Sofía de la Vega es una poeta
argentina. En 2018 publicó Blanca y plateada y organiza el Festival
Internacional de Literatura Tucumán. Ediciones Liliputienses se encarga de
acercarnos su propuesta poética, poemas río donde caben las reflexiones, los
saltos en el flujo de conciencia, voces que surgen en la muerte, el relato
cotidiano. El poema Iceberg define
muy bien las intenciones, solo mostrar, dejar intuir antes que ser exhaustivos,
racionales, clasificadores…: “… Nunca entendí por qué las cosas / que nos hacen
bien de chicos son malas / de grandes. Es como si fuésemos / mini-personas y
después macro-personas distintas” (Iceberg).
Tiene como punto
de partida la narración y el subtexto que la conciencia aporta (Nunca me fracturé), las vivencias
internas que se traslucen entre las palabras del texto, hablar por teléfono,
charlar por Skype con un amigo, un viaje sirven de inicio de poemas (Curva de Lorenz, Karate Kid, Es muy
molesto ser joven). Sofía de la Vega aprovecha los encabalgamientos salvajes,
más cerca de la prosa que de las leyes del verso para una inmersión en el
desasosiego y la incertidumbre: “No sé cómo hacemos para unirlo todo. Todo el
resto. / Lo demás se vuelve lo que estábamos buscando” (Las chelas son las cervezas).
“… Nada
desaparece,
los afectos
están en espera
pero pasan
cosas como los perros que mueren,
o ganarse una
beca o terminar
un libro o empezar un deporte
nuevo que sí te
sale bien” (Casa de campo)
Los poemas giran alrededor de
unos núcleos temáticos, especialmente las relaciones y el amor. Más que un
recurso a la nostalgia, la juventud se muestra como pivote, entre una niñez
lejana y antes de llegar a la madurez, la conciencia del tiempo al constatar
una fase que culmina y acaba: “…Después de los chapuzones / me sentía más vieja
en el sentido de menos irreverente / y más paciente. Así veía a mi amigo con
una bermuda larga / pidiendo a sus hijos que no hagan pis en el mar” (Es muy molesto pero joven).
Un
estilo casi descarnado, en el que los sentimientos y aspiraciones son la
materia poética, donde caben las confesiones (Rompecabezas) y los miedos: “… Todavía quiero ser madre pero / no
sé si me interesa mi muerte. Me interesa / si el diablo aparece, aunque dicen
que existe / solo si lo creés” (La
elegida). En el horizonte va surgiendo poderosa la sombra de la muerte y la
destrucción que Sofía de la Vega incardina en un contexto más global (“Dicen
que la polución sonora nos va a matar / a todos en 2043 ¿Será que uno se muere
hablando?”, 2043). La materia prima recurre a la narración y a la anécdota (Karate Kid), pero más habitualmente al
propio terreno, como una forma de introspección emocional:
“… Nunca supe
cuál cantante
me gustaba o cuál era mi canción favorita.
Pero me
encanta decir que el chocolate
no me gusta y
que mi gusto favorito de helado
es el de
chocolate. Es igual a cuando te gusta
mucho una
persona y te hace daño,
entonces,
consumís todo
lo que la rodea tipo los amigos
y sus bares o
cafés pero odiás cruzártela
o que te
cuenten cosas de ella. La idea es vivir
cerca pero no
encima.
conocer
cuando va a llover no es lo mismo
que salir con
paraguas” (Helado de chocolate)
Hace gala Sofía de la Vega de una
perplejidad constante para luego aceptar la realidad: “La incomodidad del
amontonamiento / se hace parte de su vida. / Como el día que estaba sola con
vos, / pero al final nunca te diste cuenta” (Animales que arrastran). Estas referencias narrativas funcionan más
allá del mero pretexto para iniciar un poema. Son síntomas de una relación
difusa entre la realidad y el deseo, por usar la recurrente expresión de
Cernuda). El posicionamiento espacio-temporal del poema puede, así, jugar con
la utopía trágica o irónica (“Todo lo hecho en compu parece el futuro. / Lo
bueno es que depende de nosotros”, Cumpleaños
número 2) y puede desenvolverse entre un mundo literario, con referencias a
Jeffrey Eugenides, Elisabeth Bishop o a Valéry, inmersa en un mundo
pretendidamente banal y rutinario: “La tranquilidad es lo más aburrido, son las
cosas / que te salen siempre bien o la felicidad / contenida cuando escribía un
buen poema” (Una profecía de Valéry).
No
es sorprendente, pues, que las localizaciones espaciales jueguen un papel no
menor en la construcción poética. La distancia en una conversación de Skype, el
viaje, la mirada al pasado incluso: “… Una vez / me dijeron que hay que respetar los espacios / de la
gente. La soledad es el lugar favorito que nunca / pude tener”.
Al
final del poemario detectamos un desencanto, una esperanza en el conocimiento
(“Lo que no esperamos parece hostil / si no tenemos fe en la ciencia”, Curva de Lorenz), esperanza frustrada en
un mundo donde todo es un inmenso set
compuesto de escenarios diminutos en los que cada uno intenta parecer el
protagonista de un arquetípico videoclip, el gran teatro del mundo digital:
“Las historias de los artistas
parecen ser
rebeldes o tristes siempre.
A veces no es
ninguna de las dos. Solo
son escenas
de videoclips de chicos
rubios de
pelo largo con escopetas en un desierto” (Lo
que quieres)
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