lunes, 23 de julio de 2018

Sobre la economía del lenguaje


Mucho se habla en estos días sobre la economía del lenguaje. No porque haya llegado el fanatismo hacia la gramática, sino porque es una de las maneras más cobardes de evitar el lenguaje inclusivo. Me gustaría insistir que lenguaje inclusivo no es la duplicación del masculino y del femenino, es mucho más. Por ejemplo, en lugar de decir el “Hombre”, podemos decir el “ser humano”. De esta forma, aunque el sustantivo sea masculino, la expresión engloba al varón y a la mujer.
                El papel de la Real Academia de la Lengua es poco menos que vergonzoso y mucho más ridículo quienes comparten artículos en los que la RAE prohíbe el uso de la duplicación. Como ha repetido muchas veces esta vetusta institución, la Academia no puede prohibir. Se debe limitar a constatar el uso. Lo que pasa es que solo recuerda que no prohíbe cuando se trata de eliminar o modificar acepciones denigrantes en su diccionario, y deja que pensemos que prohíbe cuando desaconseja utilizar el lenguaje inclusivo. Y en estos casos suelo preguntarme si no se podrá decir ya en los actos oficiales aquello de “Señoras y señores”.
                Darío Villanueva ha vuelto a repetir el argumento de la economía del lenguaje para negarse a estudiar una modificación de la redacción de la Constitución que proponía la ministra Calvo. En realidad, las constituciones están llenas de expresiones que están lo más lejos posible de la economía del lenguaje. Y es lógico, tienen que ser muy precisos en la redacción para evitar malentendidos. Sin embargo, hay veces que se lo saltan a la torera. Por ejemplo, en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos se comienza diciendo: “Sostenemos como evidentes en sí mismas estas verdades”. Si fueran evidentes no haría falta sostenerlas ni ponerlas por escrito. Todos entendemos el porqué de este inicio que vulnera, si acaso levemente, la economía del lenguaje[1].
                El artículo 2 de nuestra Constitución es un atentado contra la economía del lenguaje: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Por ejemplo, en el neologismo “nacionalidades”, cuando ya estaban “región” o “nación”. Lo más llamativo es que para contrarrestar las expresiones referidas a la autonomía, se utilizan ocho expresiones reforzando la idea de unidad: indisoluble, unidad, española, común, indivisible, todos, integran y solidaridad. Ahora bien, en los tiempos que corren, ¿hay alguien que opine que son demasiados?
                Alguno puede pensar que eso es el idioma de la política, que tiende a ser enrevesado casi por definición. Pero no es así. Es cierto que en política se prefiere decir “hoja de ruta”, en lugar de “plan”, y se trazan “líneas rojas” en lugar de “límites”, y se usa “en orden a” sustituyendo a la escueta conjunción “para”, pero nosotros, quienes hablamos de a pie no siempre estamos con lo que pasa en la calle y nos enredamos en los acontecimientos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Para empezar, las negaciones. No nos basta con decir “no”, insistimos con un “ni hablar”, o “ni en sueños” o expresiones cada vez más barrocas, “más raras que un perro verde”. Cuando queremos decir que alguien es tonto de verdad, duplicamos, decimos que es “tonto, tonto”. Como los que sustituyen el viejo bar o el viejo restaurante por un “espacio gastronómico” o “gastrobar”. O los que se incluyen en un grupo para poder expresar una opinión y comienzan advirtiendo que “yo soy de los que piensan”, en lugar de “creo”.
                La pedantería le ha jugado malas pasadas al verbo “influir”. Bajo su manto salió el “influjo”, sustituido hace mucho por la “influencia”, que arrinconó al verbo original con “influenciar”. Y de ahí, rizando el rizo, “influenciamiento” y todas las que queramos. Hacer versiones dejó de ser “versionar” para convertirse en “versionar”, e “iniciar” se duplicó en “inicializar”.
                Aunque no siempre es la pedantería la que graduó a los aparejadores como arquitectos técnicos, a los maestros como profesores de primaria, o a los basureros como técnicos en gestión de residuos. A veces era necesario dignificar una profesión, otras veces respondía a una moda. Y otras, simplemente era designio de la estupidez humana sustituyendo los tabús por eufemismos cada vez más complicados.
                Hay que tener en cuenta la función expresiva del lenguaje, que se salta a la torera la economía del lenguaje. Y es necesario que sea así. No hay que rasgarse las vestiduras. Si la regla básica para la gramática fuera la economía, terminaríamos hablando en monosílabos y gruñidos. Y ni siquiera los guasaps adolescentes son tan elementales. Algo querremos expresar cuando calificamos a alguien de “persona humana” –y no lo estamos contraponiendo a la “persona jurídica– o cuando utilizamos los pleonasmos, esos accidentes fortuitos, las citas previas, los puños cerrados, saltamos por los aires, interrelacionados entre sí. No es que seamos tan torpes o con tanta impericia que no nos demos cuenta de la incongruencia, es que algo aportan, como las frases hechas, ese “sí o sí”. Quizás las normas de la pragmática sean más complejas, y el mandato de ser relevante sea más que escuetos.
                Seguro que los académicos y los filólogos saben mucho de esto, se han examinado o han escrito al respecto en un artículo. Sin embargo, sólo se acuerdan con vehemencia en cuestiones del feminismo y recurren al participio de presente latino para estigmatizar el femenino de los sustantivos terminados en “ente”, como “presidente”. Y olvidan las dependientas y las sirvientas.
                Confiemos que, entre todos y todas, como normalizamos las presidentas o las juezas, continuemos creando un lenguaje más acorde con las necesidades de los usuarios y las usuarias.



[1] En el artículo primero de nuestra constitución se afirma que “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho”, y comprendemos que “social” no se refiere a compuesto por personas (que lo serían todos los Estados), que “de Derecho” no implica que tenga leyes (todos lo tienen) y que “democrático” no es innecesario en una constitución porque veníamos de una dictadura.

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