jueves, 14 de junio de 2018

Reseña de “De viva voz. Antología del Grupo Poético Los Bardos”. Ediciones de la Torre. Edición de Marina Casado.



“Si quieres que cumpla su objetivo
imagina que lo escribe
tu mejor poeta”
La poesía, Andrés Paris
Nos encontramos aquí con una interesantísima propuesta que nos acerca y resume la actividad poética de una selección de jóvenes escritores. Doce poetas que se están consolidando como grupo poético. Como podemos apreciar en el prólogo, que hace las veces de estudio introductorio, de Marina Casado, son, como se decía en un famoso eslogan de los 90, jóvenes suficientemente preparados, fogueados no sólo académicamente, sino en múltiples eventos, certámenes y publicaciones. Una de las cuestiones más interesantes de esta antología, más allá de la valía individual de cada propuesta, es su carácter de grupo, de la necesidad física de sentirse juntos. Podríamos decir que esta es una antología casi fundacional en la que cada gesto, cada movimiento de la historia de este grupo es tratada como relevante para conformar la personalidad y la identidad de Los Bardos. No sólo por compartir una serie de influencias y confluir en una serie de eventos, Los Bardos ponen de manifiesto la necesidad proxémica, la necesidad del estar-juntos, de experimentar como pequeña comunidad, no en el sentido de escuela, o incluso de generación literaria, es una ligación flexible, fluida, aprovechando los momentos de tertulia virtual y física, la necesidad de crear juntos, de viajar juntos. Una especie de neotribu. son los “lugares y proyectos comunes” a los que se refiere Marina Casado en el prólogo: el Café Gadir, desgraciadamente cerrado en la actualidad, fue el catalizador, junto a la personalidad  de Paco Ramos. Otros acontecimientos, como presentaciones de libros, homenajes, certámenes, dentro y fuera de Madrid (como el festival Versalados), o la revista Aprender a Pensar (Ediciones de la Torre) ayudan a esta convivencia.
            El volumen, como advierte Marina Casado en el prólogo, es la presentación en sociedad de un grupo poético emergente “como ente unitario y a la vez portador de múltiples y diversas propuestas individuales” (p. 11).
“Los Bardos somos un grupo poético madrileño formado por doce personas, la mayoría nacidas en Madrid –a excepción de un gaditano y una toledana–, provenientes de los ámbitos de las humanidades y el periodismo –y el de la bioquímica, en un único caso–-“ (p. 11)
            Aunque en el momento de salir la antología, sus miembros están entre los 22 y 32 años, prefieren evitar el término “poesía joven”, ni por afinidad de temas, ni por la edad (¿cuándo deja uno de ser joven?). Su nombre, además del significado, que tiene que ver con elevar la voz, proviene del acto que sirvió como fundación, un homenaje a la colección El Bardo, de los Libros de la Frontera, de 2015. Un recorrido ciertamente corto pero intenso para esta docena de poetas.
            Marina Casado propone una serie de criterios para describir la personalidad poética de los integrantes del grupo. Por ejemplo, el criterio de la realidad como frontera, traspasada (Eric Sanabria, Débora Alcaide, Marina Casado…) o no traspasada (María Agra-Fagúndez, Rebeca Garrido). Unos componentes están más cercanos a la poesía de la experiencia, otros toman actitudes más intelectuales. El segundo criterio tiene que ver con la presencia del propio poeta, el intimismo en sus diversas graduaciones. Después considera el uso más o menos elaborado del lenguaje, que abraca desde una mayor o menor sobriedad a gustos más por las metáforas o el barroquismo, la inclusión de términos en otros idiomas… En general se consideran tradicionales frente a lo que denominan “poesía superventas”, que hace gala de enorme número de seguidores. Ellos se ven respetuosos con la tradición, y hacen gala de ser grandes lectores y amantes del cine y la música. La voluntad de ser tradicionales no les hace volverse a los metros clásicos, como en la posguerra, sino alejarse del efectismo de estos poetas masivos que se contentan en un tweet o en un meme, con un romanticismo ñoño y una metáfora que pretende ser truco de prestidigitación. Los Bardos cuidan el metro, no son aficionados a las estrofas rimadas, y demuestran una gran capacidad expresiva en sus composiciones.
            La antología se presenta siguiendo un orden estrictamente alfabético, María Agra-Fagúndez, que ya cuenta con obra publicada de cierta entidad se encuentra cerca de la influencia de Luis García Montero y la poesía de la experiencia: “Y a mi nombre le pertenece tu voz / cuando pronuncias la magia / de crearme” (Génesis). Como muchos otros integrantes del grupo es la tristeza uno de los modos predominantes: “Voy a vomitar Ojalá. Solo es la carcoma de la soledad /…/ No me pidas que no duela” (Reincidente). Débora Alcaide comparte precisamente esa tristeza. Se ayuda de la mitología clásica y de las vanguardias –el propio título de uno de sus libros, Auricida, es de Huidobro–, para expresar un mundo íntimo que también se vuelca hacia el exterior, recordando un poco a la poesía de León Felipe: Un futuro prometedor, Patria
