miércoles, 2 de octubre de 2019

Reseña de Sofía de la Vega: ‘La idea es vivir cerca pero no encima’. Ediciones Liliputienses. 2019.


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Sofía de la Vega es una poeta argentina.  En 2018 publicó Blanca y plateada y organiza el Festival Internacional de Literatura Tucumán. Ediciones Liliputienses se encarga de acercarnos su propuesta poética, poemas río donde caben las reflexiones, los saltos en el flujo de conciencia, voces que surgen en la muerte, el relato cotidiano. El poema Iceberg define muy bien las intenciones, solo mostrar, dejar intuir antes que ser exhaustivos, racionales, clasificadores…: “… Nunca entendí por qué las cosas / que nos hacen bien de chicos son malas / de grandes. Es como si fuésemos / mini-personas y después macro-personas distintas” (Iceberg).
Tiene como punto de partida la narración y el subtexto que la conciencia aporta (Nunca me fracturé), las vivencias internas que se traslucen entre las palabras del texto, hablar por teléfono, charlar por Skype con un amigo, un viaje sirven de inicio de poemas (Curva de Lorenz, Karate Kid, Es muy molesto ser joven). Sofía de la Vega aprovecha los encabalgamientos salvajes, más cerca de la prosa que de las leyes del verso para una inmersión en el desasosiego y la incertidumbre: “No sé cómo hacemos para unirlo todo. Todo el resto. / Lo demás se vuelve lo que estábamos buscando” (Las chelas son las cervezas).
“… Nada desaparece,
los afectos están en espera
pero pasan cosas como los perros que mueren,
o ganarse una beca o terminar
 un libro o empezar un deporte
nuevo que sí te sale bien” (Casa de campo)
Los poemas giran alrededor de unos núcleos temáticos, especialmente las relaciones y el amor. Más que un recurso a la nostalgia, la juventud se muestra como pivote, entre una niñez lejana y antes de llegar a la madurez, la conciencia del tiempo al constatar una fase que culmina y acaba: “…Después de los chapuzones / me sentía más vieja en el sentido de menos irreverente / y más paciente. Así veía a mi amigo con una bermuda larga / pidiendo a sus hijos que no hagan pis en el mar” (Es muy molesto pero joven).
                Un estilo casi descarnado, en el que los sentimientos y aspiraciones son la materia poética, donde caben las confesiones (Rompecabezas) y los miedos: “… Todavía quiero ser madre pero / no sé si me interesa mi muerte. Me interesa / si el diablo aparece, aunque dicen que existe / solo si lo creés” (La elegida). En el horizonte va surgiendo poderosa la sombra de la muerte y la destrucción que Sofía de la Vega incardina en un contexto más global (“Dicen que la polución sonora nos va a matar / a todos en 2043 ¿Será que uno se muere hablando?”, 2043). La materia prima recurre a la narración y a la anécdota (Karate Kid), pero más habitualmente al propio terreno, como una forma de introspección emocional:
“… Nunca supe
cuál cantante me gustaba o cuál era mi canción favorita.
Pero me encanta decir que el chocolate
no me gusta y que mi gusto favorito de helado
es el de chocolate. Es igual a cuando te gusta
mucho una persona y te hace daño,
entonces,
consumís todo lo que la rodea tipo los amigos
y sus bares o cafés pero odiás cruzártela
o que te cuenten cosas de ella. La idea es vivir
cerca pero no encima.
conocer cuando va a llover no es lo mismo
que salir con paraguas” (Helado de chocolate)
Hace gala Sofía de la Vega de una perplejidad constante para luego aceptar la realidad: “La incomodidad del amontonamiento / se hace parte de su vida. / Como el día que estaba sola con vos, / pero al final nunca te diste cuenta” (Animales que arrastran). Estas referencias narrativas funcionan más allá del mero pretexto para iniciar un poema. Son síntomas de una relación difusa entre la realidad y el deseo, por usar la recurrente expresión de Cernuda). El posicionamiento espacio-temporal del poema puede, así, jugar con la utopía trágica o irónica (“Todo lo hecho en compu parece el futuro. / Lo bueno es que depende de nosotros”, Cumpleaños número 2) y puede desenvolverse entre un mundo literario, con referencias a Jeffrey Eugenides, Elisabeth Bishop o a Valéry, inmersa en un mundo pretendidamente banal y rutinario: “La tranquilidad es lo más aburrido, son las cosas / que te salen siempre bien o la felicidad / contenida cuando escribía un buen poema” (Una profecía de Valéry).
                No es sorprendente, pues, que las localizaciones espaciales jueguen un papel no menor en la construcción poética. La distancia en una conversación de Skype, el viaje, la mirada al pasado incluso: “… Una vez / me dijeron  que hay que respetar los espacios / de la gente. La soledad es el lugar favorito que nunca / pude tener”.
                Al final del poemario detectamos un desencanto, una esperanza en el conocimiento (“Lo que no esperamos parece hostil / si no tenemos fe en la ciencia”, Curva de Lorenz), esperanza frustrada en un mundo donde todo es un inmenso set compuesto de escenarios diminutos en los que cada uno intenta parecer el protagonista de un arquetípico videoclip, el gran teatro del mundo digital:
 “Las historias de los artistas
parecen ser rebeldes o tristes siempre.
A veces no es ninguna de las dos. Solo
son escenas de videoclips de chicos
rubios de pelo largo con escopetas en un desierto” (Lo que quieres)

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