domingo, 5 de enero de 2020

Vivir con las contradicciones


Todos tenemos contradicciones, tenemos que resignarnos a ello. Quizás eso nos haga más humanos, incluso puede que esas contradicciones nos hagan reflexionar y cambiar de opinión, espero que a mejor. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, pero  hay que ser consciente de ello. No se puede ir pidiendo una homogeneidad de pensamiento, una coherencia absoluta para todos los demás excepto para uno mismo. Es lo menos que se puede pedir, algo ser consecuente y respetuoso.
               En realidad quería hablar de las contradicciones que tienen otros. Por supuesto, en este caso llevo pensando algunos días sobre los que han mancillado el nombre de una marca de diccionarios. Llamémosles nostálgicos de antiguos regímenes. Son bastante característicos. Tienen un odio cerval a la discusión de sus argumentos mientras que provocan la ruptura del consenso de los demás. Llevan a gala ser incorrectos a la vez que enarbolan la bandera del sentido común del hombre de la calle.
             El neofascismo español, se llame como se llame, recupera la nostalgia del franquismo. Lo hemos podido comprobar durante el proceso, el largo proceso de exhumación del dictador. Entre los portavoces todo controlado, entre sus voceros, o voxeros tanto da, se pone de moda recordar que si tan malo fue Franco, cómo es que inventó la Seguridad Social, daba pagas extraordinarias, el subsidio familiar, el de vejez, el de accidentes de trabajo, las vacaciones pagadas, el sistema de pensiones, el INI, etc. Vamos a dejar de lado las mentiras e inexactitudes de todas estas medidas. Creo que hay quien ha insinuado que no le parecería mal un gobierno fascista, así, directamente.
              Por otro lado, este neofascismo se cuelga la medalla de la bajada de impuestos y conecta con el neoliberalismo que comenzaron en la Escuela de Chicago y que pusieron en práctica Thatcher, Reagan o Pinochet. Es el mismo que viene de Estados Unidos. Precisamente por esta tendencia reniegan de la Seguridad Social, de las pagas y los subsidios, quieren privatizar las pensiones y, de hablar de empresas públicas, como el INI, por supuesto ni hablar. Dicho claramente, se enorgullecen de aquello del franquismo que no están dispuestos a hacer.
           Ese es el matiz por el que no son fascistas, por lo que no son ni siquiera fascistas. El componente social de las políticas populistas de las dictaduras de los años 30 fue una respuesta de las clases altas a la amenaza del movimiento obrero. Tuvieron que conceder algunas mejoras en una situación de miseria para poder mantener el control económico y político. El paraguas del nacionalismo como nexo de unión justificaba ideológicamente los sacrificios que se iban a soportar. Tampoco debemos olvidar la inevitable guerra que ello trajo.
             El neofascismo que ha llegado al parlamento español no solo viste siglas en verde. Desde el Partido Popular siempre se han defendido este tipo de nostalgias y contradicciones. Y tiene lógica, porque la fractura social tan inmensa que provocan las políticas liberalizadoras solo pueden sostenerse recurriendo a una unión muy fuerte. Antes, en los tiempos de Adam Smith se podía confiar en el freno moral de los capitalistas y en la religión como re-ligio, como la celebración de la comunidad. La Revolución Francesa, Rousseau mediante, mistificó la Nación para que pudiera servir de esa comunión mística. (Así lo  entendió Durkheim y postuló que el elemento fundamental de la religión, el totemismo, no era sino la celebración de la comunidad como comunidad aún más que las creencias en dioses, en el más allá o en un código moral.)
             Sorprende mucho que estas contradicciones no sean evidentes para los votantes. Porque serán ellos los que sufran (bueno, sufriremos votantes y no votantes) las desastrosas consecuencias de un mundo en el que rija la ley del económicamente más fuerte. Estos neofascistas se vuelven puritanos en cuanto a la unidad de la patria, reniegan de Europa cuando los tribunales de la Unión les quitan la razón; reniegan del globalismo y satanizan a Soros, mientras que arreglan la regulación para las multinacionales. Hacen gala de un cristianismo que brilla por su ausencia cuando se trata de la caridad con los que sufren más, pobres, inmigrantes, mujeres…
               Todo el día hablando de la Constitución, pero no  gustándoles la libertad de expresión de los otros, o de información de según qué medios no afines. Todo dentro de la ley pero alentando golpes de mano para apartar al candidato que más votos ha sacado en las últimas elecciones.
              Mientras tanto, alimentan la indignación ante las contradicciones de los comunistas, porque ellos no reparten sus riquezas entre los pobres (frase perteneciente al rabí Jesús de Nazaret, no a Karl Marx). Alertan y consiguen sublevar a muchos frente a las reivindicaciones de una joven adolescente que quiere despertar las conciencias ante la alerta climática. Dicen, y seguramente tendrán razón, que Greta Thunberg está subvencionada por las empresas de energías alternativas. Y ese mensaje cala. Cala muchísimo. Es la típica paja en el ojo ajeno porque está más que probado el apoyo de las grandes industrias contaminantes, de las petroleras y de las nucleares a toda investigación que desmienta, ponga en duda, o varíe las tesis del casi consenso científico. ¿Te indigna que a Greta la apoyen las solares y te tragas que a los demás les paguen las petroleras? ¿Cómo consigues vivir con esa contradicción?
            La gente suele saber lo que quiere, esa es la base de la democracia. A través del voto se agrupan intereses y está bien, porque así se pueden llegar a acuerdos de mínimos que contenten un poco a muchos frente a la derrota del contrincante por pocos votos. Así, la derecha hablaba de gobiernos Frankenstein o de pacto de perdedores hasta que les toca apoyarse en Ciudadanos o Vox. Y aun habiéndose apoyado en nacionalistas catalanes y vascos en el pasado, acusan de vendepatrias a los que ahora intentan hacerlo. Firmar acuerdos con Bildu en el país Vasco y escandalizarse de su abstención en la investidura.
              Ellos han entendido la política como una guerra (por otros medios) y en la guerra sólo puede haber un vencedor. El vencedor que se queda con todo, que no deja ni los despojos. Son capaces de proponer una enmienda a la Constitución (esa que no se puede cambiar) para cambiar el sistema electoral y así favorecer las mayorías artificiales de quienes consigan más votos que el segundo. No lo han realizado hasta ahora porque la división en provincias con el reparto por el sistema D’Hont les beneficiaba. A ese tipo de contradicciones estamos acostumbrados.
                La política es el arte de los acuerdos, de buscar consensos, aunque sean parciales, para contentar a los votantes. Estos neofascistas que hablan en nombre del pueblo son los que se llevan las manos a la cabeza cuando se intenta escuchar al pueblo. Porque la patria son ellos, solo ellos. En contra de Cataluña, País Vasco, Galicia, Valencia, Teruel… todos los que no se plieguen ante su visión de España. Así pueden ser demócratas y liberales mientras que son nostálgicos del franquismo. Bienvenidas las contradicciones porque de ellas será el reino de Don Pelayo.

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