Este libro es un objeto de arte, fruto del preciso trabajo de José Andrade en la Antigua Imprenta Sur de Málaga, la que fundaron Emilio Prados y Manuel Altolaguirre en 1925 para la revista Litoral, donde editaron primeras obras de poetas de la generación del 27. Está compuesto a mano y bajo el cuidado de José Antonio Mesá Toré. La huella de cada tipo en la página se puede apreciar al tacto. Ben Clark recopila una serie de poemas elegíacos, un paso en el duelo, dedicado, como se indica a personas fallecidas recientemente, Manel Marí, poeta ibicenco; Guadalupe Grande, Pablo Aranda o la editora Belén Bermejo osu tío Robert Derek Saul, pintor y paracaidista muerto a causa del Covid. El duelo es descrito, se desenvuelve entre imágenes diversas, encarnándose de manera cercana y sentida: “Eso te haría gracia. Que un poema elegíaco / hablara de un crustáceo / decápodo que escucha tu sei morto, / mientras él mismo muere entre salmones / y señoras pidiendo perejil /…/ Una piedra es mejor que un langostino / como imagen poética / pero el muerto está muerto, eso no cambia” (Passar el missatge).
Los recuerdos y el aprendizaje se hacen presentes en la memoria: “Es lo único que sé, lo único que aprendí / de su oficio: que hay pocas cosas sólidas, / que es rara la escultura / que no contenga el eco del secreto” (Hipiquienne). Luego llegan las consecuencias y el hueco: “El peso del dolor vino a nosotros / y llenamos su vaso de palabras / hasta hacer del dolor algo ligero, / compacto, transportable” (Poetas de Ibiza). Una imagen de la infancia puede ser el elemento clave para el sentimiento de la pena: “[Se lo advirtió Nintendo el niño que me habita: / todo lo que no guarda acabará perdido.]” (¿Desea guardar?).
Desde el punto de vista del autor, es la poesía la que puede servir de símbolo para describir lo terrible de la ausencia, lo que está oculto: “De mis propios poemas me interesa la sombra / que a veces aparece debajo de los versos / si llevo muchas horas” (Las marcas del cantero). Es el refugio y la solución, el salvavidas y el proyecto de utopía: “Por si acaso, no traigo más que un libro / con el que guarecerme, / por si el agua diluye este dolor, / por si lo que diluvia es la alegría” (Belén Bermejo); “Cuando escribo me acerco a las respuestas, / soy resilente y listo como un tordo / cuando escribo despacio / sobre el papel que, luego, en una hora, / o puede que en un año, leeré / con desesperación y con urgencia / porque no sabré nada de la vida” (Poemas adentro). Por eso es tan importante que nunca sea capaz de mentir, que bajo las metáforas y las imágenes, la lírica sea la verdad más profunda: “Que este poema diga la verdad” /… / Que escribas un poema para mí / (aunque no sepas lo que estás haciendo). / Que no me dejes solo ante la muerte” (Desearía); “apreciado lector, lectora, yo, / que de entre mil poetas más notables / he obtenido la ofrenda de tu tiempo, / puedo decirte ahora / que la suerte no existe para nadie / que no haya sido amado mientras ama” (A escribir de otra suerte).
Vuelven a aparecer poemas narrativos como El tremor o Retrato de Gamel Woosley en el dique de levante mientras que se van encadenando las reflexiones filosóficas desde lo más cotidiano: “Puede que todo acabe siendo polvo / pero eso hoy no me sirve, aquí, tan solo” (En la tumba de Edward Thomas); “Un hombre es como un árbol, Dijo Nana, / lo que echamos de menos es su sombra.” (Las vías). Una experiencia que Ben Clark utiliza como herramienta para sobrellevar la angustia: “Amor cuyo recuerdo me inmuniza el aliento / y no hay, ya, nada nuevo que pueda hacerme daño” (Inmunizados).
“Es hermoso el amor con buenas vistas,
con viajes y dinero para almuerzos
en restaurantes caros el amor
es siempre verdadero, puro, eterno.
Es perfecto el amor cuando hay un coche
tapizado de cuero y GPS
integrado; el amor, que no te engañen
así es mejor, le pese a quien le pese.
Porque si uno elimina las miserias
que entorpecen los días de los pobres,
y cambia por gozo y por belleza
todos los besos son mucho mejores;
cada conversación es trascendente
y todas las caricias son de fuego.
[Tenemos lo difícil; nos tenemos.
Lo único que nos falta es el dinero.] (Descubriré que el amor es mejor)
Ben Clark no es un poeta que se recree en la torre de marfil del poeta. Siempre ha demostrado incardinarse en la vida, de ahí sus poemarios narrativos como el celebrado Los perros de Shackleton, quiere infiltrarse, inmunizarse y contaminarse: “Los niños, en misión: / infestar mi escritorio con su vida, / colmar este silencio desde pereza” [Desde mi escritorio oigo a las niñas (Desescalada)].
En el sentido poema dedicado a Lara Cantizani, confiesa: “No determina el agua lo que es isla /…/ Su condición depende de otra cosa: / de que existan por siempre los apátridas, / los náufragos, los locos descastados” (Teoría de las islas) “Me propuse crear un gran poema. / Pero en vez de escribir llamé a mi hermano / y estuvimos hablando de la infancia /…/ y ahora estoy aquí, / delante del papel, extenuado / por tanta poesía y sin haber / escrito todavía un solo verso” (Gajes del oficio). Más tarde, en Pacto de amor, apuesta por el remedio: “La solución es simple: / olvidémonos siempre del ayer; / convirtamos el hoy en un refugio; / jurémonos amor hasta mañana”.
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