La tragedia del pequeño Julen ha despertado en la gente un sentimiento enorme de solidaridad. Incontestable. Una vez pasada la espera queda ahora analizar el desarrollo de los sucesos y las reacciones. Parece que todos estamos de acuerdo en valorar el trabajo, el inmenso trabajo de ingeniería que se ha realizado, todos también de acuerdo en ensalzar a la brigada de mineros que estuvo dispuesta desde el principio. Es también tiempo de volver la mirada hacia los medios de comunicación y cuestionar si merecía que abordaran la cuestión con la perspectiva que lo hicieron, alentando la esperanza por motivos de audiencia, si rellenaron parrilla dando cabida a cualquier detalle insignificante, si han sido carroñeros o simplemente han ido satisfaciendo la necesidad de noticias de los telespectadores. Depurar las responsabilidades del suceso es otra de las tareas pendientes que deja al descubierto la dificultad para cumplir la normativa referente a los pozos. Demasiado caras las licencias si el resultado de la prospección es infructuoso, demasiado desdén y confianza para no sellar después, imprudencias que normalmente no traen consecuencias graves. Queda por decidir.
El affaire de Camilo de Ory merecería una reflexión aparte. Serena, equilibrada que no equidistante. Quede claro que,, por muy desagradable que sean sus ocurrencias, jamás debería justificarse un linchamiento, no ya digital, sino con amenazas reales.
A partir de ahora es también el momento de hacer balance. Y se está haciendo. Todos apoyamos el rescate, pero no todos los rescates. Las miles de muertes en el Mediterráneo no merecen, por lo visto, la misma consideración. Los españoles primero, dicen por ahí. No serán cristianos quienes lo dicen, sería demasiada falta de caridad. Las vidas de los niños no valen lo mismo si vienen de un lugar o de otro. Las vidas de los adultos tampoco.
Creo que es más una manera hipócrita. Si todos hemos estado de acuerdo en no reparar en esfuerzos a la hora de rescatar al pequeño Julen, ¿por qué no nos planteamos otros rescates? Tratamientos médicos demasiado caros para que la Seguridad Social los costee, ayudas a familias en riesgo grave de desnutrición, de pobreza, de enfermedad. A Julen no lo hemos visto, sólo los más cercanos tenían su rostro grabado, pero hay otros muchos familiares que ven cómo se deterioran las constantes vitales de alguien cercano. Y ven cómo se van muriendo porque no llegan las medicinas. Y ven pasar los días sin que avance la lista de espera. Para ellos nos dicen que no hay fondos, que es inasumible en los presupuestos.
Creo que si la sociedad por entero se ha volcado en un rescate de tanta envergadura es porque somos lo suficientemente sensibles al dolor ajeno, a la tragedia para que la solidaridad se pueda abrir. Y no porque sea el estado del bienestar un invento de la progresía, sino porque somos humanos y el sufrimiento de los demás es nuestro sufrimiento. Y la desesperación de los demás, la nuestra.
Soy optimista en cuanto a las personas, sé que el corazón de la gente es solidario y siente la empatía. Espero, confío que algunos tweets que circulan por ahí negando el derecho a salvarse a los que intentan llegar por mar sean falsos, sean fakes pensados para derrotar la ideología egoísta de algunos grupos políticos. No creo que nadie tenga el corazón tan duro de ver cómo se ahogan en el Mediterráneo y mirar para otro lado.
Por eso sospecho que el miedo es inducido, que los bulos con la inmigración, como lo fueron los miedos hacia los pobres, son utilizados para fines políticos concretos, para proteger privilegios concretos de grupos concretos. Porque son personas las que sufren y no permanecemos impasibles ante el sufrimiento. Además, tenemos en marcha un sistema de ayuda mutua basada en poner un poco cada uno. Somos tan celosos de este sistema que nos fastidia muchísimo que se malgaste. Lo malo es el nombre, “impuestos”, que parece insistir más en la obligación que en el compromiso. Y lo malo, por supuesto, es que no sean justos, que no se repartan las cargas de manera proporcional. Por lo demás, somos capaces, como personas individuales, y como sociedad, de arrimar el hombro y crear un ambiente para que la vida de cada uno, la de todos, sea cada vez más humana.
La horrible tragedia de esta familia creo que nos puede hacer conscientes de la inmensa capacidad que tenemos en este país de unirnos para ayudar a los que lo necesiten. Es menester sacar consecuencias y apoyar una sociedad solidaria, oponernos al desmantelamiento del sistema público que se ocupa de todos los asuntos sociales, de la sanidad, de los medicamentos, de las ayudas a los más desfavorecidos, independientemente de dónde se encuentren. Aun sabiendo que tenemos que arrimar el hombro y pagar entre todos lo que sea necesario para tener una vida más humana.
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