Este volumen es
complementario a las memorias que comenzó el poeta arcense Pedro Sevilla con la
editorial Renacimiento bajo el título La
fuente y la muerte. En esta ocasión se trata de una colección de estampas
referidas a Arcos, desde el punto de vista de la memoria esencialmente personal.
Un buceo en la memoria que nos transporta de la mano de lo subjetivo a la
intrahistoria de un pueblo. El tema principal de estas páginas es una
indagación sobre el paso del tiempo y, sobre todo, la diferente percepción del
paso del tiempo en la infancia, sus diferentes ritmos a través de una serie de
hitos y sus rituales. Cada capítulo hace referencia a una de las fechas
señaladas, la Navidad, la Semana Santa, el verano, la Feria. Más que intentar
una crónica del pasado, éste se revuelve en una indeterminación, como si la
infancia estuviera exenta de intervalos temporales y fuera el mismo verano
cuando se tenían siete o doce años.
Pedro Sevilla consigue en estas
páginas, y desde la mirada de un adulto que vuelve la memoria hacia atrás, es recuperar
el entusiasmo de un niño. Todo esto acompañado con el oficio de un poeta y la
percepción serena de quien sabe perfectamente encajar un poco de antropología y
mucho de nostalgia.
“Este es el belén que yo imaginé hace cerca de cincuenta años. Pero esto
no es toda la Navidad, por supuesto. La Navidad no es solo costumbrismo,
folklore, festividad. No es, ni mucho menos, el consumismo compulsivo y el derroche
vacío en que algunos quieren convertirla. La Navidad es, ante todo, un acto de
amor. Y quizás por eso, porque en ellos se canta al amor, es por lo que sea tan
hogareña, tan marcadamente familiar” (p. 33- 34)
Se vale del
vocabulario y expresiones locales sin caer en el derroche casi enfermedad
academicista de hacer gala de los localismos como símbolo de identidad –que
suele ser la manera en la que se forjan las glorias locales de los pregones y
los reconocimientos locales. Pedro Sevilla no reniega de su habla peculiar y
recurre al término exacto, para el que tampoco abandona su sentido crítico. Por
ejemplo, describiendo la vida en la feria, nos habla de “El 29 era el día de
los mayetos” (p. 115), como un insulto pasado de moda.
“Los mayetos, que eran los hijos de rancheros y huerteros que vivían
en el campo, solían venir a la feria todos los días y, además, con más dinero
que nosotros, aunque es verdad que su aliño indumentario demostraba que sus
madres no estaban a la última moda infantil. Con todo, no entiendo a qué venía
esa cruel, denigrante y casi xenófoba actitud ante unas criaturas que nos daban
cuarenta vueltas en destreza y en educación, como demostraban los mayetos
internos en La Salle” (p. 116)
La nostalgia da
un tono encantador a todos los recuerdo y es el adulto quien barniza con
cuidado las sensaciones que ha ido guardando y repitiendo durante los años como
seña de identidad: “Como los niños no viven en el tiempo toda una sorpresa para
ellos. Todo llega sin esperarlo, sin buscarlo, sin desearlo, y a nosotros nos
llegaban las vacaciones de Semana Santa sin saber que era Semana Santa” (p. 39);
“Fue verdad la eternidad de mi infancia; son verdad y lo serán siempre la
eternidad de aquellos veranos” (p. 78). Esta afirmación quizás no sea la compartida
por los niños de nuevas generaciones que dividen su tiempo en cursos,
vacaciones y tiempo libre dedicado a múltiples tareas de entrenamiento escolar,
académico y deportivo como si de un campamento militar se tratase. Aquel
parecía ser el período para el paso circular del tiempo detenido en la memoria.
El pueblo en verano le sirve
para ahondar en la diferente forma de vivir la experiencia, de cómo la razón y
la reflexión van sustituyendo a lo más sensorial:
“La niñez es la única etapa
de la vida eminentemente carnal: el niño siente con el cuerpo, mira, oye,
huele, gusta y toca sin ningún aditamento psicológico o ético. Solo después la
vida se nos llena de metáforas, de correspondencias, de trabas culturales” (p.
78-79)
En la mirada de Pedro Sevilla podemos
advertir que la nostalgia no siempre es complaciente y que comparte algo de los
cuadros de Solana, de la sencilla y, a veces brutal, vivencias de aquellos
años: “Si Joselito era un personaje de El Greco, mi primo El Negro puede serlo
de Botero o casi” (p. 55). Evita, por supuesto el tremendismo que tanto
asociamos al mundo rural, es una prosa muy poética, pero no recargada, posee la
elegancia expresiva de quien domina el lenguaje y no necesita dignificar sus
palabras con recargamientos innecesarios.
Aún tomando el punto de vista
subjetivo de su memoria, el protagonista de la acción es el pueblo en su
conjunto, apareciendo y desapareciendo personajes con nombre, apellidos y motes
como tipos sociales y experiencias compartidas:
“El pueblo –y cuando digo pueblo no estoy hablando de un
conglomerado dirigido a distancia y uniformado, sino un grupo humano con su
diversidad pero con una intrahistoria común– sabe apreciar el dolor auténtico,
el dolor de verdad, y por eso se conduele con el sufrimiento de los curas” (p
64-5)
El volumen se
completa con una serie de fotografías que ilustran muchos de los asuntos
tratados entre estas hermosas páginas. No se recrea exclusivamente en la
colección de estampas, huye del pintoresquismo. Es una memoria que reflexiona y
que critica:
“Desde las Semanas Santas de mi infancia que he tratado de contar
antes, se han sucedido en nuestro país Gobiernos, regímenes políticos,
ideologías. Pero nada ha podido contra esta celebración popular. Porque el
pueblo, y aquí sigo a Ortega y Gasset, diferencia claramente la ideología de la
creencia. La ideología es movible, líquida podríamos decir utilizando un
término filosófico ahora en boga. La ideología es un viento que nada puede
hacer, salvo pulirla levemente, contra la piedra, asentada por la tradición y
por la esencia, que es algo más hondo, más íntimo, más entrañado” (p. 68-69)
Las ideologías
se tienen, en las creencias se está. Quedémonos, siquiera durante el tiempo del
viaje a través de sus páginas, en este mundo que ya se ha perdido transformado
lenta, pero inexorablemente en estos años que seguirán siendo los nuestros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario