jueves, 21 de junio de 2018

Sympathy for the devil. Reseña de José Luis Piquero: ‘Tienes que irte”. Isla de Siltolá, 2017


Desde su inicial Las ruinas (1989), José Luis Piquero ha desarrollado una poesía de personalidad propia. Un poeta sin prisa a pesar de la urgencia con que nos golpean sus versos. Ahora nos vuelve a sacudir después de ocho años en los que hemos tenido que contentarnos con su Cincuenta poemas, Antología personal (Isla de Siltolá, 2014), donde adelantaba ya algunos de estos poemas. Personalmente me siento muy orgulloso de haber compartido las páginas de la revista Voladas con Ellos y Respuesta de Lázaro, precisamente el poema con el que se inicia el volumen. A pesar de estar dividido en varias secciones, puede entenderse como un todo orgánico en el que, como el propio autor advierte, muchos de los poemas podrían haber cambiado de lugar entre las páginas. La organización, por supuesto, otorga una corporeidad al conjunto de poemas y conduce a través de los matices a esta reflexión sobre la muerte y el enfrentamiento con Dios.
Sigue haciendo gala de un talento excepcional para el ritmo, una meticulosa armonización del ritmo interno desafiando, en apariencia, la métrica convencional. Así suena normal un lenguaje muy coloquial y narrativo, pero tremendamente poético. Aparecen por sus páginas el desengaño y la aceptación, la ironía y el sarcasmo, “hiriente lucidez” dice José Luis García Martín, una dosis de rabia, de miedo, de enfrentamiento, de echar en cara a Dios, quizás el destinatario de este “Tienes que irte”. La pregunta, nos dice el autor en las palabras finales, es “¿irse de dónde? Y sobre todo: ¿irse a dónde?”. De todas formas el imaginario bíblico proporciona personajes /máscaras y escenarios especialmente significativos para situar los discursos. Dios, entre ellos, es uno de los grandes protagonistas. El juego que nos plantea Piquero es entrar a dialogar con Dios. Dios y uno mismo. Dios no es la naturaleza, no es el destino, no es lo inevitable ni la rabia. Dios es nuestro reverso tenebroso, el que recoge nuestras debilidades y miedos, el que descarga las culpas y no asume sus descuidos. Piquero dialoga consigo mismo desdoblándose. Blasfema y el objeto de su blasfemia no es sino su propia conciencia (cualquiera que sea el personaje en el que se encarne). Dios es bueno porque, a través de la maldad y el sufrimiento que nos envía, nos hace buenos. Somos dioses porque nos mandamos a nosotros mismos esas maldades, los venenos, las quemaduras: “Sí, yo soy ese asombro de tus días peores, / la cicatriz, el ardiente veneno” (La visita).
El tono de ajuste de cuentas, de venganza si se quiere, se advierte en la Respuesta a Lázaro o en la Carta del Cíclope. Es una lúcida reflexión sobre la certidumbre de un presente duro y de la incertidumbre hacia un futuro que probablemente sea aún más duro. El existencialismo de Piquero huye de la impostura como huye del malditismo, y conoce a los que aspiran a huir a un Neverland tenebroso, los que protagonizan la última parte, Nolugar: “soñaba con que un día me dejaran quedarme / con ellos para siempre” (El olvidado). La crudeza es la real investigación sobre la existencia humana: “Por fin lo he comprendido, mi presencia te alivia. / Ya no me verás más” (Despedida del fantasma). Piquero es poco complaciente, ni para sí ni para el otro: “No quiero ser tu héroe” (Tema del héroe).
                En su investigación sobre el desamparo, la muerte se presenta como el momento de la recapitulación y el juicio, para el yo poético como para los personajes que rondan estas páginas. Especialmente sentido el homenaje al poeta y amigo Rafael Suárez Plácido. Quedan los fantasmas, las pérdidas, los amigos que ya no están. y la rabia. La rabia por seguir vivos. “Apunta los recuerdos, por favor. Demasiados / para recordarlos todos. Ve tachando. / Esos no. Deja un poco de calor para las noches malas” (Merma).
No se acomoda en la complacencia del derrotista (“Ya lo sé: damos risa”, Dummy; “anhelaba un fracaso, yo, la Peste”, Insectos) y su rabia es serena y sabia, que no nihilista y ciega. Piquero comparte su yo poético y su yo pensante/opinador /comprometido una barrera de sentido que lo aparta de las convenciones, las respuestas pre-concebidas, los clichés ideológicos. Hace la guerra santa por su cuenta.
“Y luego está el asunto de la literatura.
También es un motivo
para vivir, no sé si suficiente” (Vacío de Rafael Suárez Placido)
                La estrategia poética que plantea José Luis Piquero, el “atavismo de mi poética”, tiene mucho de teatro, por cuanto recoge un personaje y lo sitúa en un escenario para hacerlo hablar: “el uso de máscaras y escenarios preconcebidos, aunque tal vez el lector acabe por sospechar que en ningún momento estoy hablando de Elvis, del Cíclope, la mujer tiburón, el Ave Fénix y su señora o del Diablo, sino de personas que conozco, y el lector también, en carne y hueso y en espíritu”. Es una poesía de ficción  en el sentido de narratividad –lo que no es mentira ni verdad, sino ambas y todo lo contrario–, para contar una verdad: “Lo único cierto en mí es que soy mentira” (Bruto). Huyendo del patetismo, sus protagonistas, Elvis, Lázaro, el Cíclope, son sujetos transhistóricos. Sus sujetos protagonistas trascienden su historicidad (entendida tanto en el tiempo como en el relato), y los interpelamos como contemporáneos, sin recurrir al recurso del burdo anacronismo. En parte de ellos se podría intuir algún elemento autobiográfico, pero, como en la Poesía, leemos a otros para leernos a nosotros mismos.
“Alguien está viviendo en mi lugar
….
Y yo me quedo aquí con lo que soy,
como si todos esos libros
fueran a devolverme lo que fui,
una especie de magia” (Noli me tangere)

               

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