El poeta y editor Javier Sánchez
Menéndez continúa su labor en el proyecto denominado Fábula, un conjunto de poemas en prosa que funcionan como ensayos
sobre la vida y la poesía. Dividido en diez libros, le precedieron: La vida alrededor (2010), Teoría de las inclinaciones (2012), Libre de la tormenta (2013), Mediodía en Kensington Park (2015) y Confuso laberinto (2016).
Una cita de
Quevedo para comenzar un beatus ille
de corte clásico, la búsqueda de la libertad en el alejamiento de la sociedad bulliciosa.
Hay una presencia constante de la naturaleza, y no sólo por el ilustre
antecedente del ruiseñor de Yeats. Como confiesa Javier Sánchez Menéndez, “Y
todo es serenarse, encontrar la discreción de épocas pasada y entretenerse en
la exigencia de las circunstancias” (Seis
por ocho). El paisaje, para el autor, es una metáfora de la creación
poética (Constancia; “La complejidad de la creación poética
es un bosque repleto de encinas y de pájaros, de olivos y de topos que remueven
la tierra”, La luz es artificio) y
también es el germen para su creación [“La naturaleza es el brotar mágico, la
inspiración. Pero debe ser tratada con técnica (demiurgia o arte). Toda naturaleza humana está abierta a la
posibilidad, lo que la convierte en defectuosa. No permanezcas ahí, es el
entretenimiento”, Necesidad], y, por
supuesto, el ambiente necesario para la poesía (“En la naturaleza pervive lo
sincero”, Naturaleza).
Todo el
proyecto Fábula tiene que ver con el
conocimiento, el sentido común y la mística: “No busques soluciones, no
existen” (Soluciones). El primer
texto hace referencia al ángel, el tema del poeta Rilke y del filósofo
Sloterdijk: “Las cosas de la vida y de la muerte” (El ángel). Pero sobre
todo es una reflexión sobre la lectura y el hecho poético: “Es la poesía lo que
llena la vida del poeta las veinticuatro horas del día, el alimento que crece y
vuela como el pájaro” (Permanencia). Las
lecturas se van entretejiendo con la vida y no falta la filosofía, Parménides,
los neoplatónicos, pero sobre todo María Zambrano (la razón poética) y Platón
(la poética razón): “Es la razón poética, ni vital, ni histórica, ni mucho
menos pura” (El segundo elemento). Podemos
apreciar la influencia de Ruskin, y el magisterio confeso de Nicanor Parra,
Luis Rosales, Homero, Eliot, Pound, Rilke, Borges, Auden, Dante, Novalis,
Catulo, Machado, Bécquer, Juan Ramón.
Defiende una poesía de la existencia, además de
alinearse junto a Nicanor Parra, permanece muy conectado con Bécquer, mientras siga existiendo un misterio para el
hombre, habrá poesía: “Lo oculto y lo visible, idea fundamental de la
poesía”. Para Gustavo Adolfo, la poesía es el misterio, lo inefable, el himno
grande y extraño, muy lastrado por la
idea de los sublime de Kant y los románticos alemanes. También para Sánchez
Menéndez la poesía es misión divina: “El poeta es un apóstol, un propagador del
misterio” (El esclarecimiento), “El
misterio es la gloria” (Luperca), “La
poesía es vida propia, es aislamiento, es un canto del centro, un sacrificio
que se consigue en unión” (Revelación).
Entiende la
poesía como el lenguaje-conocimiento de lo bello, sea o no sublime, pero nunca
prosaico, que es la no-poesía. Lo
cotidiano puede contener poesía, para ello hay que adentrarse en el laberinto
(la metáfora del laberinto fue punto central de otra de las entregas de Fábula). En uno de sus aforismos publica
Sánchez Menéndez: “Casi todo lo extraordinario acaba siendo ordinario”. Su
poesía, por el contrario, pretende lograr el efecto opuesto, celebrar lo
maravilloso de lo cotidiano: “El paraíso es la cotidianeidad” (Búsqueda y recompensa). Por eso mismo
advierte que “Para ver la poesía dispongo de linternas. Debo cambiar las pilas
todos los días” (El anillo).
