martes, 20 de octubre de 2020

Reseña de Julia Bellido: ‘Las voces del mirlo’. Renacimiento. 2018

Las voces del mirlo (Renacimiento): Amazon.es: Bellido, Julia: Libros

Julia Bellido tiene en su haber Mujer bajo la lluvia (Libros de Canto y Cuento, 2013) y la plaquette La decisión de Penélope. También ha publicado una biografía de Juan Grande (Eunate, 1996). Es conocida por su labor como antóloga (Synousia, 45 escritores en torno al erotismo y la sexualidad, Libros de Canto y Cuento, 2019 y Este no es otro libro sobre la Navidad, Libros de Canto y Cuento, 2016) y cofundadora  de la Editorial Sotavento y tiene muy reciente Hojas de Ginkgo (Poesía Al Albur – Cypress).

“He encontrado en el mirlo muchas voces”, ese es el comienzo de este hermoso volumen de poemas. Julia Bellido apuntala mediante una serie de sugerentes voces todo aquello que escucha, literal o metafóricamente, de este pájaro negro. Predomina la asociación con la muerte y esta será uno de los temas básicos del libro, como objetivo y como recordatorio, porque la estructura en estaciones permite diferentes matices dentro del camino circular de la vida.

En Verano ya se adivina este presagio: “Yo miraba las horas / y el rumor de un fluir / vibraba entre la fronda / anegándolo todo /…/ mordiéndome a los ojos la mirada / empecinada y tosca de la muerte” (Otro tiempo). Son las características de cada estación las que otorgan el sentido temporal, no como una flecha, sino como un círculo: “Poco a poco sucede: / yo regreso al comienzo, antes del mundo, / y estalla la palabra / con que sorprendo al día” (Nocturno). A pesar de ser recuerdo de lo que se avecina, el significado primordial del mirlo es la belleza: “Sucede la belleza en ese instante” (El mirlo). Y gracias a él  y a la naturaleza que lo circunda, encontramos el júbilo y la emoción: “La palabra era el agua /…/ Una vertiente tibia en el caudal helado // que partía la luz en dos mitades” (Canción del agua); “Y me dijo llevar por esta dicha/ que rinde el corazón sin condiciones” (Presente). Especialmente claro en La cosecha: “La tierra se estremece / con una herida abierta que no sangra, // sino que mana luz a borbotones”.

El paisaje íntimo, cercano de Julia Bellido está poblado, y en él parpadea la fotografía de su madre: “Ahora estás aquí / en toda nuestra casa. // Ahora estás aquí. / Y que nadie me hable de la muerte (Mirando una foto de mi madre). Igual que se encuentran otras nostalgias: “Aquella risa blanca en tu cara de niño” (Paisaje con tesoros); “Oigo el latido pleno de la vida / cuando vienen a mí para abrazarme. // Y respiro, de pronto, el universo, / en tu regazo tibio y encendido” (Mare, maris… mara).

El paisaje otoñal, en la siguiente sección, no está exento de belleza por sí mismo: “Hay árboles que lloran el otoño. // Cuando acaba el verano / su frondoso ramaje / se lleva de sonidos” (El otoño). Es la estación que se toma como preludio a la lenta pausa del invierno: “Hoy quiero detenerme / en el silencio amable de las cosas, / escucharlas, sabiendo de antemano, / que tendré que callar tanta belleza / para no despertarlas. // Para no despertarme” (Lo que callo). Los poemas en este volumen en general y en estos parajes en particular asumen la poética de un haiku sin adoptar su métrica. Son también escuetos, de aparente sencillez léxica y de hondo sentido del devenir del tiempo: “No hay misterio más tierno / que el de tu fiel gorjeo en la alborada. /…/ El mundo se convierte en ese otro lugar / habitable y hermoso de mi infancia” (Misterio). Dentro del cuadro, presidiendo la escena, siempre el pájaro negro:  “Pequeño como el mundo / ignoras que sin ti nada se cumple” (La tarde y el mirlo).

No es, sin embargo, el invierno el final del trayecto porque no se trata de un tiempo lineal, tendrá que pasar y llenar el espacio: “el invierno aparece / meciendo los visillos / con un aire más frío que de costumbre /…/ Y el sol agradecido de diciembre / que nos besa en los labios / con el taco de un niño” (De nuevo), pero tendrá que pasar y no quedarse, “Y sé que te preguntas / qué es aquello que vivimos, que tocamos”, / aquello que nos vio y que eligió quedarse. // Y que nos hizo ser / lo que ahora somos” (La verdad que nos lleva).

La dedicatoria y las citas de algunos de los poemas refieren una manera especial de ver el paisaje natural, la concepción del tiempo y la poética muy definida. Son José Mateos, Eloy Sánchez Rosillo, Pedro Sevilla, José Iniesta, podría estar Antonio Cabrera y, siempre, Juan Ramón. Son grandes maestros de la inmersión poética en la naturaleza, no de un escenario bucólico y simplón, sino de la profunda conciencia de pertenencia a lo natural: “Tal vez su mansedumbre / sea solo el disfraz / que oculta su armadura” (Como el agua). Una conciencia que lleva a la reflexión y en ella Julia Bellido se expresa: “Escribo, y sin hacerme preguntas, / escucho las palabras / como gotas que danzan” (Confidencia).

La primavera es el renacer, “Todo es fecundidad. / Todo es preludio. // En el transcurso eterno de este instante” (Abril); todo es júbilo: “Ya clara y luminosa esta verdad / como nunca lo ha sido” (Palabras a un poeta). Pero todo es también recuerdo del final, de la brevedad de la vida: “Qué caricia tan breve… / Te hace pasado un instante / en la baranda grande del balcón” (El mirlo en la baranda). La primavera es el resurgir, la resurrección de la vida. En este poemario la primavera se dibuja como el recuerdo del final, “Hoy escucho en tu canto / el latir de la vida” (Antes de alzar el vuelo);  “Y ese momento eterno y fugitivo / fijado en mi retina como un sello” (Gajes del oficio). La promesa de lo que debe venir y debemos aceptar:

“Hoy he dejado atrás lo que me pesa

El áspero cansancio de los días

y esa prisión del tiempo,

que me obliga a correr sin detenerme.

Esa terca nostalgia

que me ata al pasado

o me pierde en la niebla

de la que ya no existe.

Esa cueva profunda

que el invierno oscurece

y recubre de escarcha.

/…/

Y yo canto la dicha de la vida

que ahora me parece indestructible” (Soltando amarras)

Este poema y el que cierra el volumen condensan toda emoción que venimos presagiando desde el principio. Un sereno paso a lo que nos llama y allí, volverá a aparecer el mirlo.

“Cuando la sombra seca de la muerte

me toque con su aliento vegetal

/…/

Olivaré la luz y todo aquello

que considero vivo.

 

Habitaré mi corazón entonces

/…/

Y anidaremos juntos

en el silencio hueco de la tierra” (La muerte y el mirlo)

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