Echábamos de menos otra ración de
haikus y aforismos del maestro José Luis Morante. Este incluye los escritos
entre 2014 y 2018 y llega con prólogo de Susana Benet, quien bien señala que el
haiku, y estos en especial, más que mostrar, dejan intuir, “insinuar sin llegar
a decirlo todo”. Quizás no todos sean los haikus ortodoxos clásicos, los
llamados estacionales y tienen como referencia el magisterio incontestable de
Bashô –que los hay en buen número–, pero sí que respetan escrupulosamente el
espíritu y la métrica. La naturaleza cambiante y estática: “Guardan mis ojos /
un exilio de nubes. / El viento empuja” (Vuelo).
El
haiku es el arte de la mirada, una mirada que se recrea, más acá de lo
simbólico, pero que deja intuir todo el universo detrás. “Haikus y aforismos
fueron amaneciendo juntos (…). Ambas estrategias expresivas se empeñan en no
abrir más ventanas que la sugerencia y cierran los ojos frente a lo explícito”,
nos confirma su autor en una nota. Filosofía del haiku siempre ha impregnado la
poética de José Luis Morante independientemente de su forma escrita: “Mientras
te miro / la tarde no me nombra; / borra mi ser” (Observador).
José
Luis Morante se ayuda del título, una simple palabra, un concepto, para añadir
elementos a la simplicidad del haiku, pueden servir como introducción o como
contrapunto, meramente descriptivas o abrir un espacio de interpretación
inesperado y profundamente poético. Encontramos
bosques, casas, sensaciones, trenes, el paso del tiempo, el autoanálisis. El paisaje,
como no podía ser de otra forma, es uno de los protagonistas de la mirada
poética del instante: “Único y firme / el espolón de Gredos. / Granito gris” (Sierra de Gredos); “Descolorido, / el
trigo necesita / más amapolas” (Estío).
La contemplación de la naturaleza siempre ha ocupado un lugar importante en el
quehacer diario del poeta: “Tacto de brisa. / Recobra su temblor, / la
enredadera” (Levedad). Como las horas del día y el paso de las
estaciones: “Nadie reclama / la vuelta del verano / si pongo lumbre” (Ascuas); “Tras el incendio / esqueletos
tiznados, / silencio, noche” (Desolación).
La intimidad
sugerida atraviesa las reflexiones de los haikus con poderosa fuerza. En
ocasiones es la intimidad consigo mismo, “Es mi secreto / un secreto sin voz: /
ningún secreto” (Enigma): “Acera
gris. / Prosigo solitario / con mis carencias” (Diario). Con uno mismo, “A papel viejo / huele toda mi casa. / Y yo
también” (El lector); “En el poema / las vitrinas del yo / guardan memoria” (Intimismo); “Saltar con pértiga, /
listón de vanidoso. / Busca medalla” (Autoestima).
O la intimidad del amor y la pareja: “Bebí en el sueño / –qué sed al despertar–
/ zumo de ti” (Amanecida).
Emparentado
con el aforismo poético, de vez en cuando sugiere metáforas tremendamente visuales:
“Una paloma / sube la chimenea / se bebe el humo” (Sed), o echa mano de la ironía, “Qué perezosas / las huellas en el
barro; / siguen ahí” (Pisadas). Estos
conceptos visuales tienen quizás más que ver con la imaginación de Borges que
con el ingenio desatado de Gómez de la Serna: “El cristal guarda / la resaca
feliz / de quien no bebe” (Carmín); “Los
espejismos / reparan lo real; / corrigen sueños” (Visiones); “En el espejo, / con sutil acritud, / reproches mutuos”
(El yo y el otro)
Después, el
volumen se completa con una serie de aforismos, “Anotaciones” sobre el haiku y
todo el universo que se condensa en las 5-7-5: “Quien siente una arbitraria
mutilación del paisaje cuando cierra los ojos, no mira dentro”. Para esta
estrofa, “La sobriedad del esquema verbal contrasta con su riqueza perspectiva
y su capacidad creadora de geografías imaginarias”. Después de la mirada, la
escritura, delimitada de forma tan estricta, tiene una misión clara, “El texto
expande experiencia estética. Aposa una contemplación transformada en vivencia
exterior”. Esta exigencia, “Sobre la mesa del taller creador, la noción del
oficio, el empeño para dominar la técnica. Que fluya mansa e invisible, eficaz”.
Titulaba una canción Margaret Gaspy, matemáticas y emoción, así, en su cénit,
“El haiku es la distancia exacta entre sensación e idea; nunca un atajo”.
Podríamos entender esta última sección como la parte teórica después de la
demostración práctica.
Por
un lado, la búsqueda del instante impone “Percibir el vacío como existencia
cóncava; posibilidad de alojar dentro”. “Cada silencio es un potente generador
de sentido” casi como un ejercicio espiritual, un entrenamiento del espíritu y
la mente, una disciplina, “Altura de miras para bajar los ojos. Ese instante a
punto de ver”.
José
Luis Morante nos vuelve a sugerir un paseo acompañado por paisajes exteriores e
interiores, una lección sobre la manera de estar en el mundo, arrojados pero
conscientes, aprovechando cada trazo de belleza que se descubre en el acto de
destilar el instante en 17 sílabas, justo en el momento previo a su
desvelamiento, justo antes de ver.
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