La prisión permanente revisable, entre
otras cosas, deja muy claro cuáles son las coordenadas antropológicas del
neoliberalismo, que en cierta manera es muy conservador. Lo mismo pasa con la
manera en la que se aborda la violencia machista y el feminismo en general.
El
discurso oficial, aunque se puede matizar dependiendo del grado de machismo del
encargado de hacer declaraciones quien, como estamos comprobando puede insinuar
directamente la responsabilidad de la víctima, insiste en la culpabilidad
personal del agresor. En todo momento se niegan las condiciones estructurales
que inciden en la violencia. Todo se trata de una cuestión personal,
individual. El neoliberalismo tiene alergia a cualquier tipo de responsabilidad
social. Por un lado, es lógico, su doctrina se sustenta en el individualismo.
Cada cual consigue en la vida lo que se merece con su esfuerzo. Y viceversa, lo
que no se consigue es por la falta de mérito individual. El castigo se refiere al
mismo sistema de premios y recompensas. El criminal actúa según su conciencia o
falta de ella. Por lo tanto, debe ser castigado, en primer lugar, como acto de
legítima defensa. Apartarlo de la sociedad es una misión esencial en el sistema
penal, más aún que la reeducación, en la que el neoliberalismo cree muy poco.
La
posibilidad de reinserción hunde sus bases teóricas en la maleabilidad del
hombre, con el extremo de considerar a la persona como una tabula rasa, como un papel en blanco, que se puede reescribir. No
es necesario llegar al extremo de considerar, como hacía el psicólogo Watson, que
podría convertir a un niño sano tomado al azar en un médico o en un mendigo,
prescindiendo de su talento natural, simplemente hay que confiar en la
capacidad del ser humano de perfeccionarse.
Es
fundamental desechar la posibilidad de cambio en el ser humano para justificar
que la jerarquía social sea estable. La distribución social del talento debe
corresponder con la distribución social de la riqueza, haciendo un silogismo
inverso. Los que estamos arriba en la escala social debemos de ser los más
eficientes en la búsqueda de la riqueza puesto que hemos llegado a estos
puestos privilegiados.
Se
rechazaría, por lo tanto, la posibilidad de mejorar socialmente de aquellos que
no están dispuestos para ello. La escuela no tendría otra función que la de
clasificar a los alumnos según sus capacidades, dejando por inútil la misión de
mejora de aptitudes e inteligencia. La cárcel sería el depósito de aquellos que
no pueden, porque no saben, vivir en sociedad. Y no hay nada que pueda
remediarlo. Cualquier atisbo de negar esta suposición pondría en peligro la
justicia de la distribución social. Sería tremendamente miserable una sociedad
que no invirtiera fondos en educación que pudiera revertir las injusticias de
partida. Porque estas desigualdades serían de nacimiento por cuanto se condena
a los que nacen en los lugares equivocados y no tienen posibilidades para un
desarrollo de sus talentos; pero no serían por nacimiento, es decir, no
necesariamente diferencias genéticas.
Para esta ideología
la sociedad del riesgo es magnífica como clasificador social de los válidos o
no válidos, afrontar el miedo al riesgo es el aparato medidor moral de la
gente. El emprendimiento se presenta como prueba de valor, sin importar si
tienes medios o no, si tienes un colchón de seguridad que te permita afrontar
los riesgos de perderlo todo. “Si”, el famoso poema de Kipling tan admirado por
el expresidente Aznar, lo resume perfectamente, si estás preparado para
renunciar a todo, de perderlo sin cambiar el semblante, toda la Tierra te
pertenece y, lo que es más importante, serás un hombre, hijo mío.
La
violencia machista es execrable, pero no se debe a que la sociedad sea
machista, sino a que hay individuos intrínsecamente perversos. Las
desigualdades salariales entre hombres y mujeres podrían existir, pero no son
causadas por el mercado, sino porque, individualmente, cada mujer toma las
decisiones equivocadas en cuanto a su destino laboral. Son ellas las que
prefieren “libremente” elegir medias jornadas para poder cuidar de sus hijos,
son ellas las que optan por enfermería o educación y no por ingenierías. Nadie
las obliga. Por supuesto, no se entretienen en ver las condiciones cotidianas
que se imponen en cada caso, que, curiosamente, se parecen mucho. No se entra
en la discriminación en la selección de personal, no se entra en la negociación
de sueldos que afecta de manera más severa a los trabajos más feminizados. Se
les paga menos porque están dispuestas a aceptar un sueldo menor habida cuenta
que tradicionalmente la mujer ha ido a trabajar para completar el salario de su
marido y puede soportar una menor remuneración.
La
prisión permanente revisable insiste en la función punitiva y defensiva de la sociedad
ante individuos esencialmente malvados. A estos conservadores no les afecta el
razonamiento de que este tipo de penas son inútiles, que los países que las
imponen no ven mermados los índices criminales, porque no piensan sino en
retirar de la circulación a estos elementos indeseables. Cualquier otra versión
es tachada de “buenismo”, tomado como un insulto. Nadie es redimible, y si lo
es, no nos podemos permitir el lujo de soltarlo para comprobarlo. [El eufemismo
“revisable”, por otra parte, invalida la demagogia que contrapone el sistema
por el que los beneficios penitenciarios permiten salir a un asesino en pocos
años. Si fuera realmente revisable, ¿quién quita que acabe también saliendo al
poco tiempo?]. A veces da
la sensación de que se intenta camuflar un –comprensible– deseo de venganza.
Pues así las cosas,
tenemos que lidiar con sentencias que no llegan ni siquiera a ponerse de parte
de la víctima. Ni siquiera respetan las reglas del juego que se han encargado
de poner ellos mismos.
Siempre es del todo necesaria la lectura, no una, sino varias veces, de tus excelentes artículos, perfectamente documentados y con los que se "disfruta", aunque el tema sea peliagudo.
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