viernes, 18 de octubre de 2019

Reseña de Ana Carolina Quiñónez Salpietro: ‘Cuentos tristes que esperan las chicas antes de salir a bailar / Vacaciones de invierno”. Ediciones Liliputienses. 2018


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Nacida en Lima en 1988, Ana Carolina Quiñónez Salpietro es una artista audiovisual. Su tesis doctoral versó sobre los ritos de paso en el cine de Sofia Coppola, preocupación y devoción que se mostrará en este volumen. Actualmente vive en Barcelona. 2010 publicó la primera parte, Cuentos tristes que esperan las chicas antes de salir a bailar, y en 2012, Vacaciones de invierno. Tiene una columna mensual de cine
                La primera parte de los Cuentos se titula Desastres naturales y consiste en poemas cortos en los que insiste en esos temas que Sofía Coppola incluía en las Vírgenes suicidas: “Un disparo marca la diferencia / entre un chico atormentado y un héroe adolescente // A los quince tener un novio suicida / ser, por cuerpos de distancia, / una de mis mejores historias”. Las contradicciones y la tensa incertidumbre de la adolescencia, entendida como un periodo largo de adaptación muestran sus dientes en cada uno de los poemas. “Al final del túnel / te espero” escribe con mortecina advertencia. Un periodo vital en el que nunca se tiene claro si hay que esperar acontecimientos o iniciarlos, “Si estaba inmóvil / era solo porque esperaba / que me sacaras a bailar”.
Para Mudanzas, segunda parte, aprovecha la analogía para avanzar un poco más en el periplo vital de la madurez, radicada, entre otros aconteceres, en la pareja como experiencia vital total: “De cerca / pareces una mudanza / en la que se pierden cajas / y te resignas”. La conciencia trágica de los caminos sin salidas (“Nuestra cama / es solo una trampa. / Nunca fue una salida”) y los sufrimientos inherentes a la convivencia (“El monstruo debajo de tu cama / es lo único que alcanzaremos recordar / cuando la noche termine / y sigamos hablando dormidos”). Esta sección es la sucesión de historias de desencuentros.
El Chico de los audífonos se convierte en el eje argumental del siguiente capítulo: “Al chico de los audífonos / le leían cuentos de callejones sin salida / a la hora de acostarlo”. Una nueva historia que recomienza la mudanza y el paso: “Las armas que utilizamos en nuestros sueños / van a quitarle el equilibrio / cuando despierte”.
“Nunca seremos mejor
que dos extraños que se conocen por accidente”
No se abandonan todavía los vestigios de la inmadurez (“Tú siempre vas a ser la cría. / Y yo el macho / Y la hembra. / Todo junto”), pero ya se atisban novedades existenciales, la conciencia de que el tiempo de la inocencia ha pasado y que ahora hay nuevos retos: “A los ocho sólo existían / dos forma heroicas de morir: // bajo la ley del juego del ahorcado / o la brutalidad del matagente. // Una década después / las opciones continúan siendo las mismas”. En resumen, muy cercana a la atmósfera de Las vírgenes suicidas.
                Vacaciones de invierno se inicia con una cita de Sandor Marai, que juega directamente con mi complicidad.  También hay complicidad en las referencias a la cultura pop, como la Marca Acme. En la primera parte Lecciones de nado, hay una nueva vuelta de tuerca a las primeras veces: “Te besaba sin enjuagarme los dientes / me tocabas sin lavarte las manos / de coleccionista de insectos / disecados” (La primera vez y otros eventos). Incluso recupera versos de su libro anterior: “Tu constancia / no nos llevará a ninguna parte // Gira alrededor de su propio eje // Como los perros / que persiguen su cola en los dibujos animados” (Marca Acme); “Dentro de un animal / no sobra espacio” (Prótesis). Es el letimotiv del tiempo fugaz de la infancia que se pierde, el de las primeras veces y las experiencias sublimes: “En la orilla / tiembla tu cuerpo / como un pez que se despide” (Lecciones de nado).
Otros lugares explora las analogías animales como lobos, conejos, topos,  insectos: “La incertidumbre / es una criatura / con alas / frente a un abismo / que se estira”. Y, coincidiendo con Emily Dickinson, El viento que sale de la pajarera es otra manera de decir que “La esperanza es una cosa con alas”.  La sección que da título al volumen, Vacaciones de invierno, traspasa de nuevo los umbrales de un mundo que se antoja hostil pero necesario, como el invierno: “Afuera / la neblina te confunde // no sé si vas o regresas” (La canción del deshielo)
 “El niño
conoce de memoria
la entrada a un invernadero
ahí se refugia
del ruido de su padre
y se pasea
como un caballo

no busca ser invisible
pero tampoco espera
que lo reciban
con las puertas abiertas” (La piel del caballo)
El poder de las imágenes que sugiere Ana Carolina Quiñónez es más poderosa que la música de las palabras: “Se extinguirán / los animales de origami // sin poder despedirse // sin dejar dirección” (Aves migratorias).
El libro termina con un lamento familiar, una especie de elegía hacia sus padres, con un vívido recuerdo y un homenaje sentido:“Aún veo / el asiento vacío / reservado para mi padre / en la montaña rusa /…/ Tampoco me resigno a salir / de la casa de espejos        y / frente al reflejo alargado / o al contraído / insistí en dejar un espacio / para él” (Paseos familiares).
Será, para finalizar, la imagen de la madre quien aporte la valentía necesaria para enfrentarse a la vida, una especie de premonición de lo que podemos necesitar en el futuro. Ese poema, de intensísima emoción la recuerda:
“Apareció como una
familia destrozada

Mi madre
no experimentó antojos
durante el embarazo
solo pensaba en los reclamos
que le hacían sus hijos
cuando les diese la noticia” (Ningún temporal puede alcanzarte, madre)

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