Y, en el extremo opuesto, Karate Kid (The Karate Kid, 1984), que es, a mi juicio, la mejor película sobre
educación. Lo es sencillamente porque transmite el amor hacia el conocimiento
por sí mismo. El señor Miyagi (Pat Morita) conduce al joven Daniel (Ralph
Macchio) lentamente, controla su impaciencia, por medio de un entrenamiento
repetitivo y, aparentemente, sin sentido, le transmite los conocimientos
necesarios para ser un extraordinario luchador. Lo más importante no es ganar
el trofeo, sino el conocimiento que adquiere, que, además, como no puede ser de
otra manera, le trae beneficios claros a su vida fuera del Dojo.
La motivación de Daniel está muy
clara y sabe que la enseñanza en sí misma es valiosa. No se pretende enseñar
más allá de la materia que se imparte. Las tareas responden a una educación
tradicional, en la que la disciplina es básica. Unos ejercicios corporales que
son índice para los ejercicios mentales e incluso espirituales. Como los que
recomendaba Marco Aurelio para serenar el ánimo. El amor al detalle, al trabajo
bien hecho. Otro aspecto destacable es la función del maestro, quien obtiene el
compromiso de una fe ciega. De ahí la profesionalidad. El discípulo confía en
su maestro, sin intentar conocer cuál es el sentido de las órdenes, sólo porque
es el maestro. La compenetración, la complicidad se va ganando, la amistad, el
afecto, el conocimiento mutuo va llegando con el trato. Daniel descubre el
doloroso pasado del señor Miyagi, pero no es eso lo que le motiva a aprender, es
su deseo de saber. Sin excusas. Una lástima que las diferentes secuelas
malogren esa emoción con otras historias que, si bien pueden ser entretenidas,
repiten un esquema en el que sólo esperamos que llegue la escena final en la
que el joven karateka realice una espectacular danza y derrote a su
contrincante y se solucionen los problemas.
Siempre me ha recordado a las
recomendaciones de Antonio Gramci sobre educación. A través de sus escritos
desde la cárcel, Gramci alertaba de los peligros del modelo fascista de
educación que privilegiaba la espontaneidad, recelaba del intelectualismo y
procuraba evitar la frustración del alumno. Justo el mismo mensaje que el
Pinocho de Disney. Las recomendaciones se dirigían en sentido opuesto, en
fortalecer el carácter, ampliar los conocimientos académicos, porque la labor
de transformación social requiere la
sabiduría de análisis de la situación histórica y de la propuesta de soluciones
factibles tanto como la fuerza y el coraje para llevarlas a cabo.
La competitividad en la escuela,
de la que quizás el musical Fama (Fame, 1980) pueda ser un claro
exponente, también se aleja de este modelo. Una educación complaciente, igual
que una educación competitiva, no conseguirían esos objetivos. El proceso de
aprendizaje del joven Skywalker en La
Guerra de las Galaxias (episodios IV y V, Star Wars: Episode IV - A New Hope y Star Wars: Episode V, The Empire Strikes Back) a manos del
insondable Yoda trasciende el modelo meramente educativo al introducirlo dentro
de una mística guerrera. Además, el aprendizaje es interrumpido por la urgente
necesidad de lucha frente al Imperio. El maestro Jedi utiliza una metodología
diametralmente opuesta a la que se puede plantear en un entorno educativo
convencional, una especie de subversión de los métodos, desconfiando de los
sentidos, la razón y la conciencia y apelando a lo sobrenatural, la Fuerza.
El debate sobre el sentido de la
educación es básico en las sociedades occidentales golpeadas por la crisis y,
de momento, parece que priman las orientaciones hacia el mercado laboral,
desdeñando cualquier otro conocimiento que no tenga una rentabilidad inmediata.
Los movimientos que ofrecen cierta resistencia a esta visión, podríamos llamar,
neoliberal, lo hacen teniendo en cuenta un imaginario muy concreto en el que el
profesor, como elemento central de la educación, consigue levantar a cualquier
alumno y despertar su vocación por el conocimiento y la superación. A menudo
subyace la mentalidad de la mal llamada cultura
del esfuerzo que hace recaer en el individuo toda la responsabilidad de su
posición social, ignorando conscientemente las condiciones materiales concretas
de partida. Aun así, dentro del ecosistema profesor-alumno podríamos, como el
señor Miyagi, reivindicar el valor intrínseco de lo que es enseñado y la
necesidad de acercarse a esos conocimientos a los que quizás solo más tarde,
entendamos su utilidad práctica.
Apéndice
Sin pretender ser exhaustivos,
dentro del género hay especializaciones en escuelas conflictivas [Curso del 84 (Class of 1984, 1982) ; Los caballeros del Bronx (Knights
of the South Bronx, 1985); 187, más
mentes peligrosas (187, 1997); Half Nelson (Half Nelson,2006); El
Profesor (Detachment, 2011); Detrás de la pizarra (Beyond the Blackboard, 2011); El buen maestro (Les grands esprits, 2017); El
maestro (Non è mai troppo tardi, 2014)], escuelas rurales [Veinticuatro ojos (Nijushi no hitomi, 1954); Ni
uno menos (Yi ge dou bu neng shao,
1999), Katmandú, un espejo en el cielo (2011);
Simitrio (1960), Blackboards (Takhté siah,
2000); Conrack (1974); El profe Omar (2010), Hotaru no hoshi (2003)] y otras donde se
ensayan métodos alternativos [Escuela de
rebeldes (Lean on Me, 1989); la
saga de Harry Potter; Lección de honor
(The Emperor's Club, 2002); Beata
Ignorancia (2007); La profesora de
Historia (Les héritiers, 2004); El gran debate (The Great Debaters, 2007); Unidos
para triunfar (The Ron Clark Story,
2006); El profesor de violín (Tudo Que Aprendemos Juntos, 2015); Whiplash, música y obsesión (Whiplash, 2014)]…
Magnifico artículo, totalmente de acuerdo con esta visión de la educación y del papel del maestro (y ahora mismo voy a buscar la película para verla con mis hijos 😃)
ResponderEliminarMagnífico artículo, totalmente de acuerdo con esta visión de la educación y del papel del maestro (y ahora mismo voy a buscar la película para verla con mis hijos 😃)
ResponderEliminar