“Con la revelación llega el misterio.
El reloj se define y la palabra, la única, deposita la confianza en la
aproximación.
Acércate, no tengas miedo. Aunque
todos salimos de la carne la palabra es el símbolo” (La palabra es el símbolo)
Distingue claramente la labor del
poeta (“La poesía es un santuario interior, que decía Novalis, el único
posible, la cuenca de la vida eterna, ese camino misterioso que viaja al
centro”, El anillo) de lo que es
prosaico, el entretenimiento: “Nunca
te acerques a la necesidad, es el entretenimiento” (Necesidad). La labor del poeta comienza con “Contemplar, atender y
entender. De nuevo los principios de la vida del hombre” (La atención). Pero no solo se trata de la mirada, también está el
oficio: “Leer y releer. Escribir y corregir” (Teorías). En el fondo, confirma, “Todos
los versos que un poeta escribe en su vida se limitan a dos. Uno de
agradecimiento, otro de cortesía” (La
oportunidad).
Y si, “La vida
es una prisión fiel” (La súplica), la
solución que propone no es el lamento: “No te quejes. Deja de hacerlo.
Enfréntate a los vivos que haremos lo propio con los muertos” (Alguna posibilidad). Recuerda a Houston
recreando Los muertos de Joyce.
Una de sus
obsesiones es luchar enérgicamente contra los poetas mediocres: “Hay poesía
contemporánea que tiene menopausia.
Sus autores –creyendo haber llegado al climaterio– cesan de la verdad y sus
recursos” (Teorías). Sin necesidad de
nombrar directamente, sentencia que “La poesía abandona a los no poetas. Y todos están huérfanos” (La caída de la tarde). El apasionamiento
que provoca la poesía en los poetas tiene su reverso: “La poesía ejerce una
fuerza de repulsión sobre la no poesía.
Es la armonía” (La existencia de lo
natural), lo contrario es el entretenimiento. La poesía es lo intemporal.
Javier Sánchez
Menéndez diluye las anécdotas que le sirven como punto de partida, aunque
algunas permanecen (Sultán): “Le he
quitado sal a la vida. Cerca de los cincuenta todo quema” (Poesía de la existencia). La muerte, la madre provocan una emoción
intensa y una reflexión profunda (que también se advierte en su último libro de
poemas, El baile del diablo, 2017): “Morir
es el centro del alma” (Los 7 dones).
Su pensamiento aparece fragmentario, a flashes,
con frases azorinianas, de sujeto, verbo y complemento. En otras ocasiones,
cercano a Juan Ramón. A diferencia de Bobin, no hay rastro de pretenciosidad en
sus páginas, no quiere aparentar estar por encima de todo, de saber más que
nadie, de entender la vida mejor que nadie. Javier Sánchez Menéndez se tropieza
con ella y lo celebra. “Los poetas se esconden en el amor” (En el infierno).
Platonismo
contra Platón que expulsó a los poetas de la república. Quizás quiera fundar
una república para los poetas: “La poesía no es una ley, es la ley. Un complejo
sin tiempo, verdadero e inmortal” (Desconcierto).
Lo que no significa que los políticos se conviertan en poetas o los poetas en
políticos: “La política es fingimiento, la poesía es existencia” (La obligación). La poesía ocupará el centro,
el círculo y los márgenes, en la búsqueda de la imparcialidad: “En el centro de
tu propia cabeza, ese bosque del yo
en el nosotros” (Permanencia)
La valentía de
Javier Sánchez Menéndez es grande para terminar el libro diciendo: “Tengo mucho
miedo a la poesía” (La única vía). No
hay reverencia mayor en mayor devoción.
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