lo que ha sido así desde siempre, sin cuestionamientos ni
adaptaciones. Si bien literalmente podrían ser radicales (de raíz, back to roots), no se perciben a sí
mismos como extremistas, porque conciben la historia como un continuum, lamentablemente cambiante, en
el que la utopía no aspira a llegar, sino a volver, pero sin poner un límite
temporal para la vuelta. Porque en su imaginario todo siempre ha sido así, sólo
las moderneces han introducido el virus, el pecado original en el paraíso de la
tradición.
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