lunes, 24 de septiembre de 2018

La magia del insulto


Desde hace algún tiempo vengo pensando en los insultos como una especie de magia. La idea no es original. La leí a Randall Collins y es muy sugerente. Es evidente que las palabras como tales no pueden hacer daño literalmente, pero también es innegable que un insulto (no todos los insultos) nos remueve las entrañas como si se tratara de un cólico. Sobre el contenido de los insultos se ha escrito mucho, la mayoría tienen que ver con los órganos sexuales, con el uso de esos órganos o con el resultado de su mucho o escaso uso. Otro de los frentes concurridos es la libertado o los límites a la hora de insultar, incluso el destinatario del insulto. En todos los casos me encuentro a personas totalmente racionales haciendo uso de laberínticos razonamientos para concluir que los suyos no son insultos y los de los demás sí, y además, despreciables.
Mi preferido es la conversación que tuve con un conocido aforista que sentenciaba que quien descalifica a alguien como fascista es un fascista. Yo le contesté, prudentemente, que, a menos que el descalificado fuera en realidad fascista. Lo que me parece muy sensato. Pues bien, este aforista, visiblemente contrariado fue capaz de sostener que no existió el fascismo fuera de la Italia de Mussolini. Le seguí el juego y le dije que tampoco existirían antifascistas fuera de ese contexto. Por supuesto no es así, y me lo demostró con la entrada de Wikipedia sobre la alianza de escritores antifascistas. La conversación era demencial desde la base porque si este aforista tachaba de fascista a alguien (quienes llaman fascista a otro) incurría en contradicción: no puede ser fascista, porque no estaba en la Italia de los camisas negras. Incluso lo convertiría inmediatamente en fascista a él mismo por denominar fascista a alguien.
Llevamos un tiempo rondando los insultos en la escena pública y creando revuelo alrededor de Willy Toledo y su divina diarrea, por un lado, y en el otro espectro político, a los deseos insanos de Arcadi Espada relacionados con la boca de Rufián y su espada genital. Quitando la consideración de mal gusto que puedan tener uno, el otro o ambos, está claro que a la judicatura no le molestan ciertos desmanes léxicos mientras que otros les parecen totalmente punibles.
Cada uno es muy libre de sentirse ofendido por las palabras de otro alguien, incluso tiene el derecho de llevar a los tribunales dicha ofensa. Lo que me parece un desatino es que un juez considere digno de encausar que alguien se cague en dios. Admitir a trámite la denuncia es lo grave de este asunto. Hubiera comprendido que los Abogados Cristianos hubieran llevado a cabo una campaña viral contra el actor, que hubieran escrito cartas al director mostrando su desagrado y su censura en el sentido de rechazo. Sin embargo, me parece una aberración democrática que se quiera practicar la censura en el sentido judicial. Y, para más inri, por una expresión que es totalmente común.
No termino de comprender cómo estos cristianos sienten desprestigiada su fe porque un ateo se cague en dios, y se muestren indiferentes o incluso comprensivos con los desmanes que muchos integrantes de su clero cometen, como los casos de pederastia que cada vez salen más a la luz. Desde mi humilde y ateo punto de vista, queda mucho peor parado el cristianismo cuando tolera y encubre la pederastia que cuando los no creyentes –o los creyentes– blasfeman.
Poco de cristiano tiene también inventarse bulos, como el que Hermann Tertsch sacó sobre Teresa Rodríguez, tan impropio de ella que demostraba su desconocimiento del personaje pero que, sin embargo, convenció a muchísimos que luego no están pendientes del desmentido.Quizás los exabruptos y las descalificaciones no sean muy elegantes, cada uno es libre de retratarse como le plazca, sin embargo, mentir y difamares, creo, algo muy distinto.
El otro caso de insulto de estos días lo ha protagonizado quien presume de liberal, embobado con la comparecencia del expresidente Aznar. Para redondear su artículo propuso, en sede parlamentaria, sugerir sexo oral al diputado Gabriel Rufian. Dejando aparte lo soez de la expresión utilizada (no sé si el libro de estilo de El Mundo prevé esas cosas), el insulto y la provocación dejan entrever algunas cosas muy preocupantes. Si Toledo se caga en Dios, es símbolo de la voluntad de ofender a través de la escatología, dando por asumido que los excrementos son per se algo desagradable que desea poner sobre una entidad, Dios,que le resulta repulsiva. En el caso del articulista, se deduce que practicar una felación es, en sí misma, algo execrable para el que la realiza, bien sea de golpe o por partes.
Además de considerar que la homosexualidad es algo con lo que se puede insultar, lo que pervive es la consideración de que adoptar el papel femenino en una relación sexual (recibir la penetración, cualquiera que sea el orificio) es en sí mismo doloso y humillante. Me recuerda a los tiempos en los que el homosexual era el que recibía (al que llamaban "pasivo") y en los que el hombre que practicaba "activamente" el sexo con otro hombre seguía siendo un "machote" porque daba y no recibía.
Sin embargo, hemos de coincidir que la naturaleza (o Dios) en su infinita sabiduría ha dotado a la actividad sexual de características placenteras para todos los que participan en ella, cualquiera que sea la práctica, a la vez o por turnos. El insulto "jódete" debería ser tan absurdo como pretender cabrear a alguien diciéndole "te voy a hacer cosquillas", ocupaciones, normalmente placenteras ambas. De todas formas no entiendo cómo se le apetece tener sexo con alguien que le resulta repulsivo. Yo, en su caso, no querría ni estar en la misma habitación.
No pretendo hacer un distinción de gravedad entre los insultos de uno y otro, sólo reflexionar sobre los imaginarios en los que se mueven los insultadores, que, evidentemente, suponen compartidos por su audiencia. También me sirve para diferenciar entre la censura de verdad, esa que ha procesado y detenido a Willy Toledo (ojo, que no es obligatorio detener a un acusado que se niega a compadecer, es sólo una posibilidad), de la "censura" de la opinión pública que consiste en agobiar públicamente al ofensor.
Una solución, sin recurrir a los tribunales, podría ser, como decía al principio, ser consciente que el insulto es una forma de magia y responder de la manera tradicional en estos casos, con una magia superior, con un gesto (poderosísimos cortes de manga y peinetas en estos menesteres) o un conjuro, por supuesto rimado para que tenga efectividad: "rebota, rebota que en tu culo explota" (nunca mejor traído).

1 comentario:

  1. Una temática del todo vigente: el insulto y la casi exclusiva forma que va tomando éste. Y como bien dices, resulta del todo incongruente el hecho de que se juzgue a alguien por "cagarse en dios", siendo en todo caso, una expresión de mal gusto. Y es curioso porque todos hemos utilizado esa frase: ¡Me cago en dios!, cuando algo no nos sale tal y como teníamos previsto. En definitiva, una sociedad que hace de la palabrería barata de algunos que lo que vienen a buscar es publicidad, la instrucción de causas judiciales olvida que existen muchos motivos del todo justificados que exigen esa reparación y justicia por medio de los tribunales.

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