All monsters are human es una de las frases estrella de la serie American Horror Story. Se puede comprobar por la venta de camisetas con su lema. Incluso podríamos decir, cuando el pesimismo nos atormente que todos los humanos somos monstruos. La tradición foucaltiana nos brindó la oportunidad de reflexionar sobre los criterios que definen la monstruosidad en sí misma. La catalogación es uno de los rasgos de la episteme moderna, esa que los tiempos están disolviendo. Sin embargo, seguimos creyendo en Dios porque no somos capaces de prescindir de la gramática. Las palabras pocas veces son inocentes, poco importan los colores mientras que se controle quién dibuja los mapas –mentales–.
La consideración de brutalidad para algunos crímenes puede deslizar los significados de estos delitos. ¿Qué significa que una violación es una aberración? Si optamos por considerar que el acto en sí es lo monstruoso pondremos el acento en el acto, sin catalogar a la persona per se. En cambio, cuando calificamos de monstruo a la persona lo introducimos en un cubículo especial. A medio camino entre la persona y la bestia. Sin mucho control ni conciencia sobre sus actos. Alguien tan perversamente enfermo que no puede convivir en sociedad sin ponerla en peligro.
Este es un debate muy fino en el que los juristas y los peritos se manejan con soltura. Conseguir, en según qué casos, la calificación de enfermedad mental puede suponer un cambio en la sentencia y la condena, entre la cárcel y el psiquiátrico. Por eso es fundamental establecer con rigor un límite.
En un segundo paso podemos entrar a discutir si se trata de un estado transitorio o estable, lo que serviría para que muchos, especialmente con recursos para peritos privados y bufetes de abogados de prestigio, pudieran librarse de una condena severa. La monstruosidad quedaría relegada a la condición atávica de los más pobres, de los que viven en condiciones más humillantes, menos humanas.
A estos se les recluirá el mayor tiempo posible. Y, como se ha demostrado en otros países, cuando no sea posible su reinserción. No es posible, por su propia naturaleza. Entonces se comenzará una escalada de crueldad porque han sido privados de la cualidad humana. No es un trato inhumano, porque son individuos subhumanos. Cualquier castigo será pequeño para su crimen.
Entonces algunos recordarán que no todos los crímenes brutales están realizados por psicópatas que no tienen uso de razón. Los mayores atentados contra la humanidad han sido llevados a cabo por aliento de una idea, de un sueño, de una venganza si acaso. Es lo que hemos querido denominar terrorismo en cualquiera de sus variantes. ¿Diremos entonces que son psicópatas o pondremos el acento en la maldad intrínseca de la idea? Tendremos que concluir que no sólo es juzgable el crimen en sí, también juzgamos las motivaciones, los autores y quiénes son las víctimas.
Saldrán a la luz entonces las contradicciones ideológicas, los sesgos etnocéntricos. Si un alemán de pura cepa atropella a una decena de transeúntes, principalmente emigrantes y refugiados, hablaremos de alguien que ha perdido la razón, un demente, aunque se declare cristiano. En cambio, si un loco grita algo en árabe, inmediatamente será un terrorista al grito de Alá es grande. Un wasp en Norteamérica dispara a la multitud es un loco, pero si profesa la fe de Mahoma, será un islamista.
Calificar al asesino como bestia inhumana importa también por lo que oculta. La denominación silencia cualquier otra circunstancia que ayude a explicar por qué y contra qué se ha asesinado. Los asesinos engrosarían una categoría especial de seres inhumanos independientemente de su manera de pensar o de sus motivaciones. Da miedo porque quizás esas maneras de pensar o esas motivaciones son compartidas por muchos que no son monstruos ni criminales. Asesinar a mujeres es un acto de odio, de misoginia, pero comparte con el machismo un desprecio hacia uno de los géneros, una consideración de la mujer como “asesinable” si no se pliega a los deseos (sexuales, celos, venganza…). Por supuesto que asesinos hay de toda clase y condición, pero nos cuesta trabajo admitir que podamos compartir con ellos un mismo odio, o un mismo desprecio.
Si el asesino de Laura Luelmo es un animal despiadado nos asusta, y a la vez reconforta saber que no es como nosotros. El asesino de Diana Quer, el de Mari Luz Cortés, el de Ruth y José Bretón, el o los asesinos de Marta del Castillo, la asesina de Gabriel Cruz comparten un carácter de monstruo, de psicópata sin sentimientos que merece todo nuestro desprecio. Asustaría pensar que podamos tener algo en común con ellos.
El régimen nazi no estuvo basado en una legión de psicópatas, estaba basado en millones de personas normales que compartían con estos psicópatas el odio a los judíos, a los homosexuales, a los gitanos, a los comunistas… De una forma más activa o más pasiva fueron cómplices, toleraron la propagación de esas ideas, justificaron que se separara en guetos y campos a los judíos.
¿Hasta qué punto es adecuada la comparación? ¿Es posible encontrar un paralelismo entre la sociedad que apoyaba a los asesinos nazis con una sociedad que niega que una parte de esos crímenes atroces tiene un objetivo concreto? Seguramente en la Alemania de los años 40 habría otros asesinos que actuarían por dinero, por venganza, por locura transitoria, ¿quiere eso decir que los asesinos son asesinos al margen de su ideología? Que una mujer pueda asesinar de manera despiadada a un niño pequeño no es una razón para negar una gran cantidad de crímenes cometidos por hombres contra las mujeres.
Crímenes que algunos se niegan a considerar dentro de una categoría porque prefieren pensar en la monstruosidad individual antes que ser conscientes de compartir algo más que el cromosoma XY con los asesinos, antes de ser conscientes de compartir las mismas ideas sobre las mujeres.
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