miércoles, 16 de enero de 2019

Reseña de Álvaro Bellido: ‘Todo es vorágine’. Boria Ediciones. 2018. Prólogo de Charo Guarino


Resultado de imagen de ´´alvaro bellido todo es vorágineEl cordobés Álvaro Bellido lleva toda la vida inmerso en la vida cultural y tiene publicados relatos y poemas en diversas obras colectivas y revistas. Destacan dos plaquettes, Ciudades de interior (Colectivo Iletrados, Murcia, 2015) y Desordenado etcétera (El Palmar, 2017). De todas formas este es el primer poemario de quien se define más como clandestino que como poeta.

                La durísima historia sobre la que pivota Todo es vorágine se encuentra envuelta en un halo de romántica atracción por el abismo hay en este libro, no es extraño que comience con la famosa sentencia de Keats y la de José Hierro: “Llegué por el dolor a la alegría”. La estructura, de alguna forma adquiere la forma narrativa de presentación (0. Prehistoria, arqueología de lo nuestr y 1. Geografías. Los lugares que hablan de ti nunca mienten), nudo (2. Supervivientes, El atentado biológico de nuestra vida) y desenlace (3. Desordenado etcétera: las pequeñas caras son grandes y 4. Teoría de la luz: mis sombras ahora sonríen algo más).
                En los poemas de amor se consigue un ambiente muy actual y realista a través del uso de léxico no convencionalmente poético (“suministro eléctrico”), de frases hechas (“perder el tornillo”, “bala perdida”), de la ironía y los juegos de palabras (“Para darte en el clavo. // En el clavo que saca otro clavo”, La bala perdida); de localizaciones poco líricas, como el supermercado”; de referencias musicales heterogéneas (Muse, Tom Petty, Cohen).
                Sin embargo eso no resta romanticismo en los versos (“El incendio, primero. / La sed, después. / Consecuencias / de un beso mal apagado / en las comisuras de tus labios”, Consecuencias); fracasos (“Apareciste en aquel lugar inhóspito / que yo llamaba presente / después de mi última derrota. / Yo iba en caída libre y aterricé / salpicando de barro y sal de tus pasos”, Todos los precipicios); la lucha prometeica contra el destino (“Libero mis tendencias suicidas”, Los acantilados) y la salvación por el amor: “Deberías saber / que la mayor parte del tiempo / ando perdido, / que guardo celoso / la mitad de mi vida / apretada en un puño, / y que la otra mitad / discutió hace tiempo / con las líneas de mis manos” (Deberías saber); lugares inhóspitos, acantilados, precipicios, abismos, “Las habitaciones de hotel no tienen memoria, / aunque los recuerdos, a veces, / sean habitaciones de hotel / que nunca deshabitamos (del todo)”, Montecarlo, 123), y lugares exóticos  (Nueva York, Círculo Polar Ártico, que recuerda –¿cómo no?– a Julio Médem).
                               “Todas las ciudades
                                [y esta, más que ninguna]
                               se conocen deambulando,
                               acariciando su mapa,
                               sus líneas de metro o de autobús,
                               viendo pasar rostros
                               en semáforos y escaparates,
                               luces de taxis, bancos de parques,
                               grandes almacenes, prisa
                               de descansos a mediodía
                               / … /
                               [Un flâneur en la gran manzana]
                               / … /
                               conocer una ciudad
                               [y esta más que ninguna]
                               es deambular contigo” (Todas las ciudades)
                Estos primeros poemas de las dos primeras secciones describen la situación inicial de la pareja, la cotidianeidad arrebatada del amor sobre la que se desata la tragedia y se permite la amabilidad de un caligrama en (Relojes de sol). Y, de repente, aparece la sombra de la enfermedad y la muerte: “Ya para siempre existirá el pequeño decimal / que separa la vida sin conciencia de peligro / y aquella repleta de fantasmas y borrascas, / aquel instante que nos convirtió / en valientes a la fuerza, / héroes de poca monta” (La décima de segundo). A partir de aquí es donde el poemario se recrudece y realmente alcanza su máxima expresión.
                A partir de aquí es donde duele: “Un día tú también fuiste Fukusima” (Fukusima). Y lo hace de una manera muy clara, pero oblicua, con especial atención a los detalles (“Desde hoy adorna tu pecho / el tatuaje mínimo de estética necesidad clínica. / Luce con orgullo, casi escondido / en el lugar de tu cuerpo / donde guardo los sueños”, Tatuaje).  Entra en el selecto club de poemarios como El aprendizaje del miedo, de Paco Ramos Torrejón; Los estómagos, de Luna Miguel;  Los nombres del frío, de Gerardo Venteo o 37’7° de Tulia Guisado.
                “Cuando pase el tiempo y todo esto
                no sea más que un puñado de cenizas
                /… /
                nacerán nuevos cuerpos. Perderemos
                el temor entre los escombros y el humo.
                /… /
                Entonces, sólo entonces, sentiremos el orgullo
                de la victoria más dura, el intenso sabor
                del sabor superviviente de un atentado biológico” (Entonces)
                Predomina la sensación de que el mundo se derrumba y que se obliga a una nobleza para loa que no se está preparado, un heroísmo forzado en medio de las catástrofes: “El mundo se nos desprende en pavesas / y en esta noche del fin del mundo / necesito tu abrazo sereno y cómplice. / Que nada te importe ya este secreto nuestro / de miradas prófugas y rubor clandestino. / El mundo se nos desprende en pavesas y quiero recogerlas contigo [Resistence (Pompeya 2.0)]. La historia de una quimioterapia narrada a partir de un detalle para resaltar lo dramático (Tu peinado).
                El caos provocado se va resolviendo a lo largo de las últimas secciones de Todo es vorágine como una suerte de esfuerzo titánico para alcanzar la normalidad y recuperar las rutinas. “Poco puedo ofrecerte. / Acaso un futuro a contrarreloj: / un vivir tachando epígrafes / de una lista de deseos / … / Un desordenado etcétera / en el que quiero hacerte / cómplice de este caos)” (Desordenado etcétera).  Se alternan los poemas sobre la cotidianeidad y la convivencia (Acústica, Cambio de armarios) en un intento notable de glorificar lo pequeño que ha estado a punto de perderse: “Las pequeñas cosas hacen de esto algo grande /… / La colección de pequeñas cosas que forman // esta convivencia / que llamamos amor” (Las pequeñas cosas).
                Vuelven de otra forma los poemas románticos: “Yo, lunático de tu lunar, me dejo / atraer, caer, vencer” (Lunar); “Reunir todos tus lunares / y que –por fin– resulten Casiopea” (Un atardecer de esos);  “Te observo: / eres / un nenúfar en mi cama” (Nenúfares).  La narración se cierra abriendo la puerta a la esperanza, Teoría de la luz: mis sombras ahora sonríen algo más, es el título de la última parte del poemario.
                Claramente se hace patente la pareja como dos subjetividades que se complementan tras la lucha: “Saberme importante, / da igual entre las sábanas o entre semana, / por teléfono o en el poste. / Lo fantástico es eso que tú consigues: /Saberme importante” (Saberme importante); “Ser un barco de vela / y que tú seas / la deriva /… / Ser Ulises / y que tú seas mi Odisea” (Tratado marítimo) –versión alternativa de la rima XLI de Bécquer–.
                La conclusión que cierra el volumen es afortunada: “Debe ser buena señal que sigas aquí, / abrazada desde tu lado de la cama” (Buena señal).

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