lunes, 16 de julio de 2018

Géneros


Las diferentes propuestas de la ministra Carmen Calvo están causando el revuelo acostumbrado cuando se tocan los aspectos machistas del lenguaje. Y no importa recurrir al sarcasmo, al chiste fácil o al insulto más grosero, todo vale para atacar este tipo de iniciativas. Que el idioma cambia es algo que no debemos olvidar, aunque quizás muchos tienen miedo de que les cambie su manera de hablar o de escribir.
                Una de las expresiones que más me está gustando es la de alertar del peligro de la ingeniería social que no hace sino traer desgracias y tiranía. Recurren a San George Orwell y su Neolengua. Muy interesadamente ingenuos son los que recurren a este lenguaje tendencioso. Cualquier tipo de medida política que afecte a la población –es decir, salvo los reglamentos internos, todas– pueden ser calificados de ingeniería social. Desde el carnet por puntos a las campañas de concienciación sobre el uso del preservativo, el alcohol o la dieta sana. Digo interesadamente porque pretenden unir algo que a todos nos atemoriza con algo que sólo les incomoda a ellos. Ingenuos porque ninguna de esas medidas consigue resultados inmediatos de un cambio radical de la sociedad.
                Estos apocalípticos están asustados porque se va a acabar el idioma, dicen. Va a ser imposible hablar, se lamentan. El fin del lenguaje, por lo visto, tiene que ver con hablar con precisión, intentando evitar ambigüedades y tics machistas. En estos casos me gusta acordarme de las conversaciones sobre impuestos entre asesores financieros, o, simplemente, en una consulta de médico. Ahí sí que tenemos cuidado en no hablar como lo hacemos corrientemente. Y no solo para no parecer incultos, principalmente porque creemos que es importante que nuestro mensaje se entienda clarito. Por eso yo no digo que tengo “fatiga”, sino “náuseas”, porque es corriente en el habla de mi zona la primera expresión como sinónimo de la segunda, pero no quiero que piense que estoy muy cansado y esa es la causa de mi dolencia. Los profesionales sanitarios pueden llegar a ser incomprensibles para el profano cuando utilizan la jerga específica de las enfermedades y los síntomas. Y se comunican entre sí. El resto de los mortales somos capaces de movernos en un punto de encuentro entre los dos niveles del habla y no se acaba con el lenguaje.
                Algunos se pasan de graciosos, como el antiguo cómico Felisuco, ridiculizando el lenguaje inclusivo reescribiendo La Regenta. Igual resultado conseguiríamos cambiando el Quijote en argot informático. No es de recibo. El lenguaje inclusivo no se reduce a la duplicación del masculino y el femenino, es el cuidado al elegir palabras que puedan incluir, de ahí el nombre, a todos los géneros. Por ejemplo, utilizar la expresión “ser humano” en lugar de decir “hombre”, cuando queremos referirnos a los varones y las mujeres. No voy a insistir en estas cuestiones porque me repito mucho, pero todavía recuerdo las reticencias de los tradicionales a que se le llamara “matrimonio” a la unión de dos hombres o dos mujeres, porque literalmente decía la ley que era la unión de un hombre y una mujer.
                Repasar las leyes, y en especial la Constitución, para que nos vayamos acostumbrando a este tipo de cuidado no debería inquietarnos, al contario. No conozco a nadie que haya redactado una instancia y no haya procurado ser claro y no dejar hueco a la indefinición y las ambigüedades. ¿Por qué no tener el mismo esmero en la legislación y las proclamas oficiales? ¿No decimos para presentar, señoras y señores? Y, sin embargo, en nuestra casa somos capaces de decir “dame el cacharro ese que está detrás de eso”. Es cuestión de niveles del lenguaje.
                Luego se acompaña con la campaña sobre el consentimiento en las relaciones. De acuerdo que es algo muy delicado, pero no mucho más que cuando prestamos algo a alguien. Depende de quién nos fiemos, a veces, les hacemos firmar ante notario que vamos a devolver todo el dinero. Podemos ironizar todo lo que queramos, sin embargo, no podemos obviar los abusos que cometen muchos hombres con las mujeres, considerando que, si no hay inconveniente grave, todo el campo es orégano.
                Los hay muy simpáticos que recuerdan que el consentimiento mutuo por escrito es lo que se llama matrimonio. Esta bromita, para mí, no tiene nada de gracia. Firmar un acta matrimonial no implica que se tengan relaciones sexuales siempre que el señor diga. Y esto es lo que han creído muchos durante demasiado tiempo. El débito conyugal ha sido la excusa para auténticas violaciones dentro del matrimonio. Y eso no es ninguna broma.
                Me da la impresión que todos estos indignados por el uso no sexista del lenguaje y por los intentos de reducir el número de violaciones y dejar claro a los jueces cuándo es y cuando no es consentida una relación no son conscientes del peligro. Y no lo son porque, me da la impresión, piensan que la mujer no tiene voluntad de mantener relaciones sexuales, que es el hombre quien debe tomar la iniciativa y que, por norma general, la mujer va a estar cohibida, recatada, sin ganas, hasta que ente en faena.
                Lo triste del asunto es que se le ha dado tanto la vuelta al lenguaje que ahora parece que decir las barbaridades que sólo refuerzan los estereotipos, son la manera de decir las verdades del barquero. Lo políticamente incorrecto se ha convertido en lo auténtico, lo que todos pensamos porque es verdad. Y no lo es. Todo lo contrario, es la manera zafia de perpetuar los prejuicios sociales. Y afectan a los emigrantes, a las minorías, a las mujeres y a los hombres. Y tenemos a Pérez Reverte convertido en mártir de la causa, amenazando con irse de la Real Academia si se cumple con el mandato ministerial. (Yo, por mi parte, siempre me había preguntado qué hacía en la institución alguien como este periodista, así que, lo mismo es buena noticia.)
Supongo que estas iniciativas legales no solucionarán por completo el problema del machismo, ni del patriarcado que tanto daño nos está haciendo a hombres y mujeres. Hay muchas maneras de serlo, por eso distinguimos entre sexo (genético) y género (social), porque uno no determina el otro. Y la dialéctica entre los géneros va transformando la sociedad. No hay nada más que ver las antiguas películas de Pajares/Esteso o los anuncios de los años 50 para que todos veamos que las cosas han cambiado. Y lo que queda.

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