El
bochornoso espectáculo al que nos tiene acostumbrados las televisiones públicas
parece no tener fin. Una programación volcada en lo cutre, en una audiencia muy
mayor a la que no suponen ni derechos ni gusto alguno. Y, a pesar de eso, unas
luchas cainitas para controlarlas, para decidir el color de los informativos,
como si les fuera la vida en ello. Y así es, porque, según parece, controlar
las televisiones públicas conduce a un público falto de razonamiento y de
contraste a votar una y otra vez a los mismos.
Es
cierto que la selección de contenidos marca la senda para que los espectadores
se hagan una idea sobre lo que pasa en el mundo y en España. Lo que no tengo
tan claro es si somos tan absurdos para creernos todo, o si, por el contrario,
dejar en evidencia las burdas manipulaciones no beneficia a los contrarios.
Todo depende, también, de la madurez democrática de los televidentes.
Nos
quieren reconstruir a base de insistir en las llamadas fake news, echando balones fuera, dando la falsa sensación de que
cualquier otra fuente de información que no sea la oficial –léase la televisión
pública– es susceptible de estar controlada por intereses ocultos, mucho mejor
si son los rusos. ¿Por qué insisten tantos en las noticias falsas si ellos
mismos van manipulando tanto y de manera tan obvia? Para que desconfiemos de
internet y dejemos estable el monopolio de la información.
Lo
primero que se me ocurre es que son conscientes de la segmentación de la
audiencia de los informativos. Para las nuevas generaciones, lo que se dio en
llamar los nativos digitales, y para las que no somos tan nuevas, la fuente de
información y de entretenimiento es cada vez menos la televisión convencional.
Netflix, HBO, que están disponibles para cualquier tipo de dispositivo están
comiendo el pastel que parecía perdido en el pozo de las descargas ilegales. Un
nuevo tipo de negocio se ha impuesto a pesar de las circunstancias
aparentemente en contra. Y si el entretenimiento está fuera de la televisión,
las fuentes de información no digamos. Twitter, Facebook, dependiendo de la
edad, ofrecen las noticias mucho más rápidamente que los telediarios a horas
establecidas. Y, lo más importante, el filtrado de relevancia lo hace la inteligencia de las multitudes. Si algo
se ha convertido en viral es porque merece la pena echarle un vistazo, da igual
que sean dos indios construyendo una choza con sus propias manos y un par de
palos, que un meme que deja al descubierto al político de turno –del turno o de
fuera del turno, depende de los gustos–.
No
nos hagamos ilusiones, no se les presta menos atención a los titulares que a
las noticias del telediario. Las píldoras informativas, servidas en atractivas
piezas para ser tragadas, no favorecen la digestión lenta. Los telediarios no
están diseñados para facilitar el razonamiento. ¿Cuánto tiempo se tarda en ver
una información sobre el presidente del gobierno? ¿De verdad nos vamos a creer
que el espectador está plenamente consciente y razonador y que el usuario de
las redes que ve un titular lo está menos?
Y
como conozco a muchos que están concienzudamente informados sin salir del mundo
digital, conozco muchos telespectadores tradicionales que no se enteran de nada
de lo que están viendo en los noticiarios. Y la prueba está en Cuarto Milenio,
uno de los programas que más demuestran cómo funcionan muchas cosas, desde la
mentalidad científica, a los prejuicios, a cómo transmitir un mensaje. Iker
Jiménez repite y repite las informaciones para asegurarse que su audiencia va
siguiendo las explicaciones de sus colaboradores. Corta, insiste, vuelve a
retomar, recapitula… No hay otra, el programa dura demasiado, pero es una
manera eficaz de transmisión que muchos docentes deberíamos copiar. Los
noticiarios de televisión no, tratan de rentabilizar cada segundo. Y para
conseguir audiencia, dan mayor time a
los contenidos que saben que tienen mayor agrado: la predicción del tiempo, los
deportes y los otros programas de televisión, del tipo de concursos o realities.
EL
consumo de noticias y de entretenimiento está en un cambio de ciclo, como pasó
con la llegada de las videocasetes, los videoclubs y luego con las descargas
digitales y los home cinema. No es
que sea irreversible, pero casi. No es que sea triste, son un nuevo terreno de
juego para el poder y para el contrapoder. Por eso parecen un poco ridículas
las luchas por controlar los entes públicos. Y porque es ridículo ver Canal
Sur, e imagino que muchas de las televisiones regionales y locales tienen el
mismo universo de contenidos y el mismo imaginario de público, me da la
sensación de que el verano va a ser eterno.
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