domingo, 8 de julio de 2018

Televisión de verano

El comienzo del verano se acompaña con la finalización de los programas de televisión, llega el momento de la diversión intrascendente. Y eso que la televisión no es tampoco para tirar cohetes. En estos casos es cuando uno es consciente de la mentalidad de los programadores, de esos que deciden las parrillas de programas. Y más que su concepción, lo que queda claro es el televidente tipo que tienen en su mente. No dejaría de tener su importancia si no pensaran que está en juego mucho más que una audiencia en un ranking.
                El bochornoso espectáculo al que nos tiene acostumbrados las televisiones públicas parece no tener fin. Una programación volcada en lo cutre, en una audiencia muy mayor a la que no suponen ni derechos ni gusto alguno. Y, a pesar de eso, unas luchas cainitas para controlarlas, para decidir el color de los informativos, como si les fuera la vida en ello. Y así es, porque, según parece, controlar las televisiones públicas conduce a un público falto de razonamiento y de contraste a votar una y otra vez a los mismos.
                Es cierto que la selección de contenidos marca la senda para que los espectadores se hagan una idea sobre lo que pasa en el mundo y en España. Lo que no tengo tan claro es si somos tan absurdos para creernos todo, o si, por el contrario, dejar en evidencia las burdas manipulaciones no beneficia a los contrarios. Todo depende, también, de la madurez democrática de los televidentes.
                Nos quieren reconstruir a base de insistir en las llamadas fake news, echando balones fuera, dando la falsa sensación de que cualquier otra fuente de información que no sea la oficial –léase la televisión pública– es susceptible de estar controlada por intereses ocultos, mucho mejor si son los rusos. ¿Por qué insisten tantos en las noticias falsas si ellos mismos van manipulando tanto y de manera tan obvia? Para que desconfiemos de internet y dejemos estable el monopolio de la información.
                Lo primero que se me ocurre es que son conscientes de la segmentación de la audiencia de los informativos. Para las nuevas generaciones, lo que se dio en llamar los nativos digitales, y para las que no somos tan nuevas, la fuente de información y de entretenimiento es cada vez menos la televisión convencional. Netflix, HBO, que están disponibles para cualquier tipo de dispositivo están comiendo el pastel que parecía perdido en el pozo de las descargas ilegales. Un nuevo tipo de negocio se ha impuesto a pesar de las circunstancias aparentemente en contra. Y si el entretenimiento está fuera de la televisión, las fuentes de información no digamos. Twitter, Facebook, dependiendo de la edad, ofrecen las noticias mucho más rápidamente que los telediarios a horas establecidas. Y, lo más importante, el filtrado de relevancia lo hace la inteligencia de las multitudes. Si algo se ha convertido en viral es porque merece la pena echarle un vistazo, da igual que sean dos indios construyendo una choza con sus propias manos y un par de palos, que un meme que deja al descubierto al político de turno –del turno o de fuera del turno, depende de los gustos–.
                No nos hagamos ilusiones, no se les presta menos atención a los titulares que a las noticias del telediario. Las píldoras informativas, servidas en atractivas piezas para ser tragadas, no favorecen la digestión lenta. Los telediarios no están diseñados para facilitar el razonamiento. ¿Cuánto tiempo se tarda en ver una información sobre el presidente del gobierno? ¿De verdad nos vamos a creer que el espectador está plenamente consciente y razonador y que el usuario de las redes que ve un titular lo está menos?
                Y como conozco a muchos que están concienzudamente informados sin salir del mundo digital, conozco muchos telespectadores tradicionales que no se enteran de nada de lo que están viendo en los noticiarios. Y la prueba está en Cuarto Milenio, uno de los programas que más demuestran cómo funcionan muchas cosas, desde la mentalidad científica, a los prejuicios, a cómo transmitir un mensaje. Iker Jiménez repite y repite las informaciones para asegurarse que su audiencia va siguiendo las explicaciones de sus colaboradores. Corta, insiste, vuelve a retomar, recapitula… No hay otra, el programa dura demasiado, pero es una manera eficaz de transmisión que muchos docentes deberíamos copiar. Los noticiarios de televisión no, tratan de rentabilizar cada segundo. Y para conseguir audiencia, dan mayor time a los contenidos que saben que tienen mayor agrado: la predicción del tiempo, los deportes y los otros programas de televisión, del tipo de concursos o realities.
                EL consumo de noticias y de entretenimiento está en un cambio de ciclo, como pasó con la llegada de las videocasetes, los videoclubs y luego con las descargas digitales y los home cinema. No es que sea irreversible, pero casi. No es que sea triste, son un nuevo terreno de juego para el poder y para el contrapoder. Por eso parecen un poco ridículas las luchas por controlar los entes públicos. Y porque es ridículo ver Canal Sur, e imagino que muchas de las televisiones regionales y locales tienen el mismo universo de contenidos y el mismo imaginario de público, me da la sensación de que el verano va a ser eterno.

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