            La trayectoria de Marina Casado es ya sólida, con dos poemarios, dos ensayos (sobre las letras del rock y sobre Rafael Alberti) y ha coordinado dos antologías. Jim Morrison y la mitología de la Bella Durmiente marcaron su primera entrega, Alberti, Verlaine o Gimferrer, el segundo ambientado en lo marino. Se maneja bien en los poemas-río largos, con abundantes referencias cinematográficas, musicales y poéticas: “Escuchaba una música con alas de tormenta” (Antes), “No me arranques, amor, la confianza, en el amanecer” (La Fundación). Rebeca Garrido, aún inédita, comparte la influencia de Luis García Montero y Felipe Benítez Reyes (“Tras cada palabra te hallo más distante””, apoyándose en los topoi clásicos, como el tempus fugit “Resume en ti la vida su fulgor” ahondando la expresividad a través de la sencillez. 
            Alberto Guerra tiene varias obras publicadas y demuestra, al menos en esta antología la influencia de Salinas y de Manrique, de Felipe Benítez Reyes  (Quizás) y Luis García Montero: “Es mi elección quererte / aunque ya no me quieras” (Irrevocable); “Pintaste toda mi vida / y ahora tu ausencia destiñe” (Dónde habita la pasión y a dónde escapa). Pero, a diferencia de sus compañeros, aprovecha cierta provocación en sus versos: “tengo fama de golfo y proxeneta”. Alberto Guirao es más surrealista, como ha demostrado en su variada obra. Gusta, por ejemplo, del versículo y las imágenes más allá de la razón: El árbol solo es el niño en llamas, “practicando patinaje dactilar sin apenas córneas” (E-106)…
            A Conchy Gutiérez Blesa es fácil asociarla al ultraísmo por su utilización de las posibilidades tipográficas, y con el surrealismo por sus imágenes: “La calidez del aliento se exhala en el agua / y divide en / ROBUSTEZ / y GRACIA / (dos varones)” (La descendencia de Géminis). La sonoridad de sus versos, su cultismo, la ruptura de ritmos la conecta con el  modernismo: “Esencia de animal / instinto de lo etéreo / símbolo de la poesía” (Cisne de barro). J.L. Arnáiz,  comparte, como estamos observando más que el gusto por el hermetismo, las posibilidades hacia lo sensitivo del surrealismo: “El mar es blando a oscuras”, “De ti recuerdo / un sol en tu boca / y la luna sobre tu frente”.
            Andrés París fue un poeta temprano que publicó con 15 años su primer libro. Su poesía se vuelca más hacia lo íntimo, más romántico, aunque sus procedimientos, como los poetas anteriores, se basen en la imagen y la metáfora: “Podemos hablar / de que hable la noche / su lengua saudade” (Siempre noche). Francisco Raposo ofrece una personalidad marcada, tiene querencia por el poema breve y la lírica, cada palabra está seleccionada con exquisito cuidado, aprovechando las conexiones poéticas y sensitivas de cada connotación: “En Madrid el aire es otro, / se me agrietan los labios / y una parada de metro me sale del vientre” (Otros vientos), “De mi pasto será el olvido” (Sevilla), “Congelemos rostros para que nos / acompañen después de la muerte” (Luz).
            Eric Sanabria es quizás el poeta más barroco de la serie, con una voluntad críptica más explícita, alternando diferentes idiomas y terminologías muy específicas provenientes de universos semánticos muy alejados entre sí: “Sobreexictación de gónadas inmaduras / por asimilación del Zeitgeist literario” (No hay akashas personales). Andrea Toribio aprovecha el flujo de conciencia como elemento expresivo, que la alinea con el sector más surrealista de Los Bardos, los que traspasan la frontera de la realidad, que decía Marina Casado en su prólogo: “Me he sentado con mi dolor / y nos hemos puesto a hablar” , “la escritura es escritura todo el rato, por eso las manos están llenas de vías”, “escribo tener un trabajo, como quien saliva”…
Al ser un grupo joven y pese a la dilatada trayectoria de la que pueden presumir algunos miembros, es lógico, y de agradecer, la selección de inéditos que, a su vez, anuncian los diversos rumbos que pueden llegar a tomar estos poetas. Es una antología más de promesa, incluso de especulación, más que de reflejo. Importan más por lo que se intuye que por los logros realizados, necesariamente cortos por la edad. Son conscientes de ello y no pretenden venderse como jóvenes promesas, muestran la realidad de unas composiciones poéticas en las que ya observamos una valía que, confiemos, se vaya asentando en el futuro. Tres años han dado para una gran cosecha.